AMLO en su edén: la recuperación de valores éticos en la política

01/12/2018 - 12:03 am

¿Será el edén o sobrevendrá un infierno? La toma de posesión este sábado 1 de diciembre adelanta el gran cambio de México, no sabemos si para bien o como dicen los opositores, este país será Venezuela o Andrés Manuel López Obrador no sabrá cómo manejar la violencia. En este libro, AMLO y la tierra prometida, Bernardo Barranco coordina y él mismo redacta este artículo, destinados a analizar el proceso electoral 2018 y lo que viene.

Por Bernardo Barranco

Ciudad de México, 1 de diciembre (SinEmbargo).- Las expectativas y las dudas por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se multiplican. Ante esta incertidumbre, once analistas de primera línea ofrecen las explicaciones más informadas y agudas.

¿Qué México recibirá López Obrador? ¿Cómo fueron los comicios que lo llevaron al poder? ¿Qué problemas se padecieron y qué riesgos evidencian? ¿De qué tamaño es la podredumbre del sistema político y qué podemos esperar, por lo tanto?

En esta obra, tanto los críticos como los partidarios de AMLO encontrarán los datos precisos y las explicaciones exactas para entender la pasada elección y comprender qué México se nos viene encima.

Bernardo Barranco, Coordinador

Carmen Aristegui, Prólogo

Francisco Abundis · María Amparo Casar .  Juana Inés Dehesa . Rogelio Gómez Hermosillo .  Julio Hernández · Daniel Moreno. Ricardo Raphael. Ana Saiz · Jenaro Villamil .

Un libro para analizar y para estudiar. Foto: Grijalbo

Fragmento de AMLO y la tierra prometida, de Bernardo Barranco, con autorización de Grijalbo

Las campañas presidenciales de 2018 mostraron un fenómeno intempestivo: la notable irrupción de lo religioso en los discursos y actitudes políticas de los candidatos. Como nunca, los contendientes hicieron propia la agenda moral y religiosa de la Iglesia católica y de algunas iglesias evangélicas.

Los candidatos mostraron apegos conservadores a los valores religiosos y fueron conciliadores con la derecha religiosa e incluso la pentecostal. Dicho fenómeno no debe sorprendernos del todo si se tiene en cuenta la irrupción política en América Latina de un tipo de evangelismo político de corte neofundamentalista.

En diciembre de 2017, en un acto de campaña, José Antonio Meade —candidato del PRI—, con tono catequético, explicó los tiempos de adviento que preparan la Navidad. Ante mujeres mexiquenses, resaltó la vela rosa y pidió rezar por los feminicidios en el Estado de México. Se definió en diversas entrevistas como un hombre de familia y de misa dominical. El entonces presidente del PRI, Enrique Ochoa, con la modulación de pastor encendido, decretó que todos los mexicanos éramos guadalupanos. En el caso de Anaya, las diferencias diametrales entre el PAN y el PRD en temas como el aborto, los matrimonios igualitarios y la eutanasia decidió encorchetarlas; sin embargo, los reproches fueron inevitables por posturas tan disímbolas. La joya de la corona fue el encuentro entre Ricardo Anaya y el ultraconservador Frente Nacional por la Familia, filial yunkista, dado a conocer a los medios; ahí el candidato Anaya se comprometió a rechazar el aborto, mientras que el candidato independiente Jaime Rodríguez El Bronco reconoció ser creyente pero no muy religioso A pesar de ello, luego del temblor de septiembre de 2017, sorprendió al declarar: “Tendemos a estar demasiado liberales con la fe” y reconoció la presencia de un Dios castigador A su vez, Margarita Zavala, candidata independiente, se declaró creyente y con orgullo proviene de una familia de tradición católica, mientras que Mikel Arriola en la CDMX no desperdició oportunidad en su campaña para mostrarse como un católico apegado a los principios doctrinales de la Iglesia.

Andrés Manuel López Obrador fue el candidato que mayores alusiones y metáforas religiosas generó Su campaña empezó justo el 12 de diciembre guadalupano Sus alegorías religiosas se convierten en prédicas acerca de la moral de la política y el político tabasqueño lamenta la ruptura entre los principios y el ejercicio del poder en la política Según sus malquerientes, lo califican de “redentor” o “mesías tropical”, término acuñado por el historiador Enrique Krauze Pese a las críticas, amlo proclama con recurrencia llevar la imagen de la virgen en su cartera para que lo cuide; sin embargo, el mayor estruendo fue provocado por el sorpresivo anuncio de la alianza electoral de Morena con el Partido Encuentro Social (pes) con base social evangélica, especialmente de iglesias neopentecostales.

Dicho acuerdo político causó desconcierto en las bases seculares de Morena Ante la asamblea del PES, AMLO ofreció organizar encuentros ecuménicos e interreligiosos, así como reuniones con creyentes y no creyentes. Ante la militancia pesetista, con tono de prédica, prometió la elaboración de una “Constitución moral” para auspiciar una nueva corriente de pensamiento, que promueva un paradigma moral de amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria.

¿Se reconfesionaliza la clase política? y ¿cuál será el papel de la religión de la vida pública? Rafael Díaz-Salazar, en su libro Democracia laica y religión pública, presenta dos formas de presencia pública de la religión y de las instituciones eclesiales. La primera busca una normativización moral del Estado y de sus leyes, acordes con determinada concepción de las relaciones entre la religión, la moral y el derecho. Advierte el autor que esto constituye una modalidad de fundamentalismo ético-religioso con implicaciones políticas heredadas de los integrismos tradicionales. La segunda vincula la inspiración religiosa de transformación social presente en las religiones intramundanas (Max Weber) con la producción de ciudadanía políticamente activa y la profundización de la democracia.

El objetivo del presente ensayo es abordar precisamente los nuevos retos que se abrieron en este proceso electoral 2018 respecto a la religión, las iglesias y la política en México.

DUDAS FUNDADAS ACERCA DE LA PRESENCIA DEL VOTO RELIGIOSO EN LA ELECCIÓN DE 2018

La existencia del voto religioso es una polémica que se ha acrecentado, sobre todo en el proceso de 2018 En las agendas de todos los candidatos se contemplaron estrategias para congraciarse con la Iglesia ¿Es una falacia de la clase política el voto religioso, alejada de la sociedad, de analistas toscos y de actores religiosos que quieren sacar agua para su molino? o ¿efectivamente los principios religiosos son determinantes para el momento crucial de cruzar la boleta electoral? Sin embargo, las alianzas embrollaron las intenciones del supuesto voto clerical, como las constituidas por Morena con el PES  y el frente constituido por el PAN y el PRD. En términos religiosos, las posturas de sus actores en el interior de esos partidos son antagónicas y crearon confusión pues se entreveraban posiciones irreconciliables.

La clase política parece haber comprado la existencia del voto religioso En junio de 2016, Norberto Rivera y su semanario Desde la Fe celebraron la debacle del PRI en numerosas entidades debido al “voto de castigo católico”. Como respuesta punitiva a las posturas del presidente Enrique Peña Nieto en favor de los matrimonios igualitarios, la entonces dirigencia priista, en vez de analizar las causas del rechazo y el hartazgo ciudadano en las derrotas electorales, compró la tesis de la jerarquía católica y responsabilizó de las derrotas al presidente Peña Nieto. El voto religioso aquí fue maniobrado como ramplona justificación política.

