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Tomás Calvillo Unna

01/06/2016 - 12:23 am

Las fosas de Tetelcingo: el altar de muertos de la Nación.

“Porque en el lento instante del quebranto, cuando los seres todos se repliegan hacia el sopor primero y en la pira arrogante de la forma se abrasan, consumidos por su muerte -¡ay, ojos, dedos, labios, etéreas llamas del atroz incendio!- el hombre ahoga con sus manos mismas, en un negro sabor de tierra marga, los […]

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“Porque en el lento instante del quebranto,
cuando los seres todos se repliegan
hacia el sopor primero
y en la pira arrogante de la forma
se abrasan, consumidos por su muerte
-¡ay, ojos, dedos, labios,
etéreas llamas del atroz incendio!-
el hombre ahoga con sus manos mismas,
en un negro sabor de tierra marga,
los himnos claros y los roncos trenos
con que cantaba la belleza…”

José Gorostiza, MUERTE SIN FIN-XII

Los orígenes de la Universidad como institución se vinculan a conservar y enriquecer la tradición humanista. Es decir, encontrar, estudiar, reflexionar, discutir el sentido de la propia vida del ser humano, la persona, el individuo, el ciudadano, el trabajador, el empleado, la comunidad, el planeta mismo.

La intervención de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) para asistir a las familias víctimas de los desaparecidos apunta en esa dirección, además que forzada por las circunstancias propias del país asume las funciones de un Estado inoperante.

La experiencia de estos días donde los directivos de la Universidad, comenzando por su rector Alejandro Vega y los profesores especialistas en Ciencia Forense, reafirma una de las raíces que nos conforman como Nación, el respeto y la veneración a nuestros muertos, a los que han partido, a los que abren las puertas del misterio, a los que no dejan de llevar en su muerte un halo de esperanza.

En medio de condiciones dramáticas, de presiones políticas y judiciales, esta comunidad universitaria y las organizaciones de víctimas no han cesado de dar un ejemplo al país para devolvernos la dignidad que tiene cada vida humana. El calor extremo bajo las carpas, el pesado olor de la descomposición de los cuerpos, son parte de ese escenario que nos enseña los extremos a los que está llegando México.

Las mujeres y hombres que buscan a sus seres queridos desaparecidos escriben en cartulinas “Cuerpo Uno, Bienvenido” asistiendo así a un ritual funerario no deseado, que obliga a todos a reflexionar.

En esos aproximadamente 40 metros cuadrados, de 1 964 375 kilómetros cuadrados que tiene la República, asistimos a una acción que trasciende el propio campo de la política y la justicia, y nos advierte de la necesidad de asumir la emergencia nacional que vivimos con organización y colaboración entre actores de buena voluntad y sin complicidades que se encuentran en la sociedad civil y en las instituciones.

Lo que sucede en Tetelcingo puede servir para dar respuesta a las miles de familias que en el país deambulan, gritando, exigiendo apoyos para localizar a sus familiares.

Retornan a la memoria aquellas líneas que escribió Javier Sicilia:

Ustedes, “señores” políticos, y ustedes “señores” criminales… están con sus omisiones, sus pleitos, y sus actos, envileciendo a la nación.

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