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Jorge Alberto Gudiño Hernández

01/09/2018 - 12:00 am

Siguiendo con las vacunas

Hace un par de semanas escribí, en este mismo medio, acerca de los padres que, erróneamente, han decidido no vacunar a sus hijos. Tuve un par de respuestas que apelaban al respeto. Me decían que cada quien era libre de tomar una actitud respecto a los datos existentes y decidir en consecuencia. En otras palabras, que el hecho de que yo dijera públicamente que la decisión era equivocada estaba sesgando mi texto y, en consecuencia, yo buscaba imponer mi opinión.

La revisión pediátrica anual de uno de mis hijos fue esta semana. Foto: Cuartoscuro.

Hace un par de semanas escribí, en este mismo medio, acerca de los padres que, erróneamente, han decidido no vacunar a sus hijos. Tuve un par de respuestas que apelaban al respeto. Me decían que cada quien era libre de tomar una actitud respecto a los datos existentes y decidir en consecuencia. En otras palabras, que el hecho de que yo dijera públicamente que la decisión era equivocada estaba sesgando mi texto y, en consecuencia, yo buscaba imponer mi opinión.

Para casi todos los textos que escribo, esto bien podría ser cierto. De hecho, suelo manejarme en medio de una ambigüedad argumentativa a partir de la cual reconozco que yo no soy poseedor de la verdad. Más aún, que me equivoco seguido. Tan es así, que estas colaboraciones originalmente se agruparon bajo el título de “Parcial y subjetivo”. Sin embargo, para el caso particular del movimiento antivacunas (y algunos otros), prefiero ser lapidario. No sólo porque yo esté convencido de que no existe la relación entre las vacunas y el autismo, punto de partida de la creencia (no tengo los conocimientos ni los estudios para hacer dicha afirmación), sino porque existe evidencia científica que, por una parte, muestra que el estudio originario del movimiento era una patraña y, por la otra, da cuenta de cómo enfermedades casi erradicadas han vuelto a estar entre nosotros con altos índices de mortandad.

La revisión pediátrica anual de uno de mis hijos fue esta semana. Aproveché, mientras una enfermera clavaba una aguja en su brazo, para preguntarle si tenía pacientes cuyos padres no querían vacunarlos. El rostro se le ensombreció mientras contestaba afirmativamente. Mis preguntas siguieron en desbandada: ¿y qué haces?, ¿los puedes rechazar como pacientes?, ¿intentas convencerlos?…

Primero les explica el asunto. Incluso recurre al dramatismo: “¿cómo le vas a explicar a tu hijo de 15, 18 o 35 años que no puede caminar bien de por vida sólo porque te negaste a que se tomara la vacuna de la polio?”. Al parecer, la pregunta suele ser suficiente. De no ser así, los hace firmar una carta responsiva porque, en nuestro país, no se puede obligar a nadie a ser vacunado pero, al mismo tiempo, sin la carta en cuestión, podrían demandarlo por negligencia médica. Y no, no puede rechazar pacientes. Es un asunto de ética y de leyes. En otros países podría pero no en el nuestro.

Vistas así las cosas, revisados los números de contagios de sarampión en Estados Unidos y Europa, parece que es momento de que se legisle para volver obligatorias las vacunas en los casos en los que no estén contraindicadas (por alergias o algún desorden). Si bien los brotes epidémicos no han llegado con fuerza a nuestro país, no somos inmunes a ellos. Además, justo ése es el último reducto de la necedad de los antivacunas: no hay más niños enfermos ahora que antes, no en nuestro país. Esto es gracias, sí, también, a las vacunas. Si sus hijos conviven con otros niños vacunados, si asisten a escuelas donde la mayoría tiene palomeadas sus cartillas de vacunación y viven tranquilos es debido al resto de los padres que hemos decidido que son indispensables. Así que, quieran o no, deberían agradecérnoslo. Nosotros les reclamaremos en el hipotético caso de un contagio masivo pero sus hijos lo harán con mayor fuerza.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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