En ese orden de ideas, surge una primera pregunta: ¿qué debemos entender por voto religioso? Es aquel que ejerce el ciudadano creyente siguiendo los principios y doctrinas que las iglesias decretan Dichos preceptos religiosos configuran la intención de un creyente para votar o no por un candidato o partido. Por ello, estaríamos ante el voto grupal, cuya convicción religiosa es determinante en la voluntad de los sufragantes. El voto religioso puede ser inducido por la estructura, sea un ministro de culto, una organización o también una comunidad de culto. Dicha persuasión política es estimulada por los aparentes designios de Dios, persuasión que puede ser sugestión, por presión o consigna: es el equivalente a un voto corporativo que el alto clero católico y el evangélico han tratado de vender a la clase política. En principio, hay que evidenciarlo, es una práctica antidemocrática y penada por la ley. El artículo 130, la Legipe y la ley de asociaciones religiosas y culto público prohíben tajantemente a las asociaciones religiosas inducir el voto a favor, en contra de algún candidato y mucho menos promover la abstención.

En el siglo pasado, en especial, el voto corporativo era inducido por patrones o dirigentes sindicales, gremiales o laborales, quienes utilizaban su influencia para que sus subordinados o afiliados votasen con determinada orientación, con lo cual violaban uno de los principios básicos de la democracia, que establece que el voto debe ser “libre y secreto”.

Pero el resultado en la elección de 2018 mostró que el voto religioso en cuanto tal no se hizo presente, es decir, no hubo un voto corporativo como tal inducido por las asociaciones religiosas que fuera determinante en el resultado final. Ni el voto religioso a favor ni el de castigo ni el voto católico ni el evangélico fueron distintivos en el balance final de las elecciones.

Desde Vicente Fox, en aquella alternancia panista del 2000, ha operado la utilización política de lo religioso y la tradición liberal laicista de la clase política se ha venido erosionando. Predomina el pragmatismo y el cortoplacismo electoral que ha llevado a partidos y políticos a relacionarse con la Iglesia con el interés de conquistar nichos electorales. Se opera una impostura religiosa de políticos que quieren congraciarse con las feligresías como mercados de votos. Por ello, la clase política establece relaciones clientelares con ministros prominentes y miembros del alto clero como interlocutores. Los partidos establecen intercambio de bienes de servicios materiales, relacionales y de poder con diversos ministros de culto. En suma, la clase política busca la complicidad clerical para alcanzar niveles de legitimación que los liderazgos religiosos ofrecen, como los casos de Norberto Rivera, Onésimo Cepeda, Antonio Chedraui, Rosi Orozco y el mismo Hugo Erik Flores del PES. Por su parte, los religiosos buscan privilegios y plataformas que posicionen a sus iglesias y sus agendas, sobre todo en materia moral.

Hablar del voto religioso en el caso de la Iglesia católica no es tarea sencilla. Como en casi todas las iglesias, la razón parece evidente, porque no es una estructura homogénea. El laberinto católico es espeso y muy diversificado. La Iglesia está filtrada o atravesada por todas las corrientes ideológicas y políticas presentes en la sociedad y aún más, está engarzada a corrientes teológicas concurrentes en la Iglesia a nivel mundial. En ese sentido, el conservador Frente Nacional para la Familia podrá incidir en un núcleo de feligreses de la Iglesia, pero no en toda. Por tanto, difícilmente podría demostrarse la incidencia contundente del clero en las preferencias electorales. De los más de 30 millones de votos que obtuvo AMLO, cabe suponer que aproximadamente 25 millones son de católicos, pero no podría afirmarse que AMLO fue el candidato católico ni que la Iglesia católica en tanto estructura operó a su favor. Diversos miembros del alto clero manifestaron sus reservas frente al fenómeno AMLO. Es tal la diversidad que militantes católicos de la ultraderecha católica encuentran más afinidades con Donald Trump que con AMLO y aun con el papa Francisco.

Un obispo sostiene relaciones de privilegio con la clase gobernante y con los grupos de poder fácticos, por lo general muy alejados de su feligresía. Ése fue uno de los reproches de Francisco en Catedral a los prelados en febrero de 2016. El alto clero habla a nombre de su grey y ofrece a los políticos plausibilidad sin consultar siquiera las bases que dice representar. Con sus particularidades, las iglesias cristianas tampoco escapan a su diversidad.

