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Jorge Zepeda Patterson

30/04/2017 - 12:05 am

La importancia del maestro

Me temo que sin Miguel Ángel Bastenier será más difícil la dura tarea de reinventarnos sin correr el riesgo de traicionar el oficio.

Me temo que sin Miguel Ángel Bastenier será más difícil la dura tarea de reinventarnos sin correr el riesgo de traicionar el oficio. Foto: El País

Con él no había medias tintas; lo querías o lo detestabas. Miguel Ángel Bastenier, el gran periodista español fallecido esta semana, era alguien que destapa pasiones encontradas. Al menos de tipo profesional. Quizá porque él trataba al mundo de la misma manera. Las cosas nunca lo dejaban indiferente; podía ser devastador, incluso cruel, contra una idea con la que difería, al grado de que en ocasiones y sin proponérselo terminaba por ofender al que la sostenía. Pero también podía enarbolar una tesis con la intensidad, la generosidad y la perseverancia que nunca había visto antes ni he visto después.

Lo mejor de Bastenier es que esta bipolaridad rabiosa que solía mantener con respecto a las ideas (la historia, el periodismo, la política, España o Inglaterra la pérfida Albión, como él decía) no la reservaba a la personas. Difícilmente le escuchabas decir algo desagradable sobre alguien. Y no porque fuera la Madre Teresa de Calcuta, sino porque en su fuero interno dividía a los seres humanos en dos categorías: los que amaba o admiraba, y el resto de la humanidad, que lo dejaba indiferente. No se ocupaba de los necios o los imbéciles, fuesen políticos, colegas o intelectuales. Simplemente prefería no perder el tiempo con lo que no lo merecía.

En cambio con aquellos que estimaba se comportaba con una generosidad ilimitada. Fue profesor del Master de periodismo del diario El País prácticamente desde su fundación hace 31 años y la mayoría lo recordará por sus polémicas y provocadoras enseñanzas. Pero no son pocos los que le deben mucho más que eso. Por alguna razón, Bastenier tomaba como un reto personal buscar trabajo para los alumnos que él consideraba importantes para la profesión.

Una virtud que podía convertirse en un incordio para los colegas que lo queríamos. Durante los 25 años que lo conocí, no pasó un año sin que me pidiera recibir tres o cuatro recién egresados para ayudar a colocarlos en alguno de los medios periodísticos en los que he participado. Algunas veces lo hice; en otras simplemente me desentendí hasta que me di cuenta que su prodigiosa memoria llevaba un registro puntual de mi desempeño en cada una de las candidaturas que me había propuesto.

Alguna vez publiqué, para una reseña de su libro El Blanco Móvil. Curso de Periodismo (Ediciones El País, 2001), que todo lo que yo sabía de periodismo se lo debía a él. Una frase que él me repetía, a medio camino entre el halago y las ganas de molestarme, cuando había público presente.

En realidad no era así, pero nunca quise aclarárselo. La mayor parte de lo que aprendí de periodismo fue dándome frentazos con la realidad, como es el caso para casi todos los miembros de este gremio. Ciertamente fue muy pedagógica una estancia larga en la redacción de El País cuando Bastenier fungía como subdirector. Pero en asuntos periodísticos la teoría es tan útil como las instrucciones para andar en bicicleta: solo la dominas tras múltiples caídas y muchos titubeos.

Debí haberle aclarado hace mucho tiempo que yo no aprendí de él cómo hacer periodismo. Pero ciertamente adopté de él algo mucho más importante: la pasión por el oficio. Miguel Ángel concebía nuestra profesión como un apostolado, y vivió y murió incendiado por esa fe. Consideraba que la prensa es el espacio que permite indagar y exhibir las infamias del mundo; y que esas infamias son tantas y de tal calado, que para una comunidad no hay nada más importante que construir los medios y los periodistas capaces de llevar a buen puerto tan sagrada misión. En lo personal hizo de esta cruzada un refugio para seguir creyendo que el futuro era posible: mientras existieran buenos periodistas, había esperanzas.

No soy de los que creen que el periodismo está en proceso de extinción. Nunca como ahora la sociedad ha necesitado del curador que haga inteligible la sobreabundancia de información y seudo información que hoy nos inunda, aunque tengamos que hacerlo de una manera diferente en los tiempos que corren. Pero me temo que sin Miguel Ángel Bastenier será más difícil la dura tarea de reinventarnos sin correr el riesgo de traicionar el oficio.

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.

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