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Jorge Alberto Gudiño Hernández

02/05/2015 - 12:02 am

Tras el dinero

La imagen pertenece a mi infancia, a las caricaturas. Un personaje maneja su automóvil a alta velocidad por una carretera. Tras un anuncio de enormes dimensiones se esconde un policía en su motocicleta. Está acechando. Espera que, de un momento a otro, pase alguien a exceso de velocidad para detenerlo. Entonces levantará una multa.             […]

La imagen pertenece a mi infancia, a las caricaturas. Un personaje maneja su automóvil a alta velocidad por una carretera. Tras un anuncio de enormes dimensiones se esconde un policía en su motocicleta. Está acechando. Espera que, de un momento a otro, pase alguien a exceso de velocidad para detenerlo. Entonces levantará una multa.

            Es una imagen que también se repite en películas de ciertas épocas. Si estos policías al acecho llegaron a desaparecer fue gracias a los radares de velocidad y a las fotografías que registraban las placas de los automovilistas.

            Trasladémoslo a la Ciudad de México que acaba de estrenar Reglamento de Tránsito.

            La esquina es una de tantas. Tiene la particularidad de que por una de las calles transita el Metrobús, eso hace que las vueltas a la izquierda estén prohibidas. Y está bien. Tiene lógica y no sólo eso, infringir la ley podría resultar peligroso. Al margen de lo anterior, se puede ver a una docena de policías de tránsito en el crucero. Sus patrullas mal estacionadas. También están al acecho. Aguardan a que un automovilista se dé la vuelta prohibida.

            Los que hemos vivido en esta ciudad varias décadas podemos dar cuenta de cómo ha cambiado el asunto de los reglamentos de tránsito pero, sobre todo, de su aplicación. No tengo el dato preciso pero fue durante la administración de López Obrador cuando las multas bajaron considerablemente. El argumento fue claro: para evitar la corrupción y las mordidas, sólo un selecto grupo de agentes de tránsito podría levantar infracciones. Era tan selecto que pronto desapareció. Así, vivimos un par de sexenios en la jungla de los conductores. Era casi imposible que se nos detuviera salvo que la flagrancia fuera extrema.

            Las cosas han cambiado. No sólo por el nuevo reglamento que ha aumentado las multas. Uno puede estar de acuerdo con las sanciones, con los actos que las ameritan. De eso no hay duda. Es sabido que manejar mientras se mandan mensajes de texto por el celular es peligroso. También debe serlo transportar sustancias tóxicas sin el permiso correspondiente. Está bien que se sancione. El aumento en las multas, sin embargo, es más cuestionable. Por dos razones. La primera, esta necesidad de llenar las arcas. Es como si a los automovilistas les gustara derrochar dinero. Intento explicarlo. A la mayor parte de los propietarios de un vehículo le resulta oneroso poseerlo. Muchos de ellos, además, están obligados a descansar un día a la semana cuando hay suerte. ¿El que se haya triplicado o quintuplicado la multa por hablar por teléfono disuade de hacerlo? No estoy seguro. En muchos casos son personas que, al día, no ganan para pagar la multa anterior. Mucho menos la actual.

            Eso sólo genera el segundo de los cuestionamientos: la mordida. Si a uno lo detienen y le dicen que lo multarán por, quizá, el equivalente a sus ingresos semanales, lo más probable es que intente “arreglarse” con el policía. Es más fácil, más barato, con menores consecuencias. Y eso lo saben los agentes de tránsito. ¿De qué otra forma se podría justificar el que estén al acecho? De poco sirven doce agentes en un mismo crucero, con sus patrullas, platicando, a la espera de que alguien cometa una infracción.

            Claramente van por el dinero.

            Es una lástima.

            Antes de terminar es precisa una aclaración. Estoy convencido de que la cultura vial de quienes transitamos en esta ciudad es casi nula. Somos agresivos, prepotentes, descuidados y muchos otros epítetos negativos. Lo somos en general. Lo somos, además, en una ciudad que es caótica y parece decidida a probar nuestra resistencia. De ahí que los reglamentos no sólo sean buenos sino necesarios. El problema es que, en verdad, parecen diseñados para recaudar dinero, no para mejorar la cultura vial.

            Dicho lo anterior, no queda más remedio que andar con más cuidado. Para unos significará manejar mejor; intentarlo. Para otros, estar atentos para asegurarse de que no hay un policía ávido de cubrir su cuota en los alrededores. Aunque uno nunca sabe, como en la infancia y en las caricaturas, bien podría estar escondido a la espera de uno de nosotros.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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