El tema del voto religioso se sube a la plaza pública en la alianza electoral que AMLO establece con el PES, un partido cuyas bases son evangélicas, en particular conformado por pentecostales. En el debate, dos elementos sembraban dudas sobre la efectiva existencia del voto colectivo de estos cristianos y se advertía la diversidad de modelos y liderazgos que se ejercen sobre todo en las iglesias pentecostales: primero, la mayoría de estas iglesias son pequeñas, en las cuales la influencia de los pastores es considerable en la vida y las familias de los feligreses. Dada la interacción directa ente los fieles y pastores, cabría suponer la inducción efectiva del voto. La segunda, son las experiencias de politización evangélicas en Sudamérica y Centroamérica, así como la notable irrupción evangélica en la vida política en países como Brasil, Colombia, Chile, Costa Rica, Honduras, El Salvador y Guatemala. Dicho ascenso de partidos de corte pentecostal se ha reflejado en poderosas bancadas legislativas. Si se ha operado en otros países, ¿por qué no en México también?

El PES no alcanzó su registro, por lo cual —de manera paradójica— el voto evangélico no le alcanzó para mantener por lo menos su registro Con la pérdida de registro del PES, el debate sobre el voto religioso hizo que la participación política de los evangélicos no se cancelara

LAS PARADOJAS DEL PARTIDO ENCUENTRO SOCIAL

Los procesos electorales se han caracterizado por el pragmatismo político de los contendientes que buscan el voto y la conquista del poder a cualquier precio, aun a costa de sacrificar tradiciones, memorias e ideologías de los partidos El PRI postuló a José Antonio Meade, un no militante; la izquierda perredista enarboló a Ricardo Anaya, integrante de la derecha yunkista del pan, y Morena realizó una extraña alianza electoral con Encuentro Social, un partido ultraconservador creado con bases de Iglesia evangélica en 2015 e inspirado en el activismo político de los pentecostales en América Latina.

Habría que distinguir que los llamados evangélicos, expresión genérica que conduce a los cristianos no católicos, están conformados por protestantes, por miembros de iglesias históricas y por los llamados neocristianos, o sea, aquellos provenientes de grupos pentecostales y neopentecostales. Estos últimos se han expandido entre los sectores populares desde mediados del siglo pasado. El partido, desde su nombre, tiene una connotación religiosa provocadora; por ello, el PES invoca al pez, el símbolo por excelencia de los cristianos primitivos. En ese sentido, el proceso de registro realizado por el INE desde 2014 deja muchas dudas, pues el espíritu constitucional del Estado laico no asienta la conformación de un partido confesional ni pararreligioso.

La alianza del PES con Morena creó confusión y enojo entre la militancia del partido. No es casualidad que en el acto de anuncio de la alianza con el PES, tanto la dramaturga Jesusa Rodríguez como la escritora Elena Poniatowska se manifestaron públicamente contra dicha alianza, con un cartel improvisado que decía: “No al PES”. Esto mostró preocupación en Morena y opinadores ante los riesgos de retroceso en libertades como los derechos reproductivos de las mujeres y la diversidad sexual. En un país de creyentes, la convergencia entre Morena y el PES fue más allá de lo religioso, porque la alianza es netamente electoral, pragmatismo puro.

Lo anterior se explica porque el PES está conformado por algunas iglesias pentecostales fundamentalistas y estuvo al frente de las marchas en contra de los matrimonios igualitarios, así como se unió a las organizaciones del Yunke. Los dirigentes del PES rechazan ser conservadores y se dicen tan pueblo como la mayoría de los simpatizantes de Morena, pero los hechos los contradicen: basta ver el contenido de sus iniciativas legislativas, es decir, las leyes evangélicas presentadas por el PES. En un recuento de sus iniciativas, la investigación de Ruiz Ramírez concluye: “Las iniciativas del PES tienen la finalidad de ajustar el marco normativo para establecer un orden moral único conforme a sus creencias, limitar la libertad de las personas para cuestionar ese orden moral, contar con medios para difundir sus ideas y controlar a las instituciones del Estado”.

