Roomates: dos extrañ@s, un cuarto

01/03/2013 - 12:01 am

Las reglas son para romperlas.

Para Chispita

Sea por rebelión en la granja o por pollitos en fuga, hay un momento en que todos deseamos salir de la casa paterna y declarar al mundo que somos adultos libres e independientes.

Es tan romántica la idea de tener tu propio espacio que llegado el momento, cargas tus escasas pertenencias (un colchón y un cuadro) para irte al lugar bohemio con el que siempre soñaste. Claro que este lugar de bohemio no tiene nada, pero tiene lo más importante: la magia de estar lo más lejos posible de la casa materna o paterna. Y ese es precisamente el encanto.

Se presenta el primer inconveniente. No ganas lo suficiente para hacerte cargo del metro cuadrado con estufa que has rentado. Así que la primera vez que te mudas o te sales de casa, y no tienes solvencia económica –como dicen los formularios de banco–, te cambias con quien sea que tenga las mismas ganas y la misma emoción que tú de jugar al mundo real. Pronto te das cuenta de que esto de la convivencia es cosita seria y no es precisamente saltar a la cuerda.

O sea, que cuando uno como pollo quiere volar del nido, sin ni siquiera saber las consecuencias exactas de esto, se tiene que buscar un roomate, o compañero de piso, rumi, o como le quiera llamar.

Pues ahí van ambos a la aventura. Por lo general uno es el que tiene la idea del depa y el otro secunda, pero los dos tienen que coincidir en gustos. El resto es conocerse, y conocerse a fondo.

Creo que todos los que compartimos piso deberíamos tener en claro que hay algunas reglas básicas del roomie.

Siempre es bueno una entrevista o plática, aunque se vea uno muy ñoño, para conocer los hábitos de higiene, consumo de sustancias, horarios y costumbres. Si trabajas en casa y tu roomate hizo fiesta en la azotea, te chingaste. No puedes verte como la doña amargada que le baja al volumen.

Deja muy en claro cómo quieres compartir el refri. Si cada quien compra sus cosas, échale ganas y respeta las tortillas, o entramos a la dinámica de ¿quién se robó mi queso?

Botella prestada, botella que se devuelve al día siguiente. Y así. Cualquier destrozo inmobiliario tendrá que ser pagado por el causante de la falla.

Nunca está de más hacer comida para dos. Se agradece mucho cuando uno llega y el otro amablemente le dejó ensalada y un pedazo de panqué de plátano.

El baño es una zona delicada. Sé cuidadoso.

En lo personal, mis experiencias han sido buenísimas. La primera me enseñó a doblar las bolsas del súper de manera perfecta, a hacer sopa de flor de calabaza, a tener siempre comida en el refrigerador, a poder chismorrear agusto en la noche de las dichas y desdichas de nuestros respectivos y a dejar en claro que cada quien tiene gustos y preferencias. Hicimos fiestas memorables, reuniones de despedida de soltera (creo que jamás ha sido mejor aplicada la frase) y sobre todo, fue el primer paso hacia lo que queríamos lograr. Teníamos 23 años. Ahora es mi vecina de calle y parte importante de mi red social. Y ya no dobla las bolsas del súper como obsesa.

Con la segunda, siendo yo ya una veterana, le apliqué la entrevista estilo Santa Inquisición, con el perdón de su madre, la cité en un café y todo.

Esta, mi tocaya, me enseñó a ser más tolerante, a encontrarle el gusto a platicar o tomarse una cervecita aunque tuviera junta temprano, a que me valiera madre si mi olla de peltre favorita había, digamos, transmutado para florero. Me enseñó a tomarle cariño a las plantas, a saber cómo pintarme los labios y a ser más cuidadosa con mis palabras. Intentó sin éxito que usara tacones.

La tercera fue corta pero agradable, una doctora a quien me daba pena no tenderle la cama (eso de las guardias A, B son deplorables) y llegaba echa mole. Me puso el mote de Robotina, porque, créanlo o no mis padres, siempre tengo muy limpia mi casa. Y papá, no intentes con un pseudónimo cuestionar lo aquí escrito.

El cuarto fue hombre, sonidista ambiental y de los buenos. Él fue temporal, nos echamos un cuatrimestre compartiendo el espacio, pero los dos, ya muy experimentados en el tema del roomie (creo que podríamos hacer el Manual del Roomie perfecto…) coincidimos en las mejores prácticas y jamás nos estorbamos en el camino. No estoy muy segura si lo saturé con mis confidencias amorosas, pero si lograba que se quitara los audífonos en las noches para que me prestara atención. Y cocinaba delicioso.

Cuando el amor lo llamó de vuelta, tuvo que abandonarme con justa razón. Y de paso se fue a India. (Todavía estamos esperando el regalito).

Fuera de eso, creo que no hay manual o regla que indique que de ahí no saldrán grandes amigos, como ha sido mi caso, o experiencias entrañables, anécdotas que no se repiten. Las paredes de las casas se pintan de voces, conversaciones e historias de dos extraños habitando un mismo espacio. Lo único recomendable es ser tú mismo, y dejar que las cosas fluyan.

No ahondaré en las convivencias de pareja romántica. Ese tema se me hace que ya es otro boleto, con suficiente material para un par de columnas o un tratado entero.

 

¿Cuál ha sido su experiencia?

 

@mariagpalacios

en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas