Ricardo Anaya Cortés –el candidato que prometió encarcelar al Presidente Enrique Peña Nieto; el que se impuso a sus opositores al interior del partido para hacerse de la candidatura presidencial; y el que en pocos años logró pasar de un político joven y promesa, a un flamante segundo lugar en la carrera por Los Pinos– hoy fue un fantasma.
Lejos quedó el protagonismo que mostraba en los debates. Y este 1 de julio, sólo se mostró para emitir su voto; y horas después, para reconocer su derrota…
Ciudad de México, 1 de julio (SinEmbargo).- El candidato presidencial Ricardo Anaya Cortés fue un fantasma. Hoy, en el día de una elección histórica, sólo estuvo presente para anunciar su voto; y luego, su derrota.
Al candidato presidencial del “Frente Por México”se le vio poco. Entre las 10:00 horas y el mediodía estuvo en la ciudad de Querétaro, donde votó y expresó que veía buenas posibilidades en un día en que la democracia ganaría.
“Me siento muy contento, muy emocionado, lleno de esperanza, convencido de que este va a ser un gran día […]. Y espero que estemos todas y todos esta noche festejando el triunfo de la democracia”, dijo a los medios de comunicación presentes, con la misma sonrisa enquistada que mostró durante casi 90 días de campaña política.
Se le vio acompañado de su esposa Carolina Martínez, así como de sus hijos, Carolina, Mateo y Santiago. Y cuando tuvo que admitir que la batalla estaba perdida, ella también estuvo ahí.
“Ninguna democracia funciona sin demócratas, por eso, porque creo en la democracia y porque soy un demócrata, acepto que las tendencias benefician a Andrés Manuel López Obrador”, enunció sin decir la palabra “derrota”, con la cara y la sonrisa aún en alto.
“Reconozco su triunfo y le doy mi felicitación por el bien de México”, siguió. Y con ese talante abrazó a sus simpatizantes, a sus copartidarios y a su familia. Y las voces y palmas retumbaron los muros y los suelos. Había aparecido el fantasma que dio batalla hasta el último momento.
“Ricardo, Ricardo, Ricardo”, aclamaron sus prosélitos. “Anaya, Anaya, Anaya”, iba el coro in crescendo.
Miró al frente, dominando el escenario. Y casi como si pudiera ver a López Obrador flotando en el aire, le advirtió que sería un opositor férreo en lo que no coincida con él; y también, en el Congreso de la Unión. Pero asimismo, refirió que lo apoyaría si llegaran a confluir en algún punto.
Más allá de eso, se supo que Ricardo Anaya estuvo todo el tiempo en reuniones con gente de su partido. Nadie reveló dónde ni cuándo. Así fue casi todo el día.
Inclusive, en el hotel Camino Real de Polanco -el centro de operaciones de los partidos Acción Nacional (PAN), de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (MC)- no se apareció hasta pasadas las 20:30 horas, cuando reconoció que los resultados no le eran favorables.
La primera cita del candidato panista estaba programada a las 12:30 horas y no llegó. Luego a las 18:00 horas. Tampoco se presentó. Y entre los reporteros y periodistas se hicieron la misma pregunta: ¿En dónde está Ricardo Anaya? (hubo quien bromeó diciendo que “perdido”).
En lugar del llamado “niño maravilla”, los líderes nacionales de los partidos que conforman al “Frente Por México” (PAN-PRD-MC) e integrantes de sus respectivos equipos de trabajo salieron a dar noticias al público presente.
Antes de las 19:00 horas, se proclamaron victoriosos –según sus propios datos– en los estados de Guanajuato, Puebla, Veracruz y Yucatán. Y en el caso de la Jefatura de Gobierno capitalino, aseguraron entonces que su candidata, Alejandra Barrales Magdaleno, llevaba una ventaja de “dos puntos porcentuales”.
Unos minutos después de esas declaraciones, Barrales Magdaleno reviró a sus competidores, en una conferencia de prensa al filo de las 19:30 horas, que “serenos, morenos” porque nada estaba ganado aún.
“En respeto y en un acto de responsabilidad yo quiero llamar a la calma y que respetemos este conteo que no ha terminado”, dijo, ya que “las elecciones se ganan con votos, no con encuestas, y los votos aún no han sido contados”.
Mientras los políticos frentistas se mostraban positivos, las encuestas de salida (El Financiero, Mitofsky, Reforma y Televisa, etc…) los contradijeron: en Chiapas, Ciudad de México, Morelia y Tabasco el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) llevaba una amplia ventaja. Guanajuato y Jalisco se pintaban de azul y naranja, respectivamente. Pero Puebla y Veracruz tenían una elección cerrada entre PAN y Morena. Y en Yucatán, el blanquiazul y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) iban codo a codo.
Sin embargo, ninguno de los frentistas habló de las elecciones presidenciales. Estaban determinados a esperar los resultados del Programa de Resultados Preliminares del Instituto Nacional Electoral (INE).
