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Jorge Alberto Gudiño Hernández

01/07/2017 - 12:00 am

El precio de la vida

Tal vez por eso, tal vez por mis distracciones o porque cuando no me alcanza para algo no lo compro, no conozco con precisión los precios de las cosas. Sé, sin embargo, que todo es cada vez más caro y mis insipientes conocimientos de economía me bastan para dudar de la cifra de inflación que citan al terminar cada año, trimestre o periodo de medición. Ya ni siquiera me quejo. Sé que no es cierto ese ridículo porcentaje que manejan e intento, como todos, hacer rendir el dinero.

“La memoria siempre tiene sus deslices y lo que se recuerda con meridiana precisión suele estar plagado de desviaciones”. Foto: Cuartoscuro/Archivo

Cuando era niño escuchaba las historias de mis mayores. Me sorprendían mucho las relacionadas con el precio de la vida. Durante años escuché, una y otra vez, lo que costaba un bolillo dos o tres décadas atrás. Lo repetían con una precisión pasmosa. Pronto aprendí que era más una queja que simple nostalgia: las cosas cada vez estaban más caras y nunca volverían a sus precios anteriores. Tras el bolillo llegaron otras cosas, el dólar incluido. Yo, que ignoraba todo asunto económico, aprendí a creer algo que, quizá, no era tan preciso. La memoria siempre tiene sus deslices y lo que se recuerda con meridiana precisión suele estar plagado de desviaciones. A la larga, descubrí que, quizá un buen día, cuando yo caminare a comprar pan con mis hijos, alzaría la voz para contarles cuánto costaba un bolillo en mi infancia y, más aún, en la de sus abuelos. Confieso que nunca lo he hecho. Sobre todo, porque no tengo idea del costo de dicho bolillo y porque, para colmo, en mi adolescencia se atravesó la transición de los tres ceros. Así que ni cómo explicarles.

Tal vez por eso, tal vez por mis distracciones o porque cuando no me alcanza para algo no lo compro, no conozco con precisión los precios de las cosas. Sé, sin embargo, que todo es cada vez más caro y mis insipientes conocimientos de economía me bastan para dudar de la cifra de inflación que citan al terminar cada año, trimestre o periodo de medición. Ya ni siquiera me quejo. Sé que no es cierto ese ridículo porcentaje que manejan e intento, como todos, hacer rendir el dinero.

En un par de ocasiones, amigos economistas me han desmentido. Intentan explicarme el asunto de las mediciones inflacionarias y lindezas de ese estilo. Como ellos tienen datos duros y yo sólo la subjetividad de mi balance cotidiano, no suelo tener muchos argumentos para discutir. Sé que podría hacer un estudio no muy complejo para llegar a los datos que busco pero tampoco me interesa corroborar el infortunio de todos nosotros.

Pero mi madre es hipertensa y, gracias al trabajo que tiene, cuenta con un seguro de gastos médicos mayores. Cada seis meses le ayudo a capturar en un formato imposible los gastos por reclamar. Y ahora fue muy sintomático. La dosis no varió y la medicina tampoco. Incluso la farmacia fue la misma. El caso es que pude constatar la forma en que, mes a mes, el precio del mismo medicamento subía. Apenas unos pesos, en apariencia, pero subía. Al cabo de seis meses, de la primera a la última factura, un total de más del doce por ciento.

No es necesario hacer extrapolaciones. Tampoco discutir qué tanto ese medicamento es un producto de primera necesidad o no. Para mi madre lo es, como bien podría serlo para muchas otras personas con una enfermedad crónica. O una enfermedad normal. O alguien sin seguro. Es casi imposible que uno constate el costo de una medicina para la gripa si la compra una vez al año y en diferentes comercios. El que no lo pueda comprobar no significa que no se incremente su precio. Y si eso sucede con las medicinas, es de suponer que pasa con el resto de las cosas.

Me queda claro que yo no le diré a mis hijos, dentro de algunos años, el costo de ciertas cosas de la vida cotidiana. No lo haré por mis distracciones, es cierto; porque yo me sumo a la nostalgia desde otras angustias, es verdad; pero, sobre todo, no lo haré porque me resultará imposible acercarme a un marco de referencia fijo. ¿Cuánto les diré que costaba un pan: lo que me cuesta hoy, lo que costaba cuando ellos nacieron, el mes pasado o el año entrante? A diferencia de mis mayores que pudieron congelar la noción de un precio en el periodo de su infancia, por ejemplo, hoy eso es imposible. La reporten como la reporten, la inflación nos afecta todos los días. Y eso es grave, muy grave. Me entristece, pues, porque ya no hay forma de recurrir al pasado para asirse a datos que se modifican cada día.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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