El PES fue fundado por Hugo Eric Flores, de conocida trayectoria evangélica. Desde su fundación, trató de identificarse y atraer el universo evangélico. Flores es un personaje de largo linaje cristiano: nació en el seno de una familia vinculada con la Iglesia de Dios —agrupación de corte bautista—, estudió en una preparatoria presbiteriana y desde muy joven militó políticamente. Asimismo, trabajó en el PRI con el grupo de Colosio y fue asesor de Ernesto Zedillo, bajo la dirección de Liévano Sáenz. Erik Flores y el PES han tenido desde su constitución un comportamiento político oscilante.

Encuentro Social ha apostado por negociar en elecciones locales como estrategia de crecimiento. En 2003, antes de su registro federal, se alió exitosamente en Baja California con Convergencia. Tres años después se sumó a la campaña del PAN en 2005 en la candidatura de Felipe Calderón a la Presidencia, sirvió junto con Rosy Orozco y Casa sobre la Roca en ser los supuestos interlocutores de los cristianos no católicos y también se han aliado con el PRI. Por ejemplo, en las elecciones de 2017 se coaligó con el tricolor en el Estado de México y fue cómplice de uno de los mayores fraudes electorales en la historia reciente que llevó a la gubernatura a Alfredo del Mazo Maza. En 2018 se alió a Morena cuando unos meses atrás fue su adversario y victimario reciente en el Estado de México.

El ascenso evangélico pentecostal es notorio en México y en América Latina. Su éxito se finca en los estratos más pobres de las áreas urbanas y rurales, sectores excluidos por el Estado, carentes de servicios básicos de salud y educación. Los descartados, como diría Francisco, han sido los nichos de diversos pentecostalismos; además, en torno de la teología de la prosperidad se han expandido masivamente en los últimos 30 años; sin embargo, es notorio el conservadurismo, en numerosas iglesias, en términos morales y de sexualidad: ¿son resabios del viejo catolicismo? El PES, integrado por diversos grupos de iglesias, ha sabido capitalizar este sector y le ofreció en alianza a Morena más de dos millones de votos a cambio de una negociación ventajosa en términos de numerosos escaños en las cámaras.

El Partido Encuentro Social perdió su registro. Paradójicamente obtuvo cerca de 55 diputados federales, siete senadores, una gubernatura y varias alcaldías. Su porcentaje de voto a nivel nacional no alcanzó 3% requerido para mantener su registro. En términos porcentuales, al PES le fue peor que en las elecciones federales de 2015. En ese sentido, obtuvo 1 325 447 votos, es decir, cerca de 3 5% de las preferencias electorales. Asimismo, en el reciente proceso para presidente apenas llegó a 2 7%; además, en cuanto a diputados federales obtuvo 2 4%, lo cual es una caída estrepitosa e inesperada.

El proceso electoral de 2018 dejó en claro varias lecciones: el PES no representa a todos los evangélicos, Hugo Eric Flores sobrevendió al PES y el voto evangélico pretendió erigirse como interlocutor sin contar con un liderazgo real. Como diría Carlos Martínez García, los votos ponen a cada uno en el lugar que le corresponde. La representación y liderazgos en el complejo tablero cristiano no católico queda aún vacante. Morena, a pesar de que hizo una desfavorable negociación con el PES, lanzó un poderoso guiño ante el mundo evangélico que votó por AMLO, pero no por el PES. Finalmente, la debacle de este partido no significa que se paralice la irrupción política de los evangélicos, sino que habrá reacomodos y los liderazgos se sacudirán: es el caso de la iniciativa denominada “Cristianos por el cambio”, encabezada por el sacerdote Alejandro Solalinde y el pastor presbiteriano Abner López, quienes se apuntan como nuevos interlocutores. Enseguida veremos varias rutas, en una de ellas, algunas iglesias evangélicas se presentarán como aliadas potenciales de la intransigencia ultraconservadora católica, como en otros países En México tendrá sus modalidades propias.

AMLO Y SU EDÉN

En una entrevista en vivo con atmósfera relajada, Elena Poniatowska leyó un poema de Carlos Pellicer a la virgen de Guadalupe y pregunta: ¿te consideras como él un socialista guadalupano? AMLO respondió: “Soy cristiano. En la expresión amplia de lo que significa el cristianismo. Soy un seguidor de la vida y de la obra de Jesús Cristo Porque éste luchó en su tiempo por los pobres, por los humildes, por eso lo persiguieron los poderosos de su época. Por eso luchó todo el tiempo. Le tengo un profundo amor al pueblo”. De todos los candidatos a la Presidencia, AMLO destacó por su oferta abierta a los diversos mercados religiosos. Fue una oferta diferenciada, de ahí su indeterminación para definir con precisión su fe: se dijo “guadalupano”, “cristiano en sentido amplio”, se dejó hacer limpias santeras y se prestó a participar en ritos de sanación con pentecostales; ante los obispos se declaró católico e impulsó una audaz alianza con el conservador PES. En términos de acuerdo político fue ventajoso para el PES, pero AMLO se posicionó con apertura a las diversas comunidades evangélicas.

Según los ofrecimientos de Hugo Eric Flores, el número de votos que aportaría sería mayor a dos millones, un mayor volumen de spots en radio y televisión para la alianza; también ofreció mayor presencia electoral en el norte del país Sin embargo, dicha alianza fue extravagante: “contra natura”, expresarían muchos militantes molestos. Porque contradecía el patrimonio, la identidad y la naturaleza secular de la histórica militancia de izquierda presente en Morena. Mientras AMLO insistía con pragmatismo en su oferta: “Yo me hinco donde se hinca el pueblo, yo respeto la religión del pueblo”. No se puede soslayar, como hemos señalado, el fenómeno político de los movimientos pentecostales en América Latina; en este sentido, Brasil es el ejemplo paradigmático de las poderosas bancadas evangélicas. La irrupción de lo religioso en los procesos electorales es un fenómeno global, por ello, AMLO ha tomado una decisión política con riesgos que sólo se explican bajo la premisa o hipótesis de que en 2018 habría una elección cerrada.

En la clase política —ante la ausencia de paradigmas plausibles—, los valores morales religiosos se erigen como alternativos ante la carencia de legitimidad. Algunos califican esta reespiritualización de la política como consecuencia de su pérdida de credibilidad en México y en otras áreas del mundo. En los comicios recientes, la impostura religiosa de los candidatos y actores políticos se ha hecho patente. Desde Peña Nieto hasta los gobernadores, especialmente los más corruptos (como los Duarte), recurren a la religión en busca de un nivel de legitimidad que el pueblo les rechaza secularmente. Hay una regresión a la Edad Media en la que Dios, y no el pueblo, otorga la legitimidad al gobernante.

Diversas referencias en los planteamientos de AMLO aluden a cuestiones religiosas porque su discurso se sitúa muchas veces en el plano moral del bien y el mal (como la corrupción, la honestidad del político, el buen gobierno, la austeridad, los principios del servidor público, etcétera). Con insistencia alude López Obrador a la crisis ética de la clase política y al alejamiento de los valores sociales del ejercicio del poder. Por ello, ante grupos evangélicos propuso elaborar una constitución moral, ridiculizada por muchos. Quizá el instrumento no es el más adecuado porque toda constitución política supone o conlleva un marco ético; sin embargo, AMLO pone el dedo en la llaga: la separación entre la política y la moral, la fractura entre los valores y el servicio del poder. Sin que sea el instrumento idóneo, detrás de la propuesta de constitución moral está la necesidad de plantear un nuevo pacto entre sociedad, poder y quehacer político. En torno de la corrupción y la impunidad, AMLO levanta un discurso moralizador que provoca empatía con la ciudadanía y al mismo tiempo sacude los aspectos más vulnerables de la administración de Peña Nieto y de la clase política.

