Óscar de la Borbolla
02/09/2024 - 12:03 am
Sobrevivientes de invernadero
“Hay especies que al nacer son prácticamente incapaces y a ese grupo pertenecemos los seres humanos”.
Sobrevivir no es cosa fácil, y aprender a sobrevivir es aún más difícil. Para entender la gravedad de este enunciado, solo imagínense que el aprender supone que uno aún no sabe y, por lo tanto, uno es un inexperto y, en consecuencia, al margen de la edad que se tenga, uno está verde, tierno, aunque uno pueda estar añoso. Generalmente el inexperto es joven. De cualquier modo, la dificultad radica en la falta de experiencias y cuando se habla de sobrevivir, superar las dificultades es asunto de vida o muerte.
Esta regla brutal rige para todos los seres vivos y es más notoria en la naturaleza, aunque también es válida para los seres humanos. De ahí la importancia de lo que podría llamarse: educación para la vida.
Hay especies, la tortuga es tan solo un ejemplo, que cuando nacen tienen que enfrentar circunstancias extremas: una tortuga recién nacida sale de la tierra para enfrentar una fila interminable de depredadores; su primer reto es arrastrarse, sin ayuda de nadie, desde un punto por encima del nivel de la marea hasta el mar. Las que alcanzan el agua son solo unas cuantas. Y todavía ahí los peligros no cesan: su cuerpo graso le impide sumergirse lo que la vuelve presa fácil de las gaviotas y otros plumíferos. Nadie le enseña nada a una tortuga.
Hay especies que al nacer son prácticamente incapaces y a ese grupo pertenecemos los seres humanos. Los caballos salen y caminan, nosotros en cambio, tardamos muchos meses en lograrlo. Esta inutilidad resulta sorteable gracias a la ayuda que brindan los mayores; pero esa ayuda, en ocasiones, se vuelve tan completa y prolongada que termina, paradójicamente, por incapacitar de por vida a algunas personas. ¿Cuánto debe durar y qué aspectos tiene que cubrir la ayuda? Es una pregunta importante, pues lo que sí es seguro es que llegará un momento en el que todo individuo se verá solo y tendrá que valerse por sí mismo.
Hay riesgos que uno debe correr y peligros a los que tiene que exponerse, pues como bien dice el refrán: lo que no mata fortalece. Y es precisamente eso lo que nos forma para ser capaces de sobrevivir. La sobreprotección, sobra decirlo, no nos permite aprender a sobrevivir y es, más allá de su bondadosa apariencia, completamente dañina; aunque no sobra decirlo, porque conozco muchísimos casos de sobreprotectores que parece que no lo han oído o entendido: en los últimos años, compruebo con espanto, la adolescencia se prolonga indefinidamente.
Nuestra condición de seres sociales, por otra parte, determina que nunca podamos prescindir de la ayuda de los otros y que, por lo tanto, nunca podamos estar solos en sentido estricto. Hay leyes, hay instituciones, una red de personas próximas, el conocimiento y la cultura cuya ayuda es permanente y qué bueno. Pero una cosa es este marco social y otra no poseer uñas para defenderse. Qué dilema es encontrar el punto exacto de la ayuda y qué valioso no ser un sobreviviente de invernadero, sino esta jacaranda que crece contra todo en una azotea.
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@oscardelaborbol
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