El Rector Javier Barros Sierra tuvo una excepcional actitud en el movimiento de 1968. Cristina Barros, su hija, lo destaca: «enfrentarse al Gobierno represor y hacer pública sus diferencias, defendiendo la autonomía universitaria con energía y, al mismo tiempo, defendiendo las garantías que conforman una democracia y el derecho de los jóvenes a disentir; considero que, aunque un poco tarde, fue entendida por varios de los protagonistas de entonces».
En este contexto, dice, el Rector fue reconocido años después del 2 de octubre por líderes del movimiento estudiantil y estudiantes que, recluidos ya en el penal de Lecumberri, le enviaron una carta en 1970.
«Se ha dicho que en 1968 cayeron muchos mitos y es verdad: pero todos los que señalan son externos… No hemos dicho que los jóvenes estábamos creando una nueva mitología y el valor que dábamos a la juventud como simple edad cronológica, era uno de los muros que más pronto podían habernos aislado en esquemas tan rígidos como los que deseábamos romper. Ahora los jóvenes sabemos que para serlo no basta tener veinte años; sino también, muchas de las cualidades que caracterizan al rector de 1968…», le dijeron al respetado Ingeniero Civil, cofundador de la constructora ICA, director de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas en el sexenio del Presidente Adolfo López Mateos, entre otros cargos.
Ciudad de México, 2 de octubre (SinEmbargo).– Desde mi punto de vista, el Movimiento Estudiantil de 1968 debe considerarse como uno de los hechos más importante de la historia contemporánea de México, más allá del 2 de octubre.
Inicia en un contexto de descontento social que había manifestado desde el sexenio de Adolfo López Mateos (1958-1964), con el movimiento magisterial y luego con el movimiento ferrocarrilero; en ambos casos se demandan mejores condiciones laborales. La respuesta fue la represión y la cárcel para los principales líderes. Era el Secretario de Gobernación Gustavo Díaz Ordaz y el subsecretario Luis Echeverría Álvarez. En ese mismo sexenio también hubo protestas en el campo; en 1962 fueron asesinados el líder campesino Rubén Jaramillo y su familia. De esto debieron estar bien enterados en la Secretaría de Gobernación. El siguiente sexenio con Díaz Ordaz en la Presidencia y Echeverría Álvarez en Gobernación, inició con la represión al movimiento médico que también demandaban mejoras en las condiciones laborales. La respuesta fue la misma.
Surge entonces el movimiento estudiantil de 1968 como respuesta a la represión de la policía del Distrito Federal y a la del Ejército tras lo que, a la distancia, evidencia haber sido una provocación, en especial por la destrucción de la puerta del Colegio de san Ildefonso, que por tantos años albergó a la Preparatoria Nacional.
Ante esta agresión que claramente violó la autonomía universitaria, el Rector Javier Barros Sierra izó la bandera a media asta el 28 de julio en la explanada de la Rectoría y días más tarde, el 1 de agosto, aceptó la propuesta de los estudiantes de encabezar una marcha en protesta por la agresión y el encarcelamiento de varios estudiantes y, desde luego, también por la violación a la autonomía universitaria.
En esa marcha participaron estudiantes no sólo de la UNAM, sino también del Instituto Politécnico Nacional, de la Universidad Autónoma de Chapingo y de otras instituciones educativas. Pero el movimiento también tenía como trasfondo un rechazo al autoritarismo del gobierno y muy probablemente, también la inquietud por su futuro como ciudadanos en un país marcado por la desigualdad.
El 2 de agosto se constituyó formalmente el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Lo integraron estudiantes de la UNAM y del IPN. A partir de ese momento los estudiantes iniciaron una campaña para informar a la población. Recuérdese que no había redes sociales. Los medios para comunicarse eran los volantes, las pintas, la palabra directa. Los jóvenes se subían a los camiones de pasajeros y ahí, hombres y mujeres repartían sus escritos informativos o comunicaban su palabra de manera directa. Así lo describe Jesús Vargas Valdez, estudiante de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Poli:
«La participación en el brigadismo de todos los días y la organización de mítines relámpago, condujo a los estudiantes a un punto de encuentro cada vez más directo con el pueblo. Se rompió con la concepción de que el título profesional era el premio del esfuerzo individual y nada más. Se entendió que quienes teníamos la oportunidad de estudiar lo hacíamos a costa del sacrificio de quienes hacían producir la tierra, las minas, las máquinas de las fábricas, a cambio de salarios miserables» (La patria de la juventud. Los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, 2018, p. 122).
Que la población hizo suya la causa lo muestran volantes, mantas, comida, todo lo que los estudiantes requerían para hacer su labor, salió de las colectas populares, ya fuera en especie o en dinero. Otra muestra de esta cercanía fueron los momentos en que personas de los barrios cercanos a Tlatelolco o al Casco de Santo Tomás, participaron en algunas ocasiones con los jóvenes para repeler los ataques de la policía y del Ejército, por lo que el movimiento fue más que estudiantil.
Esta situación, nuevas provocaciones como la toma del campus universitario por el Ejército de manera totalmente violatoria e injustificada, y el éxito de las marchas que se organizaron, entre otras cosas, dio pie a que el movimiento se radicalizara, hasta llegar al 2 de octubre. No me detengo en ese indignante y doloroso momento que evidenció como pocas veces, el carácter represor del Gobierno mexicano. En los meses posteriores muchos estudiantes fueron torturados y encarcelados, sino es que muertos. Otros, que pudieron salvarse de la masacre y de la cárcel, decidieron hacer labor social y política ya fuera de las aulas, en diversas regiones del país.
