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Julieta Cardona

02/05/2015 - 12:01 am

Aceptar que soy infiel

Qué terrible que es poner el cuerno y vivir con el temor de ser sorprendido. Por fin entiendo a mi padre, con quien, por cierto, me disculpo por todos los juicios que arremetí despiadadamente en su contra. Comenzar a andar este camino cuesta y cuesta mucho trabajo. Perdón, padre, era todavía más joven y más […]

Definición tomada de @Novelistik
Definición tomada de @Novelistik

Qué terrible que es poner el cuerno y vivir con el temor de ser sorprendido. Por fin entiendo a mi padre, con quien, por cierto, me disculpo por todos los juicios que arremetí despiadadamente en su contra. Comenzar a andar este camino cuesta y cuesta mucho trabajo. Perdón, padre, era todavía más joven y más tonta, pero en mi defensa argumentaré que Oscar Wilde dijo que los niños comienzan por amar a sus padres, cuando crecen los juzgan y, algunas veces, hasta los perdonan.

Andando este camino, pronto me di cuenta de que las películas que abordan el tema este de los cuernos, no exageran. Que la que exagera y omite detalles, incluso, es una, o uno, o la quimera en cuestión. Así que, siendo infiel, me tranquilizo diciéndome que yo no tengo la culpa –ni siquiera de llamarme bajo ese calificativo– sino la propiedad privada per se y la consecuente institucionalización del matrimonio o dígase, ya en caso de posible ambigüedad, la fidelidad mejor entendida como exclusividad carnal. La monogamia, pues, ha convertido cualquier cosa –y por cualquier cosa me refiero a cualquier cosa, a cualquier, pues, canita al aire–  en escándalo; todo se ha convertido en escándalo desde que la monogamia se impuso por culpa del cochino dinero.

Yo a todas les digo que soy fiel. Que soy muy fiel. Y todas me creen; yo, incluso, me la creo por la manera en la que me lo digo: no estás haciendo mal, no estás mintiendo, mentir es disociar –y disociar bien–, omitir no es mentir, omitir es no decir y no decir no es mentir. Será que lo mejor que sabemos hacer es pedir que nos mientan: miénteme, pero ve despacito y no me digas que estás haciéndolo.

Qué terrible es vivir en la penumbra de la culpa; culpa solo capaz de sentirse cuando te descubres actuando con amor por el tercero, con un amor similar por el tercero, con un amor inaudito por el tercero, con un amor igualito por el tercero, con un amor desbocado por el tercero, con un amor fuerte como el primero, con la fuerza de un amor primero, con la maravilla, premura y suerte de un amor primero, con el espesor de un amor primero.

Qué terrible es saberte partida en dos, cortada en dos, amada en dos, amante en dos, todo en dos. Qué terrible es entender que si una le abre la puerta a otra relación, no significa que quiera cerrar la primera sino que simplemente llegó algo igual de bueno, algo igual de bueno, algo igual, algo bueno.

Y es que yo soy de las que hago que odia que le hagan, pero, declaro: no soy de aventar la piedra y esconder la mano. Intento ser mentirosa para no pecar de cínica, para no pecar de hiriente, para no pecar de desleal. Para no pecar. ¿Adónde fuiste, amor? A casa de mi tía Juliana. Ah, bueno, anda ven conmigo a la cama. Deja me baño, estuve todo el día en la calle. Bueno, anda, ven a besarme la boca. La cepillaré antes, cepillaré su sexo que no es el tuyo, su saliva que no es la tuya, a ella que no eres tú, pienso sin decirle para no terminar mi matrimonio, mi institución privada, mi falsa monogamia y me voy al baño a borrar los mensajes de chats privados, los mensajes de sexteo en chats privados, las fotos de chats privados y las llamadas de mi tía Juliana, las llamadas a mi tía Juliana, los mensajes de mi tía Juliana, a mi tía Juliana, a Juliana.

La culpa solo se siente cuando se siente, cuando ahoga, abarca, te asfixia; solo se siente cuando te delata porque no sabes cómo dejar de partirte en dos, porque no lo has intentado, porque no.

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