El octavo título de Boston Red Sox es algo más que simple estadística: la “maldición del Bambino” ha muerto

01/11/2013 - 12:00 am

 

Foto: Twitter
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Ciudad de México, 1 de noviembre (SinEmbargo).- En 1918, los Red Sox se coronaron en el sexto juego de la Serie Mundial frente a los Chicago Cubs, ante poco más de 15 mil aficionados en Fenwey Park. Un año más tarde, “Babe” Ruth sería vendido a los Yankees en poco más de 100 mil dólares para poder financiar una obra de teatro llamada “Rochel, Rochel”. A partir de ese momento, comenzó una época en la que una mística se iría construyendo sin aires de gloria. La “Maldición del Bambino” nacería. Mientras Ruth ganaba todo y se convertía en leyenda con su nuevo equipo, Boston tuvo que esperar 86 años para volver a festejar un campeonato.

La venta de “Babe” es considerada una de las peores transacciones en la historia del deporte en general. Un lastre se apoderó del monstruo verde de Fenway, donde una fiel afición veía descalabro tras descalabro. Decenas de generaciones pasaron y murieron sin ver a su equipo coronarse en la Grandes Ligas. En 2004, la maldición se rompería de a poco con un título superlativo tras remontar un 0-3 a los Yankees y barrer a los San Luis Cardinals en la Serie Mundial. Boston volvió a ser una fiesta, que en los últimos años ha estado vigente. Lejos de la tortura mental de no poder ganar, quedaba algo pendiente.

En 2007, volvieron a repetir como finalistas y barrieron a los Colorado Rookies. Boston tenía ocho victorias consecutivas en el clásico de otoño. El festejo se había consumado como visitantes, al igual que tres años antes. La última brisa de maldición rondaba aún por los aires de Fenway. Los Red Sox no habían celebrado ante su gente, frente a esa afición que heredó los lamentos de varias décadas. Este 2013, la Serie Mundial volvió a poner a San Luis frente al místico equipo del monstruo verde. Favoritos en las casas de apuestas, la serie lucía mucho más pareja en el plano de acción que en lo que decían los pronósticos.

David Ortiz. Foto: mlb.com
David Ortiz. Foto: mlb.com

Boston no pudo conseguir su décima victoria consecutiva en Serie Mundial tras perder el segundo partido en casa. Los errores defensivos marcaron el inicio de la disputa, dejando parejo el enfrentamiento entre dos novenas dignas de llamarse los mejores del mundo. Tras perder en San Luis el tercer partido, los pronósticos cambiaron de lado. Los Cardinals se pusieron arriba, mientras prensa y afición especulaba sobre el final de la Serie en Missouri. Sin embargo, el cuarto juego presentó uno de esos capítulos anecdóticos, llenos de magia. Con 26 outs, y ganando el partido, el pitcher de Boston, Koji Uehara, sacó al novato Kolten Wong en primera base, tras sorprenderlo. La serie se empató a dos, dejando todo en el aire.

La victoria en el cuarto juego, puso otra vez a los analistas a trabajar. Lo único seguro era que la Serie Mundial se definiría en Fenwey Park. Otra vez, todo el simbolismo volvía a la carga. Los Red Sox ganaron el quinto y último en San Luis, enfilándose para cerrar en casa lo hasta ahora hecho. A penas en abril, Boston había sufrido un atentado en su tradicional maratón. El equipo emblemático de beisbol, se entregó a la causa para intentar darle aire fresco a una sociedad alicaída. El campeonato se quedó en casa otra vez con Uehara cerrando el partido apuntando hacia el cielo.

El octavo título llegó luego de un 2012 para el olvido. Con un David Ortiz inconmensurable, los Red Sox festejaron en todo Fenway y en las calles. El Big Papi, quien logra su tercer título, se llevó el premio al jugador más valioso de las finales luego de una labor que mostró su poderío. Fue hasta el quinto partido de la Serie que San Luis comprendió que no podían competir con él y le dieron cuatro bases por bola. “Tengo claro que soy uno de los mejores de este deporte y me gusta cargar con la responsabilidad”, declaró Ortiz en pleno festejo. La Maldición del Bambino ha muerto con un título que da un poco de paz a la golpeada historia de una ciudad que entiende la vida a través de una franquicia, que hoy se siente libre.

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