Disputando la Ciudad de México

01/07/2013 - 8:30 am

El clima social que impera en nuestra ciudad es de empobrecimiento económico, social, cultural y de libertades. Tristemente, las desventajas se acumulan y generan sinergias negativas: si con gasolinazos desbaratan tu poder adquisitivo y sales a protestar por ello, corres el riesgo de ir solo y que la mayoría vea en el noticiero de Joaquín López-Dóriga cómo te suben a una patrulla con la cabeza rota, mientras el “Teacher” glosa tu detención presentándote como culpable por ser “anarquista” –castigar ideologías no es cosa del pasado–, alterar la paz pública, tener vínculos con el narco y actuar en pandilla.

En ese caso, mientras te conduzcan a la Agencia 50 verás con nuevos ojos a la rockdrigeana ciudad de hierro y tal vez hasta recuerdes la sencilla sabiduría de Joan Baez: “fui a la cárcel por perturbar la paz, cuando lo que yo pretendía perturbar la guerra”.

Ni modo. Bienvenido a Mancerópolis, próspera tierra de la paz a fuerzas.

A pesar de haber vivido muchos años fuera de la capital, cuando estoy en provincia me gobiernan dos sensaciones: una preliminar tranquilidad que se desenvuelve como nostalgia por el caos y la añoranza por la ciudad abierta, con inabarcable oferta cultural, gran diversidad y aceptables niveles de tolerancia. En contraste con otros lugares del país, el Distrito Federal ha sido un oasis para ser diferente.

¿Por qué? Tal vez se debe a la delicia de difuminarnos entre las masas transgénicas durante las horas pico; acaso tenga que ver el magnetismo que ejerce su paisaje urbano, con saltos temporales a cada paso, e incluso podría ser resultado de un singular gusto por la confusión, que se recrea con los nudos de realidades premodernas, modernas y posmodernas que se explicitan cuando vamos al Zócalo, Tlatelolco o San Ángel un domingo en la mañana. Deduzco que la estética de la saturación es la raíz cuadrada de esa belleza que nadie acabará de narrar.

Más allá de su mística, la ciudad padece grandes problemas de inseguridad y sufre continuos conflictos cuando emprende proyectos de obra pública, lo que remite a la corrupción; temas como el agua, la basura y la sobrepoblación son de larga trayectoria. Ahora está agregando una nueva categoría a la lista de sus defectos: la criminalización y represión de la protesta social.

Pensemos cronológicamente. El 1 de diciembre en el DF hubo uso excesivo de la fuerza pública, menoscabo de los derechos humanos y detenciones arbitrarias. El 25 de marzo, se publica el nuevo protocolo de control de multitudes y el 10 de junio se repite la historia de diciembre, con agresiones palmarias a medios independientes. Ahora incluso detuvieron a 269 personas en la marcha del orgullo LGBTTTI por repartir “objetos diversos”, alimentos y brebajes embriagantes. La lógica es dar un giro hacia una metrópoli conservadora y aburrida, que sirva como plataforma para que Mancera pueda aspirar a representar a esa izquierda bien portada que en la práctica también defiende el statu quo a muerte.

Los derechos existen y se ganan cuando son exigidos. No son producto de meros principios que se instalan por su carácter justo, sino que resultan de la lucha y la confrontación. El recelo a la turbulencia –aún cuando sea necesaria para mejorar las condiciones de vida– es un triunfo cultural de la derecha más reaccionaria; la consecuencia es que tenemos ciudadanos más preocupados por su situación inmediata que consientes de sus derechos.

En la Ciudad de México vamos de un rico mundo de libertades implícitas hacia el asfixiante sistema de las prohibiciones expresas. Lo que antes se toleraba informalmente, ahora será punible formalmente. Todo esto me hace pensar en un grafitti de mayo del 68 en La Sorbona: “la libertad empieza con una prohibición”. Y es que la restricción abre siempre un espacio de belicosidad y plantea un reto: si prohíben marchar, marchemos. Si restringen la bebida en los carnavales, bebamos en las patrullas…rompamos  reglas absurdas cada vez que se presenten, porque sin tensión, oh amigos míos, no hay libertad.

Hoy, en México y en el mundo, las cosas están cambiando. Siempre hay fuerzas ancladas al pasado  que suspiran por fusilar los relojes para detener el tiempo. Estoy persuadido de que existe un mundo nuevo, que palpita bajo la vieja carcasa de éste y que se manifiesta ahora mismo en diversos lugares, conducido por con una exigencia matriz: nuestro poder-capacidad debe contrapesar al poder-dominio.

Espero que el próximo año, en la misma marcha seamos 500 detenidos y el que sigue 1000, para que luego 3000 hagamos una fiesta loca en los separos… hasta que ganemos el derecho a vivir en la ciudad que queremos y que le vamos a disputar a Mancera y a todos los que vengan.

 

Twitter: @CsarEleon

César Alan Ruiz Galicia
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