Las reflexiones de varios de ellos y su visión de lo ocurrido entonces constan en libros como Los días y los años de Luis González de Alba, La estela de Tlatelolco de Raúl Álvarez Garín, y más recientemente en el texto ya mencionado de Jesús Vargas Valdez. En cuanto a la excepcional actitud del Rector: enfrentarse al Gobierno represor y hacer pública sus diferencias, defendiendo la autonomía universitaria con energía y, al mismo tiempo, defendiendo las garantías que conforman una democracia y el derecho de los jóvenes a disentir; considero que, aunque un poco tarde, fue entendida por varios de los protagonistas de entonces.
Quisiera referirme al respecto a una carta que enviaron al Rector Barros Sierra, en 1970 desde la cárcel, el mismo Luis González de Alba, Eduardo del Valle, Salvador Martínez de la Rocca, y Gilberto Guevara Niebla, todos ellos integrantes de lo que fuera el Consejo Nacional de Huelga. Me parece importante recordarla de cara a los lamentables acontecimientos ocurridos en la UNAM en este aniversario del 68. Ahí enfatizan que ser joven va más allá de la edad cronológica:
«Se ha dicho que en 1968 cayeron muchos mitos y es verdad: pero todos los que señalan son externos… No hemos dicho que los jóvenes estábamos creando una nueva mitología y el valor que dábamos a la juventud como simple edad cronológica, era uno de los muros que más pronto podían habernos aislado en esquemas tan rígidos como los que deseábamos romper. Ahora los jóvenes sabemos que para serlo no basta tener veinte años; sino también, muchas de las cualidades que caracterizan al rector de 1968…».
Más adelante afirman que su camino y el del rector tienen un punto de confluencia:
«Por muy distintos caminos, y aunque algunos hayan iniciado el recorrido más temprano, los hombres se encuentran en un punto común, en un cruce de caminos: la rectitud. No es la primera vez que una causa justa une a personas que obran de buena fe; más bien es la frecuente».
Y aludiendo a la exclamación de Barros Sierra en un discurso improvisado dicho en la Facultad de Arquitectura: ¡Viva la discrepancia, porque es el espíritu de la Universidad!, precisan:
«Tampoco queremos decir que hayamos compartido todas las opiniones; ni usted ni nosotros lo hubiéramos deseado; pero hasta en los mayores discrepancias pudieron superarse y no nos convirtieron en oponentes. Más bien era como cuando surgen dificultades familiares: basta que un tercero ataque a una de las partes para que desaparezca todo desacuerdo».
También afirman que siguen siendo los mismos, “tanto usted como nosotros, y que no retrocedimos ni fuimos vencidos; algunas batallas pueden perderse, pero aunque las últimas hayan costado tanto, de ninguna manera fueron definitivas”. En ambos casos no tendrán de que avergonzarnos en el futuro, y ésta, afirman «…es la otra cara de la moneda, tal vez distinta de la que Ud. vivió, pero inseparable de ella».
«Es necesario decirlo porque con su labor en la Rectoría termina un período que tuvo para todos una importancia que aún no podemos apreciar. No queremos decir con esto que se acabe una lucha que apenas empieza, sino que, en el recuerdo, que es lo que importa en cada hombre, en el recuerdo y en el afecto, se cierra un capítulo y se abren otros.
«Estamos convencidos de que, aunque usted va por su camino y nosotros por el nuestro, no sólo nunca estaremos en campos enemigos, sino que nos seguiremos encontrando en circunstancias similares».
Retomo de estos párrafos, la afirmación de que el Movimiento del 68 no fue la última batalla, por más costos que haya tenido. Mientras en el país persista el autoritarismo, la desigualdad y la injusticia, los ideales de aquella juventud permanecerán. Cada generación de acuerdo a su momento histórico tendrá que dar su propia lucha. Lo importante es hacerlo con inteligencia, de buena fe y sin perder la perspectiva. Cierro con estas muy actuales palabras de Javier Barros Sierra:
«No sobra repetir que quienes renuncian a entender a la juventud de hoy y sus inquietudes, muy fácilmente caen en la creencia de que los únicos tratamientos que a ella pueden dársele son la represión o la corrupción, sea para neutralizarla o para utilizarla como instrumento. Se les escapa que la única posibilidad eficaz y válida, para no hablar de lo puramente moral, es educarla…
«Tal tarea es ingente y ardua: se puede corromper a algunos jóvenes en un minuto, reprimir a muchos en un día; pero el proceso educativo no se completa en un mes ni en un año. Nosotros, por supuesto, hemos escogido el camino difícil. Y la educación debe contener la formación social y política».
Palabras a los universitarios, 13 de diciembre de 1967, p. 26.
–Cristina Barros Valero. Escritora, maestra, columnista y divulgadora dedicada a la investigación de la Cocina, Historia y Cultura Popular Mexicana, es hija de Javier Barros Sierra, Rector de la UNAM en el movimiento de 1968. Cristina Barros es Licenciada en Lengua y Literatura Españolas y Maestra en Letras por la UNAM. De 1968 a 1980 fue profesora de la Facultad de Filosofía y Letras en la Máxima Casa de Estudios. En 2000 recibió la presea Miguel Othón de Mendizábal por su contribución a la conservación, protección y difusión de nuestro patrimonio cultural, otorgada por el Conaculta y el INAH. Desde 2004 es una de las principales promotoras de la Cocina Mexicana y logró que ésta fuera reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.