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Héctor Alejandro Quintanar

02/08/2024 - 12:05 am

La disyuntiva del Partido Acción Nacional

“Pero lo que olvidó el PAN y los precursores de Gálvez es que las campañas políticas se hacen menos con saliva que con memoria”.

La candidatura de Xóchitl Gálvez, anunciada como destape en la primera quince de junio de 2023, sí sacudió mucho en la política. Pero no a nivel nacional, ni en el preámbulo de la contienda presidencial, donde fue un personaje anodino que desde el inicio estuvo destinada a ser poco competitiva y a un fracaso estrepitoso. Donde Xóchitl Gálvez sí significó un terremoto al menos momentáneo fue, sin embargo, en la identidad ideológica del Partido Acción Nacional.

Y es que el propio anuncio de la candidatura de Gálvez entrañaba una paradoja obvia que el PAN nunca supo procesar en la elección de 2024. Hoy podemos decirlo con toda claridad: la postulación de Xóchitl Gálvez como candidata fue un intento burdo por tratar de construir un personaje que, presuntamente, encarnaba cierto progresismo y carácter popular, que con ese perfil buscara arrebatar votantes a la enorme base que a lo largo de seis años ha mantenido apoyo y aprobación sostenidos al presidente de la República… precisamente por haber demostrado con hechos ser precursor de un proyecto relativamente progresista y popular.

La candidatura de Gálvez fue la aceptación tácita de que la oposición del PAN y el PRI hicieron un diagnóstico incorrecto en 2018, al usar como estrategia el sectarismo de oponerse a todo y acusar que todo lo que provenía del gobierno federal estaba mal y había que combatirlo para así evitar una deriva autoritaria y un supuesto desastre en todos los órdenes.

La candidatura de Gálvez fue la aceptación tácita de que PRI y PAN reconocían la amplia popularidad del presidente y trataron de construir una candidatura a su imagen y semejanza; mediante la leyenda de una mujer de origen humilde preocupada por causas de las mayorías, que además tenía el rasgo ventajoso de ser una senadora que no había lanzado diatribas ni condenas a los programas sociales distintivos del gobierno de López Obrador y, albricias, tampoco militaba formalmente en ningún partido.

Pero lo que olvidó el PAN y los precursores de Gálvez es que las campañas políticas se hacen menos con saliva que con memoria. Y es ahí donde estaba el obstáculo del PAN y de la propia Gálvez. ¿Cómo iba a hacer brillar su aura “apartidista” si en los hechos ha sido desde hace veinticinco años una panista sin credencial que además aprendió a hacer política en el rancio y autoritario foxismo?

¿De qué le servía el bono de no militar en ningún partido si éste se opacaba de inmediato al ser postulada por las tres organizaciones partidistas de peor reputación en México, en la alianza PRIANRD? ¿De qué le servía ser la senadora progresista, si en los hechos sus compañeros de ruta eran partidos que no sólo arremetieron por todo el sexenio contra los programas sociales sino que, institucional y sistemáticamente, los votaron en contra? ¿De qué le servía ser una supuesta mujer abanderada de causas de género si en su equipo abundaron los precursores del conservadurismo rancio de siempre?

Y más importante, ¿de qué servía la supuesta trayectoria individual progresista de Gálvez si de inmediato como candidata se corrió a la peor ala de las derechas, al abanderar el calderonismo en campaña con Max Cortázar a la cabeza y basar su campaña en mentiras y ataques indignos, tal como lo hizo en 2006 el gobierno de Fox, al que la propia Gálvez perteneció? Esa serie de inconsistencias y de resabios indeseables del peor panismo era imposible ocultarla en huipiles, en botargas o en espots.

De ahí que la campaña de Gálvez se centrara en lanzar invectivas mentirosas a su principal contendiente, Claudia Sheinbaum,  y contra López Obrador, mientras, en la esquizofrenia política, firmaba con sangre conservar los programas sociales, que, según ella, iba a mejorar y a extender por todo el país.

