Tradiciones ambientalistas mexicanas

01/05/2013 - 12:01 am

¿Recuerda la primera vez que le compraron ropa? Si usted no fue el primogénito, y además no tenía primos mayores, seguramente recordará ese momento de la infancia en que, por fin, sus padres le compraron un par de chambritas. Porque sí: usar la ropa de los hermanos o primos mayores debería de estar catalogada como una Noble Tradición Mexicana. Y, además, ecologista.

La razón es simple. Toda prenda de vestir conlleva una huella ecológica: la deforestación que implicó el campo de cultivo, la huella hídrica o la cantidad de agua que se utilizó para hacer crecer el algodón, la contaminación química de aire y agua por insecticidas y fertilizantes, la contaminación producida por el traslado de materias primas y productos terminados (sí, en general, entre más lugares involucrados y más lejos haya sido la producción de su prenda de vestir, mayor contaminación), el impacto ambiental producido por la extracción del petróleo y su refinación para hacer el poliéster con el que va entrelazado el algodón, o el nylon de los hilos, la contaminación química por la coloración de la prenda, la contaminación producida en la generación de electricidad en los diferentes puntos de manufactura, la contaminación por sobrantes, la contaminación producida (si su prenda es de marca) por los diversos medios de promoción y publicidad, etcétera, etcétera. Así, cada que usamos (re-usamos, re-utilizamos) la ropa de nuestros primos o hermanos mayores durante nuestra infancia, estuvimos contribuyendo a que este planeta no se fuera al traste tan rápidamente.

Como con el caso de la ropa, existen muchas otras tradiciones o costumbres mexicanas que, a la postre, serán “ambientalistas”. Sin embargo, también hay una amenaza cultural –proveniente de sociedades más egoístas– a estas tradiciones. Así, ahora que estamos todos muy preocupados con esto del cambio climático, vale la pena ver cuáles son algunas de estas costumbres que deberíamos de mantener y qué otras costumbres, aún disfrazadas de ambientalistas, deberíamos de evitar en pro de la sustentabilidad.

Las abuelitas ambientalistas

Seguramente ya le estarán viniendo varias a la mente. Si no, vaya usted a casa de la abuelita más cercana y observe. Salvo por una pequeña minoría, generalmente en la clase alta (o en la alta venida a menos), toda abuelita mexicana es ambientalista.

Para empezar, toda abuelita mexicana sabe de herbolaria. Para casi todo mal, su abuelita sabrá de algún tecito. Y, en el mejor de los casos, su misma abuelita cultivará la planta en… por supuesto, ¡un bote de pintura! Así, nuestra huella ecológica por consumo farmacéutico se reduce enormemente, en vez de contaminar por todos los procesos (peores que los de la ropa) que hacen que llegue una píldora a una farmacia, tenemos ahí en casa, “orgánico”, el remedio. Por descontado, esto no aplica para enfermedades que requieren antibiótico o cirugía, pero para casi todo lo demás es una maravilla.

Si sigue usted deambulando por la casa de la abuelita, se encontrará también que lo que ella hizo con el bote de pintura lo hizo también con lo que los gringos llaman “topers”: en México cualquier envase vacío, de yogur o lo que sea, es un tóper. ¡Son campeonas de la reutilización!

Si se queda usted a comer, ¡intente nomás no terminarse su plato! “No te levantas hasta que te lo acabes”, ¿le suena conocido? Y es que, salvo una minoría que educó a sus hijos diciéndoles “acabarse todo lo del plato es de mala educación”, al resto nos educaron para acabarnos todo, hasta la ramita de perejil chino del restaurante. Así, por supuesto, la cantidad de desechos orgánicos que se produce en cada casa se minimiza. Pero más aún, si usted tuvo la suerte de poderle ayudar a cocinar a su abuelita, también se habrá dado cuenta de que casi toda la comida se cocinará en ése o en otro momento: la piel de las papas para frituras, el aceite se re-usará hartas veces (y se vacía en un frasquito que antes era de chiles o mermelada), etcétera.