En el pensamiento católico, el ejercicio de la política es la forma más elevada del amor y de la caridad y se retoma la concepción kantiana de la moral social como búsqueda del bien supremo Paulo VI, seguidor del filósofo francés Jackes Maritain, afirma que la acción política es el servicio sublime a los demás. En el campo académico, en su texto La política como vocación, Max Weber aborda la cuestión y define dos vectores éticos de la política. Por un lado, lo que llamó la ética de la convicción y, por el otro, la ética de la responsabilidad, esto es, las perspectivas en que se asumen las consecuencias de las decisiones políticas. ¿Moral o política? Parecieran dos campos irreconciliables en los que al parecer AMLO quiere apostar, e incorporar algunos valores religiosos a la crisis moral del poder en México.

Sin embargo, el riesgo de trasladar los principios religiosos al ámbito de la conducción del poder del Estado es alto. Recuperar valores y principios religiosos debe pasar por el tamiz de la laicidad de los principios históricos del Estado moderno mexicano. De lo contrario, el riesgo del fundamentalismo estaría latente. En el caso extremo están las dictaduras islámicas, en las que los principios religiosos son normas sociales y políticas, mientras que la teocracia es la peor de las regresiones en la modernidad.

NUEVA AGENDA POLÍTICO-RELIGIOSA

En el siglo XXI nos encontramos ante un acontecimiento impensable para la tradicional cultura política secular: la repolitización de la religión. Las elecciones de 2018 en México muestran una forma pragmática de reconfesionalización de la clase política; además, los candidatos —en especial los presidenciables— fueron conservadores en materia moral y evitaron provocar la agenda tradicional de las Iglesias.

A continuación, se exponen brevemente cuatro grandes tendencias que se derivan de este proceso electoral que ha trastocado la vida política del país.

a) Nuevo mapa religioso de México

La población de México es religiosa y, sin duda, mayoritariamente católica. En los últimos 25 años, la presencia de fieles de diversas Iglesias evangélicas se ha incrementado de manera notable: podrían ser entre 10 y 15 millones de mexicanos; por tanto, es una realidad que reconfigura nuevos mapas religiosos y conduce a una progresiva pluralidad religiosa. En consecuencia, es de lamentar que aún persista la discriminación y la intolerancia, como ha advertido el informe del Conapred. Por otra parte, México es un país tanto con una fuerte tradición laica en su cultura política como, al mismo tiempo, una sociedad crecientemente secularizada, en la cual las jóvenes generaciones urbanas se desarrollan alejadas y ajenas culturalmente de las doctrinas e instituciones religiosas. Todas estas constataciones reales del México contemporáneo nos sitúan en un complejo mosaico de convivencias que deben coexistir bajo un régimen de libertades. Ante todo ello, la libertad de conciencia y la libertad religiosa se abren paso persistentemente bajo la laicidad del Estado.

b) En 2018, la irrupción política de los evangélicos

En esta elección, los resultados mostraron que la votación masiva de electores —en su mayoría creyentes— se debió ante todo al hartazgo de la corrupción e impunidad más que al voto propiamente religioso. Los ciudadanos votaron por la expectativa de un cambio significativo en el timón del país y no por las doctrinas o mandatos divinos. Así, primó la esperanza de un mejor país que la inducción de los ministros de culto. En esta elección, el voto ciudadano es secular y la dimensión religiosa pasa por el tamiz de la secularidad que pone en entredicho el voto corporativo de las iglesias. A pesar de que el PES no alcance el registro, no significa que se cancela la irrupción de los grupos evangélicos en la política mexicana, porque la Iglesia católica sigue imbricada en el Estado Como lo ha señalado Soledad Loaeza, busca privilegios y cobijo frente a la creciente competencia de otras iglesias cristianas y evangélicas. Por su parte, la irrupción de las nuevas iglesias se aleja de un modelo de mayor laicidad de las instituciones públicas y ahí inserta su agenda. Ahora las iglesias buscan competir con la Iglesia católica en su propio terreno, es decir, la paridad en los privilegios, la interlocución y ser favorecidas por el Estado.

