Author image

Alma Delia Murillo

01/07/2017 - 12:05 am

Sudor primero

De acuerdo, también podría ser de mezcal o de té, de sangre, de semen agonizante, de chamoy o hasta de restos de café.

Salgo a la calle como si naciera

de no sé qué gozoso vientre

—Tomás Segovia

Pienso que el amor es Alina y su gota de sudor. Foto: Pixabay

El amor es una gota de sudor.

De acuerdo, también podría ser de mezcal o de té, de sangre, de semen agonizante, de chamoy o hasta de restos de café.

Hay una concepción líquida, una necesaria forma destilada en el rito amoroso. Los fluidos que nos dan entrada y salida en el cuerpo de otro son determinantes en la alquimia que nos empuja a mezclarnos con alguien hasta la emulsión.

Alina era una de mis mejores amigas en el bachillerato, andábamos en tropa con otra media docena pero ella y yo nos sentíamos especialmente unidas por dos razones importantes: éramos unas yonquis de los cacahuates japoneses que consumíamos con avidez entre clases y usábamos como proyectiles en batallas fundamentales. El otro código que compartíamos era que las dos éramos “vírgenes”.  Ya sé, qué quieren que les diga, así aprendimos a nombrar el hecho de no haber cogido a los diecisiete años.

Nos gustaba caminar por los pasillos de la escuela o salir al parque de la Ciudadela para que Alina fumara, a mí la nicotina me podía demasiado ansiosa. Y a menudo ocurría que, casi sin darnos cuenta, nos alejábamos hasta llegar a Bellas Artes a rondar por las salas y ver las mismas exposiciones una y otra vez. Era gratis, la credencial de estudiante pagaba más viajes de los que hoy paga una firma de la tarjeta bancaria.

Nos movíamos como en bloque, uno muy raro, debo decir. Ella con sus botas de casquillo y suela tipo biker, jeans negros, una playera de Guns N’ Roses, camisa a cuadros (de leñadora, me gustaba molestarla) y su larguísimo pelo suelto. Yo con mi falda de hippie y mis collares vistosos, con el larguísimo pelo trenzado.

Susurrábamos tonterías, nos hacíamos señas, pasábamos a los baños del museo que eran la antesala del Olimpo comparados con los baños de la escuela y nos poníamos rímel o probábamos colores nuevos en los labios.

Invariablemente terminábamos hablando de sexo. Cómo sería la primera vez, quién de las dos lo haría antes, si no sería muy asqueroso eso de mezclar los fluidos con el otro. Saliva. Sudor. Semen. Una gran prueba de amor sería comerse un cacahuate japonés chupado por el novio que ninguna de las dos tenía. Otra prueba, sin duda, sería olerse las axilas sin desodorante. Entonces venía un ataque de risa o de hambre y renunciábamos a nuestra educación cultural y artística para salir a comparar chucherías.

Un mal día me enamoré del maestro de Matemáticas, tragedia anunciada. Y ella se hizo novia de uno con el que se topaba todos los días en el trayecto del metro a su casa. Pasaron los meses, lo mío fue a peor y tuvimos que dejarlo el de Mate y yo con una nimia cosecha de un par de besos en la calle. Pero Alina siguió con el muchacho aquel que usaba las mismas botas que ella y su respectiva camisa de leñador.

Recuerdo bien la mañana en que me anunció que por la tarde había quedado con él para coger. Punto. Así de claro. Estábamos nerviosas, emocionadas, vírgenes. Contamos las horas para que terminara la última clase.

Nos volamos la primera clase del siguiente día, desde luego, compramos café y dos panes dulces y nos sentamos en el parque para que me lo contara todo. Me dijo que era incómodo, raro, que dolía un poco y daba miedo. Pero el momento en que realmente había empezado a disfrutarlo, fue cuando una gorda gota de sudor de él que se afanaba arriba de ella, le cayó justo en la boca. —Me prendió, no sé, me provocó algo extraño— dijo.

Hace poco volvimos a vernos, me presentó a su hijo adolescente. Son como dos gotas de agua, comenté. Claro, yo lo sudé, por eso soy su madre; respondió.

Recordé su gotaza de sudor majestuosa y redonda de hace veinte años, aquella de su primer encuentro sexual.

La veo abriéndose camino, hiriendo, dejando su registro ácido. Imagino un destilado de origen, una biometría del alma, sé que no hay dos aromas iguales. Pienso en el sudor de los hombres. En el que me hizo paladear la resina de un árbol.

Pienso que el amor es Alina y su gota de sudor.

 

@AlmaDeliaMC

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas