Fue asunto de semanas en lo que el gobierno de Felipe Calderón terminara de festejar la muerte de Nazario Moreno, el temible jefe de los narcotraficantes michoacanos, para que entre los cerros de tierra parda y ardiente se escucharan los corridos del regreso de la muerte de un caballero templario.
Desde antes de esa primera muerte, se le conocía como El Más Loco, apodo en el que Nazario se sentía más que cómodo, pero luego de su falso abatimiento, en un sendero cercano a Tumbiscatío, el jefe de Los Templarios volvió no como un fantasma, sino como un demonio. Incontrolable, mataba por todas las razones o por ninguna.
El rastro de miedo y odio sigue ahí.
Los muertos vuelven de sus fosas clandestinas y cuentan las historias del reino de Nazario, de su ríos de Buchanan’s y montañas de coca, de su palacio, La Fortaleza, una fantasía ranchera de cemento y piedra imposible de no ver desde el aire o desde la tierra, desde los helicópteros de la Policía Federal o las tanquetas del ejército mexicano.
Pero nadie tocó el sitio, donde cantaron Calibre .50, Jenny Rivera y Joan Sebastián, donde Nazario mataba a quien suponía su enemigo con cara de aburrimiento. Donde resguardaba los libros cristianos con los que impartía doctrina.
A casi un año de su segunda y definitiva muerte, SinEmbargo estuvo ahí.
Apatzingán, Michoacán.– El sol se adentró en los cerros de la Tierra Caliente y el jaripeo en el pueblo de Holanda se volvió fiesta de sombras.
Nazario se desprendió de sus escoltas –hasta 350 hombres artillados– y subió a la batea de una camioneta donde le pareció bien sentarse a beber cerveza con tres o cuatro de sus cercanos. Llevaba la barba de candado bien recortada y una camisa abierta hasta el segundo o tercer botón. El pecho lampiño quedaba al descubierto.
A fines de 2013, oficialmente estaba muerto, pero se mantenía como jefe de uno de los cárteles más violentos en México. Con la espalda bien recta, golpeaba con los tacones de sus botas texanas el piso de la caja del vehículo mientras seguía las canciones norteñas, algunas dedicadas a su existencia.
La escena es bien recordada por el dueño de la camioneta, un hombre perteneciente a las Fuerzas Rurales, las mismas alzadas a principios de 2014 contra el imperio de los Templarios, marihuaneros, gomeros, hieleros –fabricantes de metanfetaminas–, secuestradores, asesinos y violadores que se imponían votos de honor con casos de plástico, réplicas de los utilizados por los soldados sacerdotes de la Edad Media.
–¡El micrófono! –ordenó El Chayo.
Aprisa, el cantante corrió con el aparato en mano y, en medio del ruedo, se encontró con Ernesto Morelos Villa, pseudónimo compuesto por Nazario para sí mismo tomando nombre y apellidos de los héroes de quienes decía descender: Ernesto El Che Guevara, José María Morelos y Francisco Villa.
–¡Échense El Rey! –pidió la canción ranchera más conocida de José Alfredo Jiménez.
Con dinero y sin dinero,
hago siempre lo que quiero
y mi palabra es la ley.
No tengo trono ni reina
ni nadie que me comprenda.
De la garganta del narcotraficante salió el maullido de un gato torturado. Cuando al fin calló, miró alrededor y se tambaleó, lo que hacía más alarmante el revólver Mágnum .357, apto para atravesar un motor de lado a lado, en su cintura.
– ¡Al que no aplauda le doy un pinchi balazo! –amenazó y los cientos de pares de manos ahí presentes chocaron entre sí.
* * *
Nazario Moreno González nació por aquí, en Guanajuatillo, el 8 de marzo de 1970, así que habría de cumplir 45 años de vida, pero cumplirá su primer aniversario de muerto pues murió por segunda y definitiva vez hace casi un año, el 9 de marzo de 2014.
–Su padre fue un moterillo. Le decían El Papayo –recuerda un viejo de Holanda. –Nada importante. Sembraba marijuana para no morirse de hambre. Murió poco antes que Nazario y también se fue debiendo vidas. Nació en Guanajuatillo, sí.
–¿Qué tan pobres eran?
