Por José Manuel Blanco
Las contraseñas pueden esconder nuestras obsesiones ocultas o el recuerdo de un ser querido, el nombre de la persona a la que amamos o las peores prácticas de seguridad. ¿Es posible descubrir la personalidad de un usuario a través de ellas?
Ciudad de México, 29 de junio (SinEmbargo/ElDiario).- Hacemos las cosas por alguna razón: elegir coche, destino de vacaciones, carrera universitaria… Incluso contraseña. Detrás de cada combinación más o menos aleatoria de letras, números y caracteres hay una historia que merece la pena contar. Le hemos preguntado a varias personas por sus contraseñas en servicios de internet, tanto nuevas como antiguas. Detrás hay todo tipo de anécdotas, centradas en un mismo objetivo: el recuerdo.
Una joven opositora nos dice que suele utilizar “una bastante tonta”: “asdfghASDFGH”. ¿Por qué? “Porque era fácil de recordar y contiene mayúsculas y minúsculas, algo que piden en muchos servicios para que la contraseña sea segura”.
Cuanto más se complique la clave para contrarrestar ataques informáticos, más difícil será memorizarla. “En un caso también uso caracteres especiales”, nos cuenta un barcelonés. “Esto se debe a que el servicio me alertó de que podría haber un intruso, así que traté de complicarla un poco. Ahora me cuesta mucho más recordarla…”.
Algunas personas se plantean si tanta mayúscula, tanto número y tanto carácter especial sirven para algo. “No voy a decir mis contraseñas actuales”, nos cuenta una estudiante de máster, que parece ser una adelantada en el uso de mayúsculas con su “JamonConQueso” de 2005 (“por entonces ni siquiera recuerdo que avisaran que la contraseña era más segura si intercalabas mayúsculas con números”), “pero sí puedo decir”, continúa, “que intento tener una por cada servicio que utilizo. Esto hace que a veces me vuelva loca y que la mayoría de las veces tarde hasta tres o cuatro intentos en atinar con la que es. ¡Me pregunto si merece la pena!”.
Más allá de esto, tenemos historias de amor y desamor, que recordamos con cada tecleo. La chica del “JamonConQueso” utilizó a los 12 años, para su primera cuenta de correo electrónico, la contraseña “Carlitos”. “Era el nombre del niño que me gustaba”, rememora. Una periodista de 27 años nos cuenta que una de sus primeras contraseñas fue “frances”, “porque es la nacionalidad de un chico que me gustaba en la adolescencia. Sigo utilizándola en algunas nuevas cuentas, pero le voy añadiendo números o poniendo algunas letras mayúsculas”.
Otra joven de su misma edad nos dice que utiliza “Jorgibiris” para todos sus servicios (“suelo variar si me solicitan mayúsculas, caracteres numéricos y demás, pero sobre la misma base”). ¿La razón? “Jorge es el nombre de mi hermano pequeño. Jorgibiris es como le llamaba cuando era un enano”. La emotividad también está en “uces152”: “Es el nombre de mi pueblo y el número con el que entré en el conservatorio hace 16 años”, nos cuenta otra persona.
Hay quien usa como contraseña una combinación de números y letras fácil de recordar: “Bueno… A veces uso la matrícula del coche, pero del que tenía cuando empecé a usar internet”, nos cuenta un gestor cultural de 47 años. Este recuerdo le hace reaccionar: “Me deprimo viendo cómo ha pasado el tiempo”.
Como cuando marcamos un favorito en Twitter creyendo que nadie nos vigila, las contraseñas pueden ser un lugar donde revelar nuestros más oscuros pensamientos. Un joven veinteañero sudamericano nos dice que en los servicios más privados utiliza “P0r0ng4?” (“poronga”, una forma malsonante de llamar al pene en algunos países de América) y “C0nch4fr14_” (“concha”, como se llama a la vagina en Sudamérica, entre otros lugares). “Al ser secreta, es como que tengo la libertad para decir lo que sea porque, total, nadie me va a escuchar. Por eso en general elijo contraseñas obscenas en código alfanumérico para evitar el ‘hackeo'”. Eso sí, cuando tiene que compartir la clave con otras personas, opta por un registro más modosito: su calle y el número de su casa (“si preciso pasar la contraseña de Netflix a mis padres, no me veo en un momento embarazoso”).
DETRÁS DE LAS CONTRASEÑAS
¿Qué nos puede llevar a utilizar una u otra contraseña? Según el psicólogo social Guillermo Fouce, estudiando las contraseñas antiguas o nuevas “se pueden obtener algunos de los hábitos o de los gustos o algunas de las fechas que son importantes para esa persona. Se puede también saber si repite siempre la misma o si va modificando distintas contraseñas en función del tipo de tema”.
Todas estas historias que hemos leído están relacionadas con momentos felices o neutros de la vida de nuestros entrevistados, que contestaron voluntariamente a un cuestionario anónimo. Pero, ¿es posible asociar recuerdos negativos a las contraseñas? Fouce nos cuenta que es habitual hallar el nombre de mascotas que fallecieron en la secuencia de caracteres. ¿Esto nos hace bien? “Depende de cada caso”, matiza. “En el caso de los duelos, de que alguien haya fallecido, la cuestión está en que eso no marque tu vida. Si es una cuestión de mero recuerdo, no debería ser un problema ni es patológico”.
La psicóloga Helen Petrie, de la Universidad de Londres, realizó una investigación con mil 200 personas para intentar descubrir qué personalidades había detrás de las contraseñas. Identificó cuatro grupos:
- Orientados a la familia: Aquellos cuya contraseña se basaba en su propio nombre o apodo, en el de la mascota o en una fecha de nacimiento (es decir, “con valor emotivo”, explicaba Petrie).
- Fans: Contraseñas con nombres de atletas, cantantes, equipos de fútbol… Son jóvenes y se quieren identificar con el estilo de vida de estas celebridades.
- Fantaseadores: Se imaginan que son más atractivos o altos de lo que son en realidad: “sexy”, “semental”…
- Crípticos: Contraseñas verdaderamente difíciles de reconocer. ¿Qué conexión tendrán con la realidad?
El análisis de una contraseña no basta para descubrir a una persona. Como indica Fouce, tenemos que acompañarlo del manejo que realizamos de las redes, de las páginas que visitamos… No obstante, leyendo algunas de estas historias, queda claro que no nos comportamos igual delante de un desconocido que accediendo al correo electrónico; y que cuando queremos “jugar seguro”, lo hacemos, aunque a veces nos preguntemos por qué tantas mayúsculas y tantos caracteres especiales.