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Alejandro De la Garza

01/06/2024 - 12:03 am

Intelectuales y compromiso político

“El espectro cultural, artístico e intelectual, por fortuna, es hoy mucho más amplio y diverso, heterogéneo y rico”.

En 2018, el entonces Presidente Enrique Peña Nieto encabezó, en el Campo Militar Número 1 de la Sedena, una comida con el personal que participó en la parada militar con motivo del 208 aniversario del inicio de la Independencia de México.
“La caída del viejo PRI (la dictadura perfecta) y la llegada de la tecnocracia salinista a finales de los años ochenta, exigieron nuevamente definiciones políticas a los intelectuales, compromiso político con las causas del neoliberalismo”. Foto: Cuartoscuro

Desde sus años universitarios, el sino del escorpión ha debido recorrer lecturas y libros, asistir a conferencias, reuniones y cursos, además de fatigar discusiones y enfrentamientos cíclicos en torno a la idea del “intelectual comprometido”, concepto ante el cual se esgrime con frecuencia el contra argumento del intelectual “libre e independiente”, sin compromisos partidarios, ideológicos o políticos.

En México, está idea del hombre pensante comprometido con causas políticas y partidarias siempre se resolvió en la acción, a la hora de las definiciones. Baste recordar la lucha por la Independencia y el agitado siglo XIX, cruzado por las batallas de monárquicos conservadores contra liberales reformistas, o, ya en el siglo XX, los enfrentamientos entre el grupo de positivistas del porfiriato frente a los que apoyaron la revolución; entre los grupos literarios de Contemporáneos contra Estridentistas, o los intelectuales del cardenismo enfrentados a los grupos académicos universitarios que rechazaron la educación socialista. En este contexto, el priismo amainó tanta disputa sobre el intelectual comprometido y aun alejó la tentación del compromiso político mismo, al avituallar a los intelectuales con apoyos, reconocimientos públicos y prebendas económicas en tanto mantuvieran sus críticas al gobierno razonablemente sutiles y de bajo perfil (de ahí la idea del ogro filantrópico).

El concepto de “intelectual” es en realidad de origen francés, recuerda el alacrán, y surgió durante el célebre caso Dreyfus, que cruza la política y la cultura francesas durante el cambio del siglo XIX al XX como una marca definitiva en la historia de esa nación. Dreyfus fue falsamente acusado de traición, encarcelado y retenido en prisión aun y cuando luego se probó su inocencia. El famoso texto de Zola a favor de Dreyfus, “Yo acuso”, fue el arranque de una batalla cultural al calor de la cual se forjó el concepto de “intelectual comprometido”, pues obligó a una definición a escritores, artistas, periodistas y todo integrante del medio cultural francés. Hay consenso en señalar que a lo largo de los años del caso Dreyfus, se estableció la figura del “intelectual” y de ese nuevo grupo, “los intelectuales”, a quienes se caracterizó por atender a valores universales como verdad, justicia y razón.

El término volvió a cobrar vigencia con el surgimiento del mayor ícono de “intelectual comprometido” del siglo XX: Jean Paul Sartre. Aunque ya había escrito La Náusea (1938) y El muro (1939), novelas fundacionales del existencialismo escritas “contra la burguesía”, y si bien odiaba la moral y la hipocresía social por su tendencia anarquista libertaria, Sartre se hallaba entonces lejano a cualquier compromiso político. Pero en 1939 fue llamado a filas al Ejército francés ante el inicio de la Segunda Guerra. Durante el conflicto fue aprehendido por los nazis y pasó cinco años preso en Alemania antes de ser liberado y retornar a Francia. Tras esta experiencia, se comprometió a fondo en todas las actividades políticas progresistas y de izquierda de su tiempo. “El escritor debe entender la situación de su época porque cada palabra y cada silencio tienen repercusiones”, escribiría años después.

Al final de la guerra Sartre inició su verdadero compromiso, y sus razones las aclaró así: “El escritor debe intentar cambiar al mundo, porque el mundo occidental es un tejido de mentiras y el capitalismo le da prioridad al poder económico mientras aparenta una democracia donde la libertad y la igualdad son valores supremos”. La vida de Sartre es bien conocida como la del intelectual francés más importante de la segunda mitad del siglo XX, por la importancia de su obra existencialista, por rechazar el Premio Nobel de 1964, por participar en el mayo del 68 en París como faro para la juventud combativa, y por estar presente en todos los debates importantes de la intelectualidad aún hasta hoy.

La influencia de Sartre en México fue notable (como en toda América Latina). Su apoyo a la Revolución Cubana al inicio de los años sesenta fue acompañado por intelectuales de todo el mundo. En México, Revueltas, Monsiváis, Fuentes, Sergio Pitol y varios otros expresaron en esos años su solidaridad con Cuba, donde parecía nacer una esperanza nueva, la de un sistema diferente no sólo en los económico y político, insiste el escorpión, sino también en las relaciones humanas y vitales. Los años sesenta en México exigieron también definiciones y compromisos políticos. El fin del llamado “milagro mexicano” no sólo traía una crisis económica, arrostraba también el fin de una sociedad autoritaria que los jóvenes ya no toleraban. Los tiempos estaban cambiando: el movimiento estudiantil-popular del 68 y su cruento final en Tlatelolco empujaron ese cambio. Casi no hubo intelectual que no apoyara a los estudiantes. Acaso los funcionarios del presidente Díaz Ordaz, como Agustín Yáñes, Muñoz Ledo y algún otro olvidable.

La caída del viejo PRI (la dictadura perfecta) y la llegada de la tecnocracia salinista a finales de los años ochenta, exigieron nuevamente definiciones políticas a los intelectuales, compromiso político con las causas del neoliberalismo. Y así lo hicieron los grupos culturales hegemónicos, aunque se autodefinían independientes o liberales y hasta socialdemócratas, su compromiso fue con los presidentes del neoliberalismo, con la alternancia, con la transición a la democracia y con todo aquello a lo que pudieran sacarle provecho, recursos, prebendas, puestos. Son los mismos de aquel desplegado de apoyo a Salinas en 1988 y el rechazo visceral a López Obrador, los mismos de los diversos desplegados subsiguientes: el que avaló el fraude de 2006, el que apoyó a Peña Nieto en 2012, el que advirtió sobre el peligro para México otra vez en 2018, los que insistieron en sostener la narrativa de la “deriva autoritaria” y hoy llaman a votar por el PRIAN. Esos son los “intelectuales comprometidos” de los grupos hegemónicos que ya agonizan.

El espectro cultural, artístico e intelectual, por fortuna, es hoy mucho más amplio y diverso, heterogéneo y rico. Ahí también hay intelectuales comprometidos a fondo y en serio. El venenoso recuerda a sus lectores que hay que votar y trae a colación la escena final de la cinta Reed, México Insurgente (1970), donde Paul Leduc llevó al cine la experiencia del imbatible periodista estadounidense John Reed en nuestro país. El protagonista (un inigualable Claudio Obregón), enfrenta la duda de ser periodista y seguir reporteando o bien integrarse a la Revolución. Se congela entonces en la pantalla la imagen de Reed despedazando el cristal de un aparador para tomar una cámara fotográfica… y aparece la palabra FIN.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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