–Cuando Nazario estaba morro iba cerca del Alcalde a trabajar por el día cargando melón allá, con el ayate que se cuelgan aquí, para acarrear melón a los carros. Ganaría unos 50, 60 pesos de hoy. Andaba de jornalero. Traía ropa… ropa pobre. Ropa nomás así de… no bonita. Ahí nomás, como la que compra uno, no era ropa de marca.
Uno de los grupos que le rindieron pleitesía, Reyes de Alto Mando, compuso la canción “Destino reformado”, posiblemente una referencia a la infancia de Nazario:
Desde niño fui aceptando
todo lo que iba viviendo,
cuando el hambre está de frente
la vergüenza vas perdiendo.
Humillado y maltratado
la vida me ha desgastado
un buen precio fui pagando
para estar posicionado.
Todo lo que yo deseaba
tan sólo podía mirarlo,
veinticuatro horas al día
las pasaba trabajando.
Me caía me levantaba,
por mí nadie preguntaba
huérfano de nacimiento,
mi sangre está envenenada.
* * *
“Luego se fue a Estados Unidos y se volvió narquillo. De vuelta creció recio, porque se hizo pareja con Enrique Plancarte, que por aquí se le escapó al gobierno con la ayuda de Nazario”.
– ¿Y sus hermanos?
– A uno lo mataron en Morelia. Le decían El Ratón… No sé cómo se llamaba… tenía hermanos, tenía hermanas… los hermanos se metieron en broncas ya cuando él andaba crecido y no podían estar en ninguna parte porque corrían peligro de tantas chingaderas que hacía él. Si nomás con ser amigos de él se sentían bien, cuantimás familiares. ¡Eran intocables! Una vez se llevaron a un regidor de Apatzingán y lo torturaron, pero ya no pudieron matarlo y lo obligaron a decir, frente a una cámara, que estaba todo madreado de la cara porque agarró la loquera en la fiesta y él se pegó el solo contra el piso.
–¿En verdad cantaba mal? –pregunto al rural que recuperó su camioneta varias horas más tarde.
–Sabía cantar de la chingada. No tenía tonada, pero decía que quien no le aplaudiera le daría un balazo.
–¿Y cumplía?
–Pues la gente mejor le aplaudía. Yo mejor me salí a la chingada. Traiba sesenti –el acento regional suele declinar las palabras en i– camionetas cuidándolo. Algunas trocas eran de doble cabina y llevaban ocho cabrones abajo y ocho arriba. Unos 350 hombres andaban pegados con él.
– ¿Él mismo disparaba?
– ¡Ah, sí! Y tenía tino. Ponía la bala en la frente. También se sabía dar de chingadazos. Pegaba duro.
Continúa el corrido de Los Reyes de Alto Mando:
Antes no traía huaraches,
ahora traigo botas nuevas
y la ropa que vestía
en la basura se encuentra.
Hoy mi cuerpo se ve de lujo
de vestir ropa de marca
una legión en mi muñeca
y una trocona blindada.
* * *
La organización armada de las comunidades será prohibida a principios de 2015 por el gobierno federal y Apatzingán será un municipio militarizado, aunque, en realidad, nadie depondrá las armas del todo ni aún después de la salida de Alfredo Castillo de la comisión especial creada para intervenir el estado desde Los Pinos.
En diciembre de 2014, esta es la última barricada controlada por los autodefensas en los límites de Apatzingán y Tumbiscatío.
En este punto fue donde, exactamente, la Policía Federal mexicana, el ejército, la marina y la DEA, con agentes armados participantes en terreno según los documentos la propia agencia antidrogas, se dio por muerto a Nazario Moreno el 9 de diciembre de 2010.
Las versiones apuntan a que los narcotraficantes intervinieron las comunicaciones de las autoridades, que habían supuesto la muerte del Chayo en la refriega.
El jefe del narco aprovechó la circunstancia e hizo a sus hombres confirmar su deceso por un canal de radio que sabían interceptado.
La supuesta treta funcionó y la muerte de Nazario se anunció como un logro del gobierno de Felipe Calderón en su guerra contra las drogas.
