Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

02/06/2018 - 12:02 am

Mudarse

Hace algunos años mudé a toda una comunidad en una novela (“Instrucciones para mudar un pueblo”). Salvo por ese desplazamiento monumental, yo sólo he tenido unas cuantas mudanzas sin mayor interés: dentro de la misma ciudad, a no demasiada distancia. La que ahora nos ocupa, es, de hecho, la que menos metros nos ha desplazado. […]

Mudarse no es sencillo. Sin embargo, permite un montón de diálogo consigo mismo. Foto: Cuartoscuro

Hace algunos años mudé a toda una comunidad en una novela (“Instrucciones para mudar un pueblo”). Salvo por ese desplazamiento monumental, yo sólo he tenido unas cuantas mudanzas sin mayor interés: dentro de la misma ciudad, a no demasiada distancia. La que ahora nos ocupa, es, de hecho, la que menos metros nos ha desplazado. Y, pese a ello, significa muchas cosas.

Tengo amigos y conocidos que se han mudado de ciudad, de país e, incluso, de continente con toda la familia a cuestas. Supongo que, al margen de las consideraciones que han acompañado ese cambio de vida, hay mucho de asombro contenido en el arribo a un nuevo lugar, a un departamento nuevo o a una casona antigua.

Uno va desvelando los secretos que acechan en el nuevo inmueble mientras las cajas lo retan con la sevicia propia de los altaneros. Los sonidos de las tuberías cambian y cada uno de los paquetes de libros esperan a ser desembalados. Y esperan mucho, pues lo primordial es hacer habitable el espacio. Los niños llevan mano a la hora de acomodar su recámara mientras uno se pregunta, una y otra vez, caminando a oscuras por la noche por los pasillos aún inexplorados, cómo fue que no se le ocurrió subir sendos vasos de agua con este calor. También está la incomodidad, imposible sentarse en los sillones que no han llegado, el piso es frío e incómodo, la computadora ronronea sobre él y un rayo golpea inclemente la pantalla a través de ese vidrio que aún no consigue una persiana a su medida. La ropa, claro está, exhibe sus arrugas cuando uno consigue dar con ella, esquivando cajas de zapatos cerradas que no se han abierto en años pero uno acarrea porque tal vez algún día se necesiten. Tal vez lo más absurdo sea la burla cotidiana de los trastos, escondidos en nuevas gavetas que no es sencillo memorizar conforme uno intenta acostumbrarse a los nuevos olores de la cocina. Y así se acumulan los temperamentos del nuevo espacio que habitamos.

Eso sí, el mayor de los asombros no proviene de la vista a través de la ventana o del clima inclemente que nos hace arrepentirnos del traslado sin considerar que en el sitio previo sería igual de agresivo. El mayor de los asombros llega con nuestras propias cosas. Abrir una caja llena de pequeños objetos obliga a acomodarlos y esto, a su vez, implica cierto método, un sistema de clasificación, ponerles atención de nuevo tras meses, años o décadas de indiferencia desmedida.

Me descubro jugando con un insólito compás para hacer círculos diminutos que me regaló mi abuelo cuando yo era niño. También tengo fotografías semiveladas, diapositivas, un lápiz rectangular de una botica de pueblo; decenas de plumas que no he usado ni usaré, gomas de colores, sacapuntas para alguien que lleva décadas escribiendo sólo con pluma; medio centenar de llaves me hacen preguntar por puertas y rendijas, ni modo de tirarlas, sus posibilidades son muchas; una boquilla de corneta, dibujos de mis hijos, las manidas servilletas con ideas para textos que nunca escribí; una piedra de colores, herramientas oxidadas, una cinta métrica de sastre, una máscara diminuta; y un puñado de objetos que desfilan por mis manos mientras persigo la idea precisa que me hizo conservarlos… Cada tanto la encuentro y el asombro continúa, ya sea por la respuesta o por la inquietud de no dar con su sentido.

Mudarse no es sencillo. Sin embargo, permite un montón de diálogo consigo mismo. Claro está que, mientras tanto, los libros continúan extendidos sobre el suelo, lanzando su desafío recurrente: a ver en qué momento nos ocupamos de ellos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video