Si sigue por la casa y va recordando su infancia aparecerán muchas otras tradiciones: el bóiler se prende justo antes de bañarse y, hasta hace poco, era común bañarse a medio día para ahorrar gas, los muebles de la casa son los mismos desde hace decenios, lo mismo que los cubiertos, las sábanas, la decoración, etcétera; si intenta meditar qué comer con la puerta del refri abierta, seguramente recibirá un grito, muy probablemente, también, su abuelita tendrá una bolsa de mandado (la versión anticipada y mexicana de las bolsas “ecológicas”) y guardará cuidadosamente y reutilizará todas las bolsitas de plástico, etcétera, etcétera.

Todas estas acciones, y muchas más que seguramente usted ya recordó, son –queriéndolo o no– ambientalistas, porque disminuyen nuestro impacto ambiental. No obstante, varias de éstas comienzan a ser tachadas de “nacas”, curiosamente, por las mismas personas jóvenes que se dicen preocupadas por el calentamiento global.

El ecologismo trendy y el ecologismo de los pobres

En la novela más leída por las nuevas generaciones, Harry Potter y la piedra filosofal, se critica explícitamente la primer costumbre mencionada. El hecho de que Potter utilice siempre ropa de segunda es para la autora muestra clara del desprecio que recibía el personaje de parte de sus tíos y eso, claro, no impide que la autora luego se ponga ecologista y hable de lo bonito del bosque y de los unicornios. Seguramente la autora no puede encontrar la contradicción en su discurso, menos por una falta de raciocinio que por una cuestión ideológica más arraigada: la cultura anglosajona valora muchísimo al individuo. En otras palabras, es egocéntrica.

En contraparte, todas las costumbres de la abuelita mexicana están pensadas en el bien común, por lo menos, de la familia, de esa gran familia mexicana que por suerte ha reducido su número de hijos: lo que nos ahorramos en la ropa de Fulanito, sirve para los zapatos de Sutanito, lo que nos ahorramos en medicinas o en tópers, sirve para la educación de Menganito, etcétera. En el caso anglosajón no es así, el individuo es único y hay que promover su individualidad: que todo lo suyo sea suyo, que todo resalte lo “especial” y único que es.

Esta misma tendencia anglosajona de lo “especial” que es cada individuo es la que repiten muchas trasnacionales que se dicen ambientalistas: tu café en Estarbus es único (venti macchiato deslactosado con pana y tantita “nutmeg”), tu café en la cafetería de la esquina es el mismo que el de todos los clientes. Promover la individualidad vende muy bien, cuantimás si gracias a la moda tienes que comprar hoy sí y mañana también para seguir diciéndole a todo el mundo lo especial y único que eres. Y, de pasada, decir que eres “ambientalista”. Sin embargo, si hiciéramos un análisis somero de la huella ecológica de los productos de estas empresas trasnacionales que pregonan tener conciencia ambiental, y lo comparáramos con la huella de los productos de las empresas locales que ni saben de ambientalismo, en la mayoría de los casos ganaría la empresa local. Un solo ejemplo: el postrecito empacado, congelado y descongelado, proveniente del extranjero (en una cafetería trasnacional) versus el postre hecho por una estudiante que se vende en la cafetería local.

Más aún, la mejor forma –nos dice la publicidad—de presumirle a todos que somos lo máximo y nos va muy bien es evitar todas estas prácticas de la abuelita, porque nos hacen parecer nacos muertos de hambre: cómo que no tienes ni para tópers decentes, eres tan indio que prefieres los tés a las medicinas “de a de veras”, #EresUnMuertoDeHambreSi utilizas los botes de pintura como macetas, etc…

Sin embargo, una sociedad individualista es incompatible con un mundo sustentable.

Así, si queremos vivir en un mundo sustentable, más nos valdría dejar de lado este ecologismo trendy de las transnacionales y retomar todas esas prácticas mexicanas, bien mexicanotas que aún tienen nuestras abuelitas, y promoverlas como lo que son: acciones para reducir nuestro impacto ambiental.

En algunos casos ya se ha hecho (como con los calentadores solares sin celdas fotovoltaicas: gran tecnología del barrio), pero en otros falta mucho por hacer. Ojalá suceda antes de que nuestra cultura termine siendo tan individualista como la anglosajona.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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