Parcial y subjetivo | Sobre las vías

01/02/2013 - 12:00 am

Los trenes tienen un encanto del que carece el resto de los medios de transporte. Tal vez obedezca a que fueron los primeros en transportar personas a través de largas distancias, sin depender de los animales. Quizá, a que ofrecen un espacio muy diferente a los de otro tipo de vehículos. De entrada, son terrestres y no están diseñados sólo para las élites, como los aviones o algunos barcos. Además, son espaciosos, de manera en que es posible encontrar un microuniverso dentro de ellos. También ofrecen vagones que pueden ser habitados como hoteles, permitiendo largas travesías, volviendo al viaje un paseo, algo digno de disfrute.

La literatura ha aprovechado la oferta de los trenes. No sólo por las razones anteriores. Así, ha incorporado la posibilidad de tener un espacio que es, a un tiempo, estático y móvil. Una posibilidad que, en sí misma, resulta atractiva: existe un número limitado de personajes que están obligados a compartir un escenario cerrado, en algunos casos imposible de fracturar. Interesarán, entonces, las motivaciones de los que emprenden el viaje, las historias de los tripulantes, las relaciones que se irán fraguando a lo largo del recorrido.

De cierta forma, la trama puede entenderse como una metáfora del viaje en tren. Quienes lo abordan están condenados a realizar el mismo trayecto y, sin embargo, para cada uno habrá implicaciones diferentes. Ofrezco un listado breve (dada la cantidad de novelas existentes sobre el tema). La elección obedece a algunas restricciones: que el tren no sea sólo un pretexto sino que esté involucrado en la trama; que sea indispensable su presencia dentro de la novela; que se cuente algo más allá del recorrido mismo. Así, he llegado a cinco libros muy diferentes pese a que transitan sobre la misma inmensa retícula de vías por recorrer.

Trenes rigurosamente vigilados

Durante la Segunda Guerra Mundial por Praga pasaban muchos trenes. No sólo los habituales en que los pasajeros eran ciudadanos checos. También aquéllos infestados de nazis, quienes habían ampliado su imperio. Milos Hrma ve pasar todos estos convoyes como empleado que es de una estación de trenes. Mientras lo hace, parece que la vida sigue su curso: los pequeños problemas, los chismes, el sexo y el humor son el factor común de las conversaciones, los elementos que ocupan al día. Sin embargo, hay algo más profundo en ese devenir. Porque tanto Hrma como sus compañeros saben mucho de lo que sucede dentro de esos vagones. Tanto, que incluso llegan a tomar decisiones descabelladas. Bohumil Hrabal es uno de esos autores que sabe sacar partido a lo cotidiano. A partir de pequeños fragmentos consigue elaborar un discurso que, pronto, terminará confrontando a sus lectores. No por nada fue un gran conocedor de la condición humana.

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Despertar los apetitos

Un viaje transcanadiense con miras a conocer las ofertas gastronómicas más refinadas del país es el pretexto ideal para poner a una veintena de personajes dentro de un tren. Todos ellos especialistas en cuestiones culinarias: los unos, como reporteros o editores, los otros como gourmets o fotógrafos. El caso es que se encuentran a bordo para probar las delicias de un país que los acoge y les muestra una cara completamente seductora; basta con dar un repaso a los platillos ofrecidos. Si la convivencia es buena o mala, es lo de menos: las cosas marchan sobre ruedas. De no ser por la súbita desaparición de un fotógrafo japonés, todos podrían sentirse satisfechos por la travesía a la que acuden. Porque, conforme pasan las cuartillas en esta novela de Mónica Lavín, van cayendo en la cuenta de que el viaje siempre es el destino o lo es mucho más de lo que aparenta. Sobre todo en este caso en el que se tienen que dejar seducir por lo que se les ofrece.

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Asesinato en el Orient Express

Esta novela es una de las más icónicas dentro de las del género policiaco. Agatha Christie escribió más de una treintena de novelas protagonizadas por Hercule Poirot, su curioso detective belga. En Asesinato en el Orient Express se conjugan muchos de los elementos que aparecerán, de una u otra forma, a lo largo de sus novelas. Hay un crimen que parece imposible, una docena de sospechosos, la aparición casi fortuita del detective. Se le suman otros que hacen de esta novela un clásico del género. De entrada, el crimen sucede en un tren que, a la mitad del camino, queda parado por culpa de una tormenta de nieve. Entonces el vehículo se vuelve estático. Además, en la resolución del caso hay un extraño aunque válido argumento en torno a la justicia. Una buena forma de adentrarse a la literatura de esta escritora.

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Tierras de cristal

Alessandro Baricco sabe contar historias. Lo hace desde una sensibilidad muy peculiar. La que lo lleva a escoger las palabras exactas que, en muy buena medida, funcionan tanto en el ámbito de la prosa como en lo poético. Más aún, consigue crear personajes como salidos de una realidad alterna; aquélla en la que cohabita la realidad con los sueños. Quizá por ello se vuelvan tan inasibles y tan concretos a un tiempo. Quizá por eso nos resulte obligatorio identificarnos con ellos pese a su extravagancia. En Tierras de cristal el factor común de los personajes radica en su necesidad por acercarse a lo infinito. No hay un tren sino un deseo del mismo. Por eso se vuelve necesario mencionarlo, porque, en ocasiones, para abordar una locomotora es preciso primero idealizarla. El señor Rail lo sabe. Por eso desea tener un tren que viaje en línea recta hasta el infinito, con la intención de sentir la velocidad en su rostro. Pese a que ésta es su primera novela (o quizá por ello), es factible encontrar a Baricco en su máxima expresión, la de los sueños.

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Ventajas de viajar en tren

El planteamiento es simple. Una mujer se encuentra con un hombre en un compartimento del tren. Ella está regresando de la clínica psiquiátrica donde acaba de ingresar a su marido que padece coprofagia. Él le pregunta si le puede contar su historia. Luego le confiesa que es un doctor de esa misma clínica y que, en su carpeta, carga con las confesiones escritas de varios pacientes. En una estación baja del tren por un refrigerio y no alcanza a abordarlo de vuelta, dejando la carpeta en manos de la mujer. Sólo eso. Una carpeta abandonada y la tentación de convertirse en un metiche. Así pues, la novela se irá configurando a partir de historias que se encadenan. Una tras otra, darán la impresión de ser relatos aislados que, poco a poco, irán configurando una entidad mucho mayor. Y para contar todo lo que cuenta Antonio Orejudo no requiere de artificios. Le basta una prosa simple, diferenciada entre cada uno de los personajes, para meter al lector en una vorágine de tensión dramática.

Como puede verse, pretextos para abordar un tren los hay múltiples y variados. Tras ellos, un sinfín de posibilidades se acumulan para dar cuenta de lo que sucede en un escenario tan inmenso como su propia movilidad y tan restringido como su tamaño. Y es ahí donde el embeleso se gesta: quienes suben un tren acaban siendo prisioneros de sus propios viajes, de sus deseos. Así que no es raro descubrir que sus motivaciones son mayores que su propio destino. De ahí que sea necesario contar lo que sucede dentro del más seductor de los medios de transporte. Bienvenidos a bordo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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