Los hombres se bajaron de varios autobuses y empezaron a repartirse por las calles del tradicional barrio capitalino para acomodarse en grupos de cuatro o cinco sin interactuar entre ellos.
Ciudad de México,1 de noviembre (SinEmbargo).- Era la tarde del 18 de mayo de 2010 en el barrio bravo de Tepito en la capital del país, donde todo puede pasar, pero ese día sucedió algo inusual que marcaría una hora en la historia criminal de la Ciudad de México.
Desde la tarde habían empezado a llegar un estimado de 100 hombres con gorras negras que se bajaron de varios autobuses y se distribuyeron de manera estratégica por las calles de la zona, sin interactuar entre ellos y sin realizar cualquier otra acción más que vigilar la zona.
En el libro Narco CDMX (Grijalbo) de los autores Sandra Romandía, David Fuentes y Antonio Nieto, relatan como horas después llegaron varias personas que ingresaron a dos vecindades ubicadas en la calle Hojalateros.
Cuando los hombres de las gorras negras se empezaron a retirar, la instrucción se pasó de boca en boca y así como llegaron se fueron. Horas después, relatan los autores, e la Procuraduría de la Ciudad de México se supo que ese día Édgar Valdez Villarreal “La Barbie”, del Cártel de los Beltrán Leyva, se había reunido con los principales distribuidores de droga de Tepito para unificar a los grupos y familias que controlaban el negocio en el barrio.
“En la junta, donde había alrededor de 20 personas, se pactó una unión de las bandas delictivas de Tepito bajo el padrinazgo de Valdez Villarreal, que les surtiría cocaína y anfetaminas a un precio apenas por abajo del establecido en ese entonces: 180 mil pesos el kilo. La cocaína no era pura, estaba cortada y marcada por gente de ‘La Barbie’”, el narco había ofrecido además compartir sus “protectores” en el Gobierno federal.
YA NADA FUE IGUAL
Además de la venta de droga, el trato incluía el llamado “cobro de derecho de piso” que hasta entonces no existía en la capital del país.
Ese fue el nacimiento de La Unión, “banda criminal que se apoderó a sangre y fuego del mercado capitalino de estupefacientes. Quienes no se sumaron al trato tendrían que someterse o serían eliminados.
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Hasta el surgimiento de La Unión, como recuerdan los autores, en la capital tampoco existían los levantones.
“A partir de entonces, los nombres de Armando y Francisco Javier Hernández Gómez, cabecillas de esta nueva organización delictiva, comenzaron a repetirse en las indagatorias como un eco… Vivirían a la postre la parábola del narco: un ascenso veloz hasta la cumbre de la mafia capitalina y una inevitable caída marcada siempre por muertes propias y ajenas”, señalan los autores.
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