Pero todos en Apatzingán y municipios de alrededor sabían que Nazario iba y venía por sus ranchos y casas con sus cientos de pistoleros o que se arrojaba al monte con una mula retinta de patas blancas a la que Nazario guardó singular cariño. El animal se comportaba con inusual mansedumbre, lo que permitía al capo presumir sus dotes de doma con un tipo de bestia reputada por su hosquedad, pero también por su fortaleza, resistencia y agilidad en las barrancas.
–En el monte, los caballos son pataratos –torpes, explica un hombre que conoció las caballerizas de Nazario. –Quería a la bestia mular y en esa se iba vuelto la raya cuando le avisaban que los federales estaban muy cerca.
El punto de control es resguardado por una docena de hombres armados con cuernos de chivo y AR-15, arma de diseño estadunidense de menor estima que el fusil ruso Kalashnikov.
Un cuerno de chivo de manufactura china cuesta en la región, precio estandarizado para autodefensas, narcotraficantes o la mezcla de ambas condiciones, unos 30 mil pesos, platica un hombre en el puesto de vigilancia. Cada bala cuesta alrededor de 30 pesos.
–Es como sacar de un chingadazo 30 caguamas. ¡Papapapapapapa! –ríe y luce un diente superior frontal de color indescriptible y marco dorado. La barriga cervecera confirma su pericia en la conversión de tales unidades. Sin embargo, éste autodefensa no porta un fusil con el cargador curvo y estriado por el que obtiene el nombre de cuerno de chivo en el campo mexicano, sino la misma arma con un tambor de 75 municiones. –¡75 caguamas! –una calculadora científica no lo haría mejor.
–¿Y tiene algún nombre esa lata?
–Huevi di burri. Y se le pueden acomodar dos.
–¿Y entonces como le llaman?
–¡Pus huevi di tori! –enuncia con las palmas hacia arriba y el sonsonete típico de quien subraya la estupidez de su interlocutor por requerir que le expliquen lo obvio.
* * *
“Aquí ya es peligroso. En todo esto llegaron a emboscar”, dice el mayor de los rurales apenas queda atrás la capilla de Nazario. El hombre gira el dedo índice derecho para contener en el círculo descrito por su dedo las decenas de cerros bajos y cafés, ardientes en el mediodía de diciembre. Va sentado en el asiento del copiloto y lleva el cuerno de chivo entre su sillón y la puerta. Se le ve tan familiar con el arma como a un campesino con su azadón.
En estas terracerías, decenas de policías federales cayeron bajo el fuego de los sicarios. Apenas veían camionetas de la federal, los gatilleros de Nazario les volaban metralla. Poco importaba si provocaban un combate al tirotear una patrulla o una decena de blindadas. Los templarios veían uniformes negros y se arrojaban como a un coyote sobre la liebre.
–Una vez por semana, siempre al menos una vez por semana, subían dos camionetas militares –comenta uno de los rurales mientras los otros asienten, confirmando la versión. –Se quedaban arriba, en el rancho de Nazario todo el día y luego bajaban. En Apatzingán tenemos la 43 Zona Militar y al principio nos caía de extraño que les dejaran hacer todo lo que hacían, pero luego se paseaban esas dos camionetas verdes y quedaba claro todo.
–¿Subían a La Fortaleza?
–Y a las demás casas que se hizo Nazario. Hay otras en San Francisco, Cueramo, Guanajuatillo y Holanda. Fausto Vallejo estuvo en su casa del cerro cuando era candidato al gobierno de Michoacán. Nazario ordenó a toda la gente votar sólo por el PRI. Si alguien colgaba una manta de otro partido, le llamaba y le decía que si quería andar en las campañas, tenía permiso de hacer campaña por PRI.
–Pero cada quien votó por quien quiso.
–Sí, pero luego salieron los resultados y aparecieron los votos. Echó cuentas y se imaginó por donde habían salido esos votos, porque el cabrón era listo. “Se me hace que voy a colgar cabrones del puente”, dijo. Y sí hubo un colgado. En la elección para gobernador no quiso al PRD, pero el que le caía más mal era el PAN, porque Calderón es michoacano y decía que era el mal y lo debía expulsar a como diera lugar.
* * *
Mientras un cuerno de chivo se precia en unos 30 mil pesos, un fusil AR-15 vale unos 20 mil pesos. Una pistola .9 milímetros se cotiza en 12 mil 500 pesos. Entre los autodefensas entrevistados nadie conoció el costo de una metralleta calibre .50 como las utilizadas por los narcotraficantes durante los choques con federales y rurales.
–¿Pelean bien los templarios?
–Muchos nomás agarran el rifle y tiran: trrrrrrrr –explica un rural y remeda el movimiento de un fusil sobre su cabeza y aprieta los ojos. –Algunos corren. Muchos. Otros sí son entrones.
–Por acá andan todavía 12 o 15 templarios –explica el viejo. –Son del Gallito, uno muy bravo que era cercano a Nazario. Él mató a un pistolero de nombre Ponciano Saucedo, enviado por La Tuta [Servando Gómez Martínez] para matar a Nazario.
La versión oficial del gobierno mexicano sobre la segunda y definitiva muerte de Nazario consiste en que el narcotraficante fue abatido el 9 de marzo, al día siguiente de su cumpleaños 44, en un paraje Tumbiscatío, muy cerca de aquí, mientras El Más Loco se lanzó, sobre el lomo de una mula, a la carga de unos marinos de élite.
–El gobierno dice otra cosa –se le comenta al autodefensa que suelta el dato de Ponciano Saucedo.
–El gobierno dice otras cosas.
El camino se flanquea por frondosas camelinas púrpuras, rojas, rosas y color melón. Poco después, unos 25 minutos adelante del puesto de vigilancia de los autodefensas, el más viejo de los rurales advierte sobre un conjunto de edificios blancos, un espejismo entre los cerros cafés.
“Aquí es La Fortaleza”.
–¿Por qué se llama La Fortaleza?
–La Fortaleza de Annunaki – dice con naturalidad uno de los patrulleros. –Él le daba libros a la gente y les hablaba de Dios.
En la tradición mesopotámica, los Annunaki son dioses hijos del cielo. En el esoterismo contemporáneo, son extraterrestres esclavizadores de la raza humana.
Tal vez hubo algo de esto último en los propósitos de Nazario, pero el conjunto de edificios de La Fortaleza de Annunaki no es una visión del pasado babilonio ni una pretensión tecnológica. Es, más bien, la fantasía palaciega de un ranchero.
Otro fragmento de la pieza de Reyes de Alto Mando:
Fui subiendo en el proceso
para salir adelante.
Hoy soy dueño de un buen puesto
que está manchado con sangre.
* * *
Más que ser ruinas del tiempo, los despojos de La Fortaleza son eso por el pillaje y la destrucción de autodefensas y vecinos que invadieron el lugar en las semanas siguientes a la muerte de Nazario.
Una decena de edificios separados entre sí se distribuyen en cerca de tres hectáreas de terreno. Las construcciones permanecen intactas y su pintura blanca, reluciente. Son pocas las casas alrededor de La Fortaleza y ninguna se le parece. La zona aún es sobrevolada por aviones y helicópteros del ejército y la marina –Apatzingán, además de zona militar cuenta con una zona naval–, pero el sitio nunca fue asaltado por fuerzas de gobierno.
La cerca ahora es vigilada por el armazón de alambre de una figura humana que los autodefensas vistieron luego de tomar La Fortaleza. Le montaban un madero a manera de arma para que el mono funcionara como señuelo de los templarios.
Tras la reja, la primera casa que funcionó como dormitorio y recepción, muestra el piso cubierto con panales de chilpa, un avispón rojizo que pica sin provocación y ocasiona un ardor similar a la quemadura de una brasa.
–¡Su mujer se pondrá recontenta! –reconforta uno de los hombres en sugerencia a que la picadura es afrodisíaca, misma atribución que los lugareños le otorgan a un sinnúmero de plantas, animales y situaciones de este y el otro mundo.
Una iguana verde trata de escabullirse por una ventana y derriba un cuadro con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. El sitio está pintado de amarillo canario con detalles naranjas.
–Sabe a pollo – se adelante un rural a la pregunta del sabor del animal.
–¿Beben su sangre?
–Quienes están enfermos, sí. Se le ponen granos de sal, se revuelve con Coca Cola y pa’dentro. ¡Pura vitamina!