c) Alianza del conservadurismo intransigente católico mexicano con movimientos pentecostales fundamentalistas

Desde las marchas multitudinarias contra los matrimonios igualitarios en septiembre de 2016, se percibió la confluencia de agendas entre los sectores religiosos más conservadores, es decir, ha habido el acercamiento de la ultraderecha católica tipo yunque con el fundamentalismo pentecostal.

En ese orden de ideas, Rodrigo Iván Cortés Jiménez, presidente del Frente Nacional para la Familia, comenta a Proceso sus reparos hacia el candidato López Obrador, pero saluda la alianza con el PES de la siguiente manera: “Sí, ése es un buen gesto de López Obrador a favor de nuestra agenda, ya que el PES  tiene principios muy similares a los nuestros; incluso en el frente participan organizaciones de iglesias evangélicas. Esperamos que esta alianza atenúe la agresividad de algunos miembros de Morena en contra nuestra, aunque también existe la posibilidad de que Morena se trague al PES y lo anule políticamente. Ya veremos qué sucede”.

En el fondo la presencia del PES plantea la resignificación de las derechas religiosas del país. Los grupos conservadores adquieren tintes ecuménicos, lo cual era impensable hace unos años, aunque estamos lejos de las derechas iracundas y obsoletas. No cabe duda de que los grandes cambios culturales y la globalización han tocado las puertas de los nuevos grupos conservadores, los cuales han logrado mutar, adaptarse e insertar en su agenda la conquista del campo público. Las derechas religiosas fundamentalistas —tanto la católica como las neopentecostales— tienen un mismo objetivo: imponer sus convicciones morales y religiosas en el ámbito público. En ese sentido, la irrupción del PES en 2018 lleva a reconsiderar nuevos retos de las nuevas derechas religiosas que veremos y la tentativa conservadora de incidir en la gobernabilidad del país.

d) Reconfesionalización de la clase política

Desde el año 2000, con la alternancia panista se presenta una tendencia cada vez más presente en la cultura política: nos referimos a la reconfesionalización de la clase política. Sea por convicción personal del político  o funcionario, por posicionamiento o por pragmatismo, diversos actores políticos se reconocen creyentes y, en consecuencia, así actúan en la vida pública, contraviniendo los principios básicos de la laicidad y del principio histórico de separación entre Estado e Iglesia.

Es oportuno recordar: en 2008 al “gober piadoso” Emilio González dando un “limosnazo” del erario para la edificación del templo cristero en Guadalajara, hecho que la sociedad reprobó. A su vez, el regalo de Enrique Peña Nieto a la Iglesia católica, al reformar el artículo 24 constitucional en 2011, se convirtió en un galimatías político. Por otra parte, los gobernadores Duarte, en Veracruz y Chihuahua, entregando con pasión fervorosa su gestión al Sagrado Corazón de Jesús y la inmaculada virgen María, hoy enfrentan severas acusaciones de peculado y lavado de dinero. Asimismo, hay muchos otros casos en que los políticos trastocan la tradición laica del Estado moderno mexicano ¿Habrá que repensar en la laicidad del Estado mexicano? Están en juego la legalidad, la moralidad y la legitimidad. La repolitización de las esferas morales y la irrupción de lo religioso en el ámbito público presentan ahora otra paradoja: la dimensión laica del Estado también se ve amenazada por la clase política.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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