“Los programas se quedan pero Morena se va”, así, se convirtió no en una ingeniosa frase progresista y crítica de Gálvez ante el gobierno actual, sino una prueba de que ese amasijo amorfo que fue la alianza PRIANRD carecía de un eje rector de discurso y de diagnóstico de país. Tal vez porque desde 2018 nunca lo tuvieron.

Hoy que la campaña cesó y el PRIAN perdió la elección contundentemente, tendría que venir una severa autocrítica del PAN sobre su estrepitosa derrota de julio pasado. Pero la voz cantante en el partido blanquiazul, el dirigente Marko Cortés, puso una carta sobre la mesa el 17 de julio pasado. “Perdimos”, dice, “porque no nos distinguimos del partido en el gobierno” y porque, continúa Cortés, “entramos a la dinámica de quién da más programas sociales”. Y cerró con un exabrupto revelador que, en los hechos, es un rechazo a esa política programática: dijo Marko Cortés: lo que hay que hacer no es dar pescado, sino enseñar a pescar.

Y eso pinta de cuerpo entero el dilema que el PAN post-Xóchitl Gálvez hoy enfrenta. No es sólo la crisis electoral del partido, aquejado por dos derrotas presidenciales contundentes al hilo y la pérdida de gubernaturas clave de 2018 a 2024. Es también su crisis de identidad.

El 18 de febrero de 2006, cuando el gobierno del PAN enfrentaba la supuesta amenaza “populista” de la primera candidatura de Andrés Manuel López Obrador, Fox fue explícito en decir que los programas sociales eran una salida falsa y que llevarían al país a la quiebra. Sin embargo, mientras espetaba estas quejumbres en cualquier foro que se le presentara, al mismo tiempo su gobierno autorizó una supuesta pensión a adultos mayores de míseros 500 pesos.

La contradicción rampante: Fox atosigaba un derecho social capitalino y universal para adultos mayores; acusándolo de llevar al país a la quiebra, pero al mismo tiempo su gobierno hacía trastupijes para repartir migajas que buscaran arrebatarle algo de popularidad a su odiado contrincante.

Para mayor incongruencia, las huestes del calderonismo en campaña en ese mismo febrero de 2006, acusaban la salmodia dizque bíblica de que “no hay que dar pescado sino enseñar a pescar”, en aras de deslegitimar los programas sociales. Hoy, dieciocho años después, que Marko Cortés excrete exactamente las mismas palabras que los calderonistas en campaña hace casi dos décadas, es un indicativo fuerte de que el PAN no ha cambiado mucho desde entonces a hoy.

La crisis del PAN -y del PRI, y la desaparición del PRD-, tienen una misma raíz explicativa: en 2018 nunca notaron el tsunami que les pasó encima, y entre la negación y la soberbia, se han abstenido de hacer una autocrítica satisfactoria y un diagnóstico serio de país. Que hoy Marko Cortés, impulsor entusiasta de Xóchitl Gálvez hace apenas un año, zigzagueé para señalar que el famoso producto milagro de su candidata falló por supuestamente correrse a la izquierda, es un claro indicio de que ese diagnóstico y autocrítica siguen pendientes.

En esa crisis, hoy un sector de la oposición parece no darse cuenta del tamaño del reto que enfrentan. No sólo tienen enfrente a un adversario poderoso cuyo tamaño proviene de la legitimidad de las urnas. Tampoco han visto que su debilidad emana de sus vicios numerosos. Y en ellos se encuentra la incapacidad de asumir sus limitaciones contemporáneas y su falta de identidad ideológica.

Hoy, Acción Nacional proclama una bandera débil: acusar un vicio de origen en el nuevo gobierno mediante imputarle una inexistente elección de estado y atacar los resultados de las urnas acusando una inexistente sobrerrepresentación. Al parecer, de nuevo el perfil del PAN va a depender de la coyuntura y no de los principios.

La situación no es halagüeña. Las derechas mexicanas demostraron ya que cuando son débiles, en vez de recurrir en la autocrítica, caen en el autoengaño y la desesperación. Y eso no le conviene a nadie, bajo la premisa que señalaba Bertold Bertch, acerca que lo peligroso que puede ser un conservador asustado.

Héctor Alejandro Quintanar
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

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