A un costado, se ven los edificios más grandes, ocupados como graneros. Nazario no sólo acaparaba el mercado de la marihuana, la amapola y las metanfetaminas en la región. Durante los últimos meses de su vida impuso que todo el maíz a la venta se le vendiera a él y que todo el grano disponible se comprara a él.
–Lo mismo con los animales –el mayor de los guardias rurales apunta hacia unos corrales. –Estábamos obligados a venderle la res en pie a 15 pesos el kilo, ni un peso más, y él lo vendía 22 pesos, ni un peso menos.
Hacia el interior del rancho, quedan los restos de una red extendida y dos rectángulos bien delimitados y cubiertos de arena que sugieren canchas de voleibol.
Luego está una plancha de concreto techada que funcionó como pista de baile o salón de eventos con un pequeño escenario. Al fondo, se conserva una bodega construida como tienda con una lámina de Sabritas colgada.
–Una vez, Nazario y dos de sus compas, nomás ellos, estaban sentados oyendo un grupo de Apatzingán. Estaba toda la banda –recuerda un rural que trabajó como jardinero en el solar. –Llegaron camionetas y uno de los sicarios se acercó. El Chayo ordenó a los músicos que pararan. Se levantó y caminó hacia donde estaban las trocas. Luego de 10 minutos se oyeron dos balazos y Nazario volvió. “Toquen”, pidió.
Un fragmento más de “Destino reformado”:
Tres cuerpos en mi cajuela
y un cuchillo ensangrentado
al cortarles la cabeza
me siento un poco aliviado.
Cuando les arranco el alma
me miran horrorizados
una mueca terrorosa
y una sonrisa en mis labios.
* * *
Hacia adentro de la Fortaleza de Annunaki, continúa el palenque de gallos cuyo aro permanece forrado con madera. Atrás, un edificio de concreto y diseño moderno funcionó como casino. Hubo mesa de Black Jack, póquer, ruleta y dados. Ahora queda una mesa con fieltro verde y pedazos de plástico de varios colores, similares a los ocupados por los pueblos en las fiestas religiosas. No hay manera de esculcar nada, porque el sitio es un torbellino de afrodisiacas avispas gigantes.
En La Fortaleza, el espacio más llamativo es el dedicado a la monta de toros, un ruedo techado con capacidad para mil personas sentadas e iluminación artificial, sitio único en Michoacán. En medio del graderío, un cuarto con puerta de vidrio y letrero de “Palco Privado” funciona como un juego de palabras sobre el apodo de su dueño: pa’l loco y privado, aquí como reiteración de la demencia, El Más Loco.
El cristal está adornado con la figura de un jinete sobre un potro bronco.
–Aquí vinieron Joan Sebastian y Jenny Rivera –comenta un autodefensa confirmando que los músicos, al menos estos, tienen o tuvieron la inusitada capacidad para estrechar la mano de todos los capos, sin importar si entre estos un encuentro resultaría, inevitablemente, en una masacre. Joan Sebastian, por ejemplo, es hermano de un hombre relacionado con Los Guerreros Unidos, los mismos que secuestraron y asesinaron a los 43 muchachos de Ayotzinapa.
–También tocaron los de Calibre .50, Ezequiel Peña y hasta Napoleón vino a cantar –continúa la lista otro hombre.
–¿Podía venir cualquier persona? –pregunto.
–Cobraba 10 mil pesos por cada troca que entraba con la gente que cupiera adentro, pero no muy atascada, porque una troca muy apretada le iba a parecer mal a él. A una gente que la viera muy hambreada –ambiciosa sin justificación–, la hacía tragar de más. Si a un trabajador le decía que ya estaba muy cansado, lo mataba para que ya descansara en paz. Todo el tiempo castigaba… Tarugadas.
–¿Venía mucha gente?
–Se hacía la cola de trocas y trocas.
–¿Mujeres?
–A la que le gustara se la traían. Subían los taxis de Apatzingán con las muchachas más guapas. Ahora hay un montón de pendejas con cruces tatuadas en la panza, en las nalgas y en todos lados que se quieren quitar esos tatuajes hasta con sosa o ácido.
–¿Se le decía que no a Nazario?
–Él citaba y si uno no llegaba mandaba segundo aviso y después de eso, piso –muerte. –