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Tomás Calvillo Unna

02/05/2018 - 12:00 am

No al miedo, sí a la política social

La barbarie de hoy convierte a grupos de empresarios en cómplices de los crímenes que afectan al país entero; el flujo de dinero ilegal para inversiones, compra de tierras, negocios y jueces, los ha desvirtuado y convertido en actores claves del capitalismo salvaje.

“La nación, el árbol del pizarrón”.

Se equivocan ciertos sectores empresariales al querer apostar a una opción unívoca y plana de prosperidad. Los temas centrales de corrupción, impunidad y violencia, no son ajenos a un modelo económico depredador con la naturaleza, con las comunidades, e incluso con el tiempo y los ritmos de muchos grupos sociales.

El capital privado requiere replantearse a sí mismo en términos de su quehacer social, y dinamizar su potencial de innovación y respeto, implementando mercados a escala local, regional e internacional más equitativos, donde la población enriquezca su calidad de vida participando con sus saberes e impidiendo la dependencia excesiva del consumo y sus migajas. Ahí está el lugar de la reforma educativa profunda, que alcance también a educar a los propios inversionistas.

La barbarie de hoy convierte a grupos de empresarios en cómplices de los crímenes que afectan al país entero; el flujo de dinero ilegal para inversiones, compra de tierras, negocios y jueces, los ha desvirtuado y convertido en actores claves del capitalismo salvaje.

La corrupción, impunidad y violencia es transversal, afecta a todos los grupos sociales y no es exclusiva de la clase política.

Los empresarios tienen que apostarle a un país de raíces profundas, indígenas, mestizas y criollas que son de una enorme riqueza y enseñanza, deben valorar el México de hoy, pensando en un inspirador y deseado mañana para todos.

La conciencia generacional nos advierte que somos eslabones; habitantes de Historia, Belleza y Misterio; responsables del destino individual y colectivo.

Para ello es necesario rehacer la trama social de la Nación y eso implica impulsar economías más balanceadas; lo que se puede definir como una política social dinámica, donde lo público y privado se entrelazan, respetando la diversidad y las posibilidades de distintos modelos que logren una economía justa, innovadora, que participe del mercado global, aportando un equilibrio que inicia en lo interno, en la casa común, la que respeta su entorno y a los suyos.

Se equivocan aquellos empresarios que pretenden imponer una sola vía, en una época donde las posibilidades se multiplican para emprender no solo mercado, sino sobre todo comunidad; mercado y comunidad articulándose.

Introducir el miedo es una inversión que a corto, mediano y largo plazo va a significar pérdida para todos.

Atreverse a pensar y explorar nuevas articulaciones en la diversidad del país, enfocándose en el desarrollo de una política social, que recupere el balance mínimo que necesita nuestra Nación para volver a respirar su paz, su justicia y su dignidad, esa si sería una inversión exitosa.

La prosperidad y ganancia sería mayor y podría ser compartida al recuperar para todos los espacios públicos.

Desde este contexto, los megaproyectos, como el aeropuerto de la Ciudad de México ¿no podrían concebirse de otra manera? porque no tres o cuatro aeropuertos a menor escala, ubicados estratégicamente, compitiendo entre sí y complementándose en calidad y servicio, diseminando en varias localidades dinámicas culturales (local global) de servicio y bienes., etc.

Y en el tema seguridad ¿por qué no pensar primero en un frente civil?, una primera línea de seguridad que no recaiga en los actores policiacos y militares, sino en la activación de los ciudadanos, sus responsabilidades adiestradas por inteligencia, estrategia y educación.

En fin, hace falta salirse ya de esa inercia de polarización contaminada exponencialmente por la mercadotecnia de lo inmediato. Este país requiere respirar profundo, para pensar y actuar bien y con sentido.

Seguir echándole leña al fuego, aunque sean tiempos electorales, no nos deja ver con claridad, y nos debilita aún más como un territorio histórico, cuya Nación puede tener un presente muy diferente, al de estar contando a sus muertos y buscando a sus desaparecidos.

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