En lo que lo hicieron, en el Camino Real de Polanco se observó el ánimo frío de los líderes del PAN, PRD y MC. Subían las escaleras y las bajaban; entraban en un cuarto, desaparecían y se volvían a materializar. Vagaron como almas en pena, y de vez en cuando, sus caras bosquejaron una sonrisa. Pero había secrecía en el ambiente. Y Anaya fue, durante la jornada, su secreto mejor guardado.
“LASTIMARON MI CAMPAÑA”
Ricardo Anaya Cortés pareció convencido, de cabo a rabo en esta elección, que luchaba por “un México libre, un México justo y un México soberano”, dijo en la primera noche de julio. Y por eso –explicó mientras decía adiós– “vamos a seguir luchando”.
Sin embargo, su carrera presidencial estuvo marcada por la “imposición” de su figura, han repetido una y otra vez los analistas. Y también, porque en algún momento abrió más frentes de los que pudo controlar (su ambición y su estrategia lo llevaron a su Waterloo, o bien, a su batalla perdida).
Usó su puesto como presidente del Partido Acción Nacional (PAN) para construir su candidatura, inclusive, causando la fractura del blanquiazul. Primero con la salida del ex Presidente Felipe Calderon Hinojosa y de su esposa Margarita Zavala Gómez del Campo, quien también buscaba llegar a Los Pinos. Luego causando divisiones internas entre aquellos que lo apoyaron y aquellos que lo consideraron un déspota o autoritario.
Hubo éxodos en el partido fundado por Manuel Gómez Morín. Y la escisión panista fue tan grave que el 30 de junio, a un día de la votación presidencial, tres panistas fueron expulsados –los senadores Ernesto Cordero y Jorge Luis Lavalle, así como la ex Diputada federal Eufrosina Cruz Mendoza– por apoyar al abanderado del Revolucionario Institucional, o bien, por estar abiertamente en contra de Ricardo Anaya.
Además, el “niño maravilla” abrió otro frente de batalla contra el PRI, su candidato Jose Antonio Meade Kuribreña, e inclusive en contra del Presidente Enrique Peña Nieto, al que acusó de “corrupto” y al que amenazó con encarcelar.
Ricardo Anaya generó enemigos en casa. Y mientras peleaba con Andrés Manuel López Obrador, soltaba cachetadas al habitante de Los Pinos.
No hay forma de probar que el Presidente se enemistó con él. Pero lo cierto es que a este punto de la historia, instituciones como la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade) y la Procuraduría General de la República (PGR) comenzaron una investigación en su contra, en parte, por una denuncia del calderonista Ernesto Cordero.
El político queretano se vio entonces perseguido por el escándalo que no lo deja descansar desde mediados del año pasado. Entre 2010 y 2014, Anaya adquirió y vendió un terreno en el que construyó una nave industrial. Y en poco tiempo, bajo sospecha de haber utilizado una red de empresas fantasma, convirtió 10 millones de pesos en más de 50.
En junio, unos videos lo “implicaron”. Mostraban al hermano del empresario con el que supuestamente hizo negocios turbios –y quien además le habría dado 80 millones de pesos en beneficio de su candidatura presidencial– en un juego de conflictos de interés, delitos electorales y lavado de dinero.
Desde la publicación del material gráfico, Ricardo Anaya acusó al Gobierno federal de tramar e incidir en su contra por haber dicho que Peña Nieto era corrupto y que iría a parar a la cárcel.
Hoy, 1 de julio, Anaya reconoció que Andrés Manuel López Obrador será el nuevo Presidente de la República Mexicana. Y con ese golpe moral encima, reiteró que “el Gobierno federal puso facciosamente a la PGR y a otras instituciones para lastimar mi campaña y mi candidatura”. Sin embargo, indicó, “eso no mancha la candidatura de López Obrador”.
LA ESPUMA QUE NO SUBIÓ
Desde abril de este año, cuando dieron inicio las campañas electorales, existió una férrea batalla por el segundo puesto en las preferencias electorales.
Durante meses, el panista Ricardo Anaya Cortés y el abanderado priista José Antonio Meade Kuribreña lucharon por despegar (20 puntos porcentuales fue su promedio en la mayor parte de las encuestas). Y Andrés Manuel López Obrador siempre fue una locomotora imparable (40 puntos en promedio).
Anaya tuvo un objetivo desde el primer día: asegurar la segunda posición y acercarse al morenista. Y a pesar de que el político panista se alejaba y se acercaba de Meade, en tiempo de campañas nunca pudo superar su mayor nivel de diferencia con el ex Secretario de Hacienda, cuando en periodo de precampañas llegó a sacarle hasta 12 puntos de ventaja.
Anaya no pudo asegurar el segundo lugar. Y como la espuma de un suflé, pareció alzarse; pero al poco rato, decayó.
El ambiente de la primera noche de julio, en el búnker de la coalición frentista, reflejó esa incertidumbre.
Los partidarios del “Frente Por México” hablaron de victorias a nivel local, pero no se atrevieron a mencionar la situación del candidato presidencial.
Tampoco Anaya se apareció. En todo el día, lo vimos hacer cola por dos horas para votar. Y en todo el día, dio dos discursos de no más de 15 minutos cada uno.
La espuma subió. Luego desapareció.