Tomás Calvillo Unna
01/05/2024 - 12:04 am
El tiempo horadado
“Es el canto que conserva el fuego de la tierra: su ígneo carácter”.
I
El manantial de la música
en la carretera,
su prosa profunda y suave;
en las hendiduras de las montañas;
en las curvas y rectas.
Las cuerdas y el bajo
y el magnífico árbol
de la resistencia;
su frondosa copa,
como un don de los cielos;
esa circular sombra
donde las familias reposan,
al umbral del pueblo
y sus mercados.
II
El piano y los violines
en la tierra de la jarana,
el rabel y el arpa:
Huichihuayán,
el agitar de las aves
en sus ramas, lo pronuncian;
es el viento domado
que murmura
en festiva secrecía
el instinto de volar.
III
La línea de asfalto en la planicie,
la piedra lanzada
a la superficie del agua.
Ese inhalar y exhalar
de todo camino.
Los alientos de la orquesta;
las macetas encendidas
de bugambilias y rosas;
la antorcha del encino,
y el solo, de Satie
y su piano.
La mujer solitaria
que camina en la banqueta;
los topes
a orillas del campanario;
la sincronía inesperada:
el guiño del ritmo inherente
que nos acompaña.
IV
Esas mordidas del viento
en los macizos de la montaña,
apuntan a una arqueología desconocida:
somos ya esas piezas sueltas
adheridas a un presente ilusorio
e inexplicable;
la rutina de una hipnosis,
que no logramos descifrar
entre los escombros del mañana.
V
El sol dispuesto, una vez más,
a dirigir la humana orquesta.
Nosotros escuchando
el corazón del manantial
junto al puente.
De los árboles
se desprenden
las hojas del pentagrama;
y de la imaginación
sus flautas.
El agua en sus raíces
anuda las notas.
Es el canto
que conserva
el fuego de la tierra:
su ígneo carácter.
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