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Óscar de la Borbolla

30/04/2018 - 12:00 am

Los distintos necesitan ponerse de acuerdo

Cada profesión u oficio tiene su peculiar modo de ver el mundo; más que ver, de leer o interpretar el mundo. Los mismos datos, hechos o relatos son tomados desde ángulos tan diferentes que pareciera que cada grupo tiene no solo una terminología propia, sino que habita en un sector diferente del ser. Y otro tanto ocurre con la clase social, la edad, la filiación política, la religión o no religión que se profesa, el nivel escolar y las lecturas con las que cada cual se ha formado y, particularmente, de la serie de experiencias que cada quien ha vivido. Podemos compartir el espacio común de un vagón del Metro, una circunstancia espacio-temporal idéntica y, sin embargo, cada quien va apreciando, pensando, valorando de modo diferente.

En esa sociedad hay quienes son hábiles y quienes son lerdos. Foto: Óscar De la Borbolla.

Cada profesión u oficio tiene su peculiar modo de ver el mundo; más que ver, de leer o interpretar el mundo. Los mismos datos, hechos o relatos son tomados desde ángulos tan diferentes que pareciera que cada grupo tiene no solo una terminología propia, sino que habita en un sector diferente del ser. Y otro tanto ocurre con la clase social, la edad, la filiación política, la religión o no religión que se profesa, el nivel escolar y las lecturas con las que cada cual se ha formado y, particularmente, de la serie de experiencias que cada quien ha vivido. Podemos compartir el espacio común de un vagón del Metro, una circunstancia espacio-temporal idéntica y, sin embargo, cada quien va apreciando, pensando, valorando de modo diferente.

Bajo un mismo techo pueden convivir una visión mágica de la realidad con la más recalcitrante visión positivista del mundo; uno se explicará las cosas a partir de algún mito donde lo decisivo sean la tona y el nagual y, el otro, mediante pesos y medidas que pretenden ser ideas comprobadas experimentalmente. El popurrí de visiones -que no concierto- arma un conjunto inconexo donde los afines se buscan y se encuentran: uno elige a sus amistades y va formando con los seleccionados un refugio donde se comulga más o menos con las mismas ruedas de carreta.

Las redes sociales exhiben esa pluralidad donde los semejantes se unen con los semejantes y repelen a los distintos, quienes, por su parte, forjan otro bastión para aglutinarse: ese mosaico a la vez integrado y caótico es la sociedad.

En esa sociedad hay quienes son hábiles y quienes son lerdos, quienes desmenuzan analíticamente un argumento y quienes caen convencidos por un detalle emocional. El choque de los puntos de vista; la divergencia de los intereses, las preocupaciones de unos y de otros es tan variada que no parece fácil que puedan ponerse de acuerdo ni siquiera en que sea difícil que pueden ponerse de acuerdo.

Así es esta o cualquier sociedad, y hay un sistema que intenta posibilitar la convivencia de los distintos. Ese sistema es la democracia; en ella no hay un grupo, el de los mejores, que sea el que decide, como ocurre en la aristocracia, sino que partiendo del hecho de que somos distintos se establece como fundamento el principio de igualdad. Somos iguales ante la ley, tenemos iguales derechos e iguales obligaciones, y esa ley funda el Estado de Derecho que es el que nos permite vivir. Aquí la clave está en que todos respetemos ese estado de derecho, porque las diferencias entre los individuos o los grupos no desaparecen, pero quedan reguladas en ese marco que es lo que nos permite vivir en paz pese al caos que entre todos, por ser distintos, formamos.

Los distintos descubren coincidencias, esas coincidencias crean corrientes; el juego social es el encuentro de esas grandes corrientes a las que los individuos se adscriben, se entiende, libremente. Esos grupos buscan imponerse, obtener el poder, pero también hay unas reglas para alcanzar el poder y, se supone, que ese juego debe darse sin trampas, o sea, sin poner en riesgo el Estado de Derecho.

Sócrates, en el diálogo platónico Critón, prefiere quedarse encarcelado sabiendo que lo van a matar, con tal de no romper el estado de derecho ateniense; entendía su importancia para conservar la integración de los distintos, eso que se llama sociedad.

 

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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