Y ahora… ¿quién podrá defendernos?

02/09/2011 - 12:03 am

Torreón, Coahuila. Sábado 20 de agosto. Se suspende el partido entre el Santos y el Morelia en el minuto 40 del primer tiempo. No eran todavía las 8 de la noche. El único marcador: las imágenes de los aficionados protegiéndose entres las gradas y corriendo ante el miedo provocado por un tiroteo ocurrido en las inmediaciones del estadio Corona.

Ciudad Juárez, Chihuahua. Miércoles 24 de agosto. Un hombre fue ejecutado a la entrada de una escuela primaria, mientras padres de familia esperaban a sus hijos afuera del plantel. Cuatro madres fueron heridas. Era la 1 de la tarde. En plena luz del día. Día de actividades cotidianas.

Monterrey, Nuevo León. Jueves 25 de agosto. Eran apenas a las 3:30 de la tarde. Un ataque en contra del Casino Royale dejó 52 muertos y 10 lesionados. En sólo dos minutos y medio, con galones de gasolina y un cerillo se cobraban deudas pendientes.

Todos estos hechos no ocurrieron en medio de la penumbra y las oscuras redes del crimen organizado y la narcoviolencia. Fueron a plena luz del día. Sin miedo a la justicia y afectó a ciudadanos como usted. Como tú y como yo.

Ninguna de las personas que vivieron la angustia, el terror, la violencia o la muerte eran narcotraficantes luchando por una plaza. Ninguna de esas personas quisieron participar en la guerra contra el narcotráfico que vivimos desde el 2008 y que ya ha costado prácticamente 40 mil vidas. Y deberíamos también revisar las cifras no contabilizadas de las secuelas físicas y psicológicas de quienes sobreviven o presencian diversos episodios de la guerra.

Las imágenes son cada vez más cercanas a todos. No es una guerra de buenos contra malos. No es una guerra de distribuidores de droga contra la legalidad. Es una guerra de todos los abusos y actos de corrupción contra todos los demás. Contra todos los usted, los tú o los yo que salimos todos los días a la calle para ir a la escuela, al trabajo o a divertirnos. Estamos dentro de un fuego cruzado en el que nos sentimos vulnerables, indefensos. Y aquella pregunta que antes hacíamos como broma, ahora se hace a diario en forma más que seria, y con el temor de no encontrar una respuesta positiva: Y ahora… ¿quién podrá defendernos?

No es el Chapulín Colorado con su chipote chillón, ni con su astucia. Y parece que tampoco lo es el actual gobierno con la suya. Al menos, no es lo que la mayoría de la población siente. Y es que por más racionales que sean las explicaciones o los discursos, nuestro sentido de indefensión crece.

Durante su mensaje a la nación después de los acontecimientos en el casino de Monterrey, el presidente Felipe Calderón lanzó culpas a Estados Unidos por ser el mayor consumidor de drogas del mundo y ser el proveedor de armas a los narcotraficantes. Cuando a la luz de las investigaciones todo revela que el caso tiene que ver con extorsiones y derecho de piso en el casino (como ocurre con otros comercios y en otras zonas del país) y sin que mediara un balazo, sino gasolina y un fósforo.

Es cierto que Estados Unidos tiene esa y más culpas. Es cierto también que se le deben exigir cuentas por operativos fallidos y por no seguir una política bilateral de apoyo en la lucha contra el narcotráfico. Pero México también tiene sus responsabilidades. Vivimos en un marco de extorsiones, explotaciones de niños y adolescentes en trabajos forzados, abusos sexuales, búsqueda de dinero fácil, redes de piratería, tráfico de personas y drogas que involucran a mexicanos dentro de la sociedad, del gobierno, de las empresas y no en raras ocasiones, hasta de las iglesias. Los pecados del lado mexicano son varios. El peor: la impunidad. Y si no, sólo recordemos la guardería ABC. Ni narcos, ni armas. Niños y padres de familia víctimas por lo que podría ser un incendio provocado y que, a pesar de haberse dado nombres, la justicia no termina de llegar a dos años de ocurrido el siniestro.

En las declaraciones hechas después de estos hechos se reparten las culpas. No se oye compromiso ni camino a la solución, Nevertheless in Gringoland, un estudio difundido este miércoles 31 de agosto, ratifica la preocupación nacional de los mexicanos por la violencia generada en la guerra contra las drogas y cómo cada vez más los mexicanos favorecen la presencia militar de Estados Unidos en el país.

El informe “Las preocupaciones principales sobre el crimen y los cárteles de droga en México”, fue elaborado por el Pew Research Center’s Global Attitudes Project entre el 22 de marzo y el 7 de abril de 2011. En él, participaron 800 personas a través de encuestas presenciales.

Mientras en México las víctimas de la guerra contra las drogas continúan acumulándose, las percepciones de avances parecen escasas. El reporte señala que un 45% de los mexicanos considera que el gobierno está progresando en la lucha contra los cárteles, un 29% aseguró que está perdiendo terreno y 25% dijo que las cosas estaban igual que en el pasado.

A pesar de esto, un 83% apoya el uso del ejército mexicano para luchar contra los traficantes de droga y más aún, el 74% de los entrevistados estaría de acuerdo con la ayuda de Estados Unidos en el entrenamiento del personal militar.

Pero la variable de este estudio es que un 38% se manifestó a favor del despliegue de tropas militares estadounidenses en México.  Y si bien, todavía hay un 57% en contra, hubo un aumento de 12 puntos en comparación a los resultados de la misma encuesta en 2010. Y lo peor: estos números son reflejo de una encuesta hecha antes de los acontecimientos vividos en el estadio, en la escuela y en el casino. Esto por sólo mencionar casos que nos estremecieron como opinión pública, pero que han sido constantes desde hace ya cuatro años en una u otra dimensión de la llamada lucha contra el narcotráfico.

Estos números deberían poner a pensar al Gobierno mexicano. Casi la mitad de los mexicanos considera que el gobierno avanza, la otra mitad no. Y si se le añade la cifra del 30% que considera que está perdiendo terreno frente a los cárteles, sólo un 20% apoya la estrategia de Felipe Calderón. Estos números no son más que el reflejo de las imágenes que día a día se nos quedan en la mente, en el corazón, en el hígado.

¿Quién va a querer celebrar el 15 de septiembre la Independencia? ¿Quién se siente orgulloso de ver a sus pares corriendo del ruido de balas en un estadio o de cómo, en una operación que no duró más de tres minutos, un grupo de 12 mexicanos atentó contra otros 50 o los más que pudieron haber muerto en un casino?

Hay quienes proponen incluso no celebrar la gesta de independencia. A un año de las grandes celebraciones del Bicentenario, ya no nos cuestionamos los costos económicos de las fiestas septembrinas, lo que nos cuestionamos es quiénes somos los mexicanos y qué pasa con nosotros como nación. No podemos esperar a que vengan el Chapulín Colorado o los estadounidenses a “salvarnos” de la violencia contra el narcotráfico. Bastaría con ver la espiral de odio en Afganistán, Irak o Libia, por mencionar algunos.

Las cifras del Pew Center no son ley, pero dejan ver que ante la indefensión, los valores de una nación independiente, como son la libertad y la soberanía están en tela de juicio.

El gobierno debería entender que un 38% que apoya la entrada de los militares estadounidenses, no solamente desconfía de sus autoridades mexicanas o del liderazgo en esta guerra contra el narcotráfico. Y si bien, alguien puede argumentar que esa cifra no es todavía la mayoría o al menos la mitad de la población la que piensa así, sí es un número que en menos de 365 días creció. Y duele leer cómo un alto porcentaje de mexicanos está dispuesto a ceder su soberanía por volver a salir a la calle.

¿De qué sirve así celebrar un 15 de septiembre?  Sería conveniente que fuerzas políticas, empresariales, medios de comunicación, corrientes religiosas, grupos cívicos y ciudadanos intentemos abrir el debate a un pacto nacional que de manera inteligente y consensuada le de sentido al proyecto de nación que  queremos.

Urge que el señor Presidente y su gabinete lean lo que pasa en las redes sociales, lean las cifras de estudios como el del Pew Center y otros más. Es importante que entiendan que se requieren ya acciones. Porque si bien ahora se ponen modernos con toda una campaña para responder por redes sociales las preguntas que la ciudadanía quiere que responda el Presidente, lo que se necesitan son acciones. No necesitamos frases tranquilizadoras, porque no las hay y ya no se creen.

La gente no quiere violencia, no quiere sentir la fragilidad de poder convertirse en cifra de la lucha contra el narcotráfico o de una nota periodística.  Aún recuerdo cuando los políticos, para justificar sus medidas, se referían a la llamada “opinión pública”. Hoy en día me pregunto si la toman en cuenta, si existe entre los elementos a considerar cuando se toman decisiones o se establecen estrategias. Para que todos vayamos en la misma dirección, a menos debe haber un consenso. Un acuerdo.

Entre los daños colaterales de esta guerra no sólo están las cifras de otros muertos y heridos, no sólo están los costos económicos. Hay un daño colateral que nos debilita. Nos sentimos indefensos y aprisionados en nuestras propias casas. Nos sentimos enojados y sin liderazgo. Los conceptos de libertad, independencia o soberanía se han vuelto frágiles palabras. ¿Una vez vulnerado México como nación, qué es lo que queda?

Hilda García
Estudio Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México, obtuvo el grado de Maestría en la Univ. de Miami con el tema de los “Weblogs y la mediamorfosis periodística”.
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