Terror a la mexicana

01/11/2014 - 12:00 am

Momias aztecas, hombres-lobo luchadores y vampiros que moran en haciendas y no en castillos son parte de la galería terrorífica del cine mexicano sobre la que parece pesar la maldición del olvido, sobre todo en fechas cercanas a la llamada Noche de brujas, en Estados Unidos, y al Día de Muertos en México. Michael Myers de Halloween (1978), Jason de Viernes 13 (1980), Regan de El Exorcista (1973) y Damien de “em>La Profecía”(1976) son los personajes y títulos habituales para éstos días en ciclos dedicados a inquietar el ánimo de espectadores incautos y las temples de acero de los asidos al tan subestimado género de terror.

Gestado bajo la influencia de la novela gótica británica (El castillo de Otranto) el género arribó al cine a través del Expresionismo Alemán (El Gabinete del Doctor Caligari, 1920 y Nosferatu, 1922). Aunque sería el apogeo de los Estudios Universal en Hollywood, con películas alrededor de personajes clásicos (Drácula, Frankestein), lo que sembraría las semillas creativas de la producción mexicana con características distintivas como el afán de preservar mitos prehispánicos y leyendas indígenas y de la Colonia.

La amplia colección nacional de historias sobrenaturales y entes diabólicos con sello Hecho en México se remite a piezas como La Llorona (1933) de Ramón Peón, adaptación de la leyenda indígena y su versión colonial sobre el alma en pena que busca a sus vástagos y ha maldecido a los descendientes de Hernán Cortés. Los escalofriantes lamentos aludían al dolor de la Conquista, al engaño perpetrado por los españoles y al dolor de haber traicionado a su raza.

Otra joya en blanco y negro gestada en leyendas de la Colonia y con fotografía de influencia expresionista es El fantasma del convento (1934) de Fernando de Fuentes, en la cual retumban ecos del relato gótico El Monje de Gregory Lewis publicado en 1796. El guión corrió a cargo de Juan Bustillo Oro, quien más tarde exploraría un camino similar en Dos monjes (1934) pieza experimental que destaca por su novedosa estructura y diseño visual heredado de las sombras expresionistas.

Drácula de Bram Stoker, filmada en 1931 por Tod Browning, con Bela Lugosi permitiría la aparición del primer vampiro en el cine mexicano: el actor Carlos Villarías a las órdenes del director George Melford, en una época donde se filmaba simultáneamente una versión hollywoodense en inglés y una para el mercado nacional en español. Mismo set, mismos diálogos, distinto elenco y equipo de producción. Sería en El Vampiro (1957) de Fernando Méndez con la presencia indeleble de Germán Robles, cuando el ser de la noche abandonaría su alcázar para situarse en la hacienda Los Sicomoros, en la Sierra Negra, muy lejos de Transilvania. Otro aporte mexicano al subgénero de los vampiros lo brindaría Guillermo del Toro en Cronos (1992), en donde la entidad ávida de sangre habita en un escarabajo metálico y devuelve la juventud a su víctima.

La Momia (1932) de Karl Freud, con uno de los mil rostros del actor Boris Karloff se situaba en El Cairo; su símil mexicano, La Momia Azteca (1957) de Rafael Portillo y con Rositas Arenas como la princesa prehispánica, albergaba en las pirámides de Yucatán.

En el pilar más sólido del miedo se encuentra la tetralogía de acento gótico del director y guionista Carlos Enrique Taboada, conformada por Hasta el viento tiene miedo (1967), El libro de piedra (1968), Más negro que la noche (1974) y Veneno para las Hadas (1984). Sus primeros pasos en el género, en calidad de guionista, se remontan a Orlak, el infierno de Frankestein (1960) de Rafael Baledón, en donde deambula la sombra del moderno Prometeo de Mary Shelley. Otras referencias literarias adaptadas al entorno mexicano se perciben en El Libro de piedra con la institutriz que cuida de una niña acosada por un fantasma, eco de Otra vuelta de tuerca de Henry James. Y El gato negro de Edgar Allan Poe, con la presencia felina de Bécquer en Más negro que la noche cuya muerte, causada por cuatro jóvenes, será vengada desde ultratumba.

Otras tramas inquietantes se centraron en la brujería: El espejo de la bruja, (1960) de Chano Urueta; en muñecas satánicas como aparece en El diabólico triángulo de las Bermudas (1978) de René Cardona Jr; posesiones diabólicas presentes en Alucarda, la hija de las tinieblas (1975) de Juan López Moctezuma o El extraño hijo del Sheriff (1982) de Fernando Durán; la santería en La Tía Alejandra (1978) de Arturo Ripstein y en leyendas urbanas como lo narra Kilómetro 31 (2006) de Rigoberto Castañeda.

Capítulo aparte merecen las películas protagonizadas por Santo, El Enmascarado de Plata, alias Rodolfo Guzmán Huerta, rey de un género genuinamente mexicano, el de la lucha libre. Sus habilidades en el ring equivalían al de un rival invencible para los débiles mortales así que se añadieron contendientes con poderes sobrenaturales: mujeres vampiro, licántropos, cíclopes, zombies, marcianos; batallas incluidas contra La Llorona, el doctor Frankestein, Drácula y las momias de Guanajuato, quienes resultaron insólitamente diestras para derribes, llaves, estrangulaciones y técnicas de caída. Estos filmes, combinaciones inauditas de ciencia ficción, western y comedia, no poseen parangón en otras cinematografías.

Otra peculiar mezcla de esperpentos y comedia con etiqueta de “en ningún lugar más que aquí” tiene lugar en El castillo de los monstruos (1958) de Julián Soler, en donde Antonio Espino Clavillazo confronta con singular desparpajo a Drácula, al Hombre-Lobo, a la Momia y al Monstruo de la Laguna Negra. Mismo duelo se aventó el cómico Gaspar Henaine en Capulina contra los monstruos (1974) de Miguel Morayta.

Pero si de leyendas aterradoras, tradiciones mexicanas y un toque de buen humor se trata, nada mejor que la trilogía de películas animadas conformada por La leyenda de la Nahuala (2007) de Ricardo Arnaiz, La leyenda de la Llorona (2011) y, próxima a estrenarse, La leyenda de las momias de Guanajuato (2014), ambas de Alberto Rodríguez. Panadería tradicional, calaveritas, tamales, jarritos, cohetes, altares de muerto, alebrijes y mitos indígenas colorean estas emocionantes aventuras infantiles que se suman a la alternativa regional para los cinéfilos afectos a los espantos.

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas