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Francisco Ortiz Pinchetti

01/12/2017 - 12:05 am

Un destape diferente

eade acudió personalmente a las sedes de cada uno de ellos a pedir a sus dirigentes: “¡háganme suyo!”… lo que seguramente ocurrirá de manera tumultuosa este domingo.

Meade acudió personalmente a las sedes de cada uno de ellos a pedir a sus dirigentes: “¡háganme suyo!”… lo que seguramente ocurrirá de manera tumultuosa este domingo. Foto: Tercero Díaz, Cuartoscuro

Los tiempos han cambiado, ni modo. Hoy sería inverosímil la genial crónica imaginaria del destape de José López Portillo el 22 de septiembre de 1975, escrita por el maestro Vicente Leñero en Revista de Revistas. En ese texto, intitulado precisamente La Cargada, el inolvidable periodista, dramaturgo y narrador que este domingo 3 de diciembre cumplirá tres años de fallecido, recrea las posibles emociones, temores y reflexiones de El Ungido en los momentos de soledad previos a recibir a la turba que con pancartas, gritos, mantas y matracas sube ya por las escaleras de sus oficinas de la Secretaría de Hacienda en Palacio Nacional.

Sin embargo, no pocos analistas y actores políticos cayeron en el lugar común ante el destape de José Antonio Meade Kuribreña como virtual candidato del PRI a la Presidencia de la República, el pasado lunes 27. Unos y otros calificaron como “más de lo mismo” y “vuelta al pasado” la renuncia del secretario de Hacienda,  acordada por supuesto con Enrique Peña Nieto, que lo convertía en el aspirante escogido por el Presidente.

Todos cayeron en la obviedad. Criticaron el “regreso a las cavernas” que el destape significa. Clamaron ante  “la vergüenza de volver 25 años atrás”. Aludieron al “añejo estilo” de hacer política. Repitieron el estribillo del “dedazo de siempre”. Sólo Andrés Manuel López Obrador le cambió, hay que reconocerlo. Se quejó de que “lo de Meade ni a destape llega”, seguramente en añoranza del folclor entrañable que implicaban esos eventos de sus tiempos de priista. “Además de corruptos, se han vuelto muy predecibles”, dijo el tabasqueño sin morderse la lengua.

Me parece que es una pifia grave de la oposición  equiparar lo ocurrido en Los Pinos hace unos días con la práctica sexenal que marcó durante décadas al Partido Revolucionario Institucional. El dedazo a favor de Meade Kuribreña por parte de Peña Nieto, que lo fue, no tiene nada que ver con los sucesivos destapes de Lázaro Cárdenas del Río, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos,  Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari y  Ernesto Zedillo Ponce de León, para no remontarnos a la prehistoria.

En todos esos casos se cumplió el ritual de la secrecía, el engaño y la simulación. El tapado se convirtió en personaje central de la continuidad del régimen, basada en el poder absoluto y personal, aunque finalmente efímero, del Presidente de la República en turno, al grado de decidir el futuro político del país para los siguientes seis años  al escoger a su propio sucesor.

En eso radica la principal diferencia del destape que hoy nos ocupa. Esta vez, el Presidente escogió al que será seguramente candidato del PRI para la contienda presidencial de 2018, pero no necesariamente a su sucesor. La realidad política de México, nos guste o no, es otra a partir del año 2000, cuando Vicente Fox Quesada rompió un tradición de 70 años al derrotar en elecciones libres al que se suponía sucesor seguro del presidente Zedillo Ponce de León, Francisco Labastida Ochoa. En ese sentido, el Tapado murió hace 17 años.

La sucesión de Fox Quesada fue ya esencialmente distinta.  No se resolvió por dedazo. Ni siquiera mediante una disputada contienda interna en el Partido Acción Nacional, en la cual Felipe Calderón Hinojosa ganó la candidatura de su partido a pesar del supuesto apoyo del Presidente  al que fuera su secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda. Tuvo el michoacano que ganar la elección constitucional  de 2006 para acceder a la Presidencia.

La ausencia del Tlatoani obligó al PRI a buscar una forma distinta de escoger a su candidato presidencial en 2012. Tuvo que darse un consenso entre los gobernadores priistas, otrora virreyes, convertidos  en  factores determinantes de las decisiones del antiguo partidazo. La candidatura de Peña Nieto requirió además del aval de los jefes de las bancadas del PRI en las cámaras legislativas y de los sectores del partido; pero eso no lo convirtió automáticamente en Presidente de la República: necesitó ganar las elecciones.

El PRI ha recuperado al gran elector… de su candidato; pero nada más. Ya no es El Ungido. Las actuales condiciones de competencia electoral, y su propio deterioro, alejan definitivamente al partido de su calidad de invencible. Eso se acabó. Ahogado en su propia corrupción, encabezado por un Presidente reprobado por la opinión pública, agudizados problemas torales del país como la inseguridad, el Partido que fundó Plutarco Elías Calles en 1929 está en riesgo inminente  de perder de nuevo la Presidencia de la República.

Otra diferencia importante es el hecho insólito de que por primera vez en su historia el PRI postula un candidato que no es militante del partido. La construcción de esa candidatura, por cierto, también marca una diferencia: se hizo a la luz pública, de manera evidente, a través de las modificaciones a los estatutos del partido para suprimir el requisito de ser miembro activo para obtener la postulación. Y se ventiló en los medios durante varios meses.

Una más es la forma en que se dio el destape. Esta vez no fue a través de uno de los sectores del PRI, como era la simulación habitual, ni mediante  la cargada tradicional. Por el contrario. Meade Kuribreña  no esperó en su oficina –como López Portillo en la crónica de Leñero–  el apoyo multitudinario de los sectores Obrero, Campesino y Popular.  Al revés, acudió personalmente a las sedes de cada uno de ellos a pedir a sus dirigentes: “¡háganme suyo!”… lo que seguramente ocurrirá de manera tumultuosa este domingo.

Por eso suenan grotescas e infantiles las reacciones de la oposición ante el destape. Lejos de analizar a fondo y con seriedad las condiciones que, con ese candidato, presentará la contienda del año próximo, caen en comparaciones absurdas y simplistas  o recurren a descalificaciones como las de Andrés Manuel, que llamó “títere” y “pelele” de la Mafia del Poder al candidato en ciernes. No se vayan a llevar un susto. Válgame.

@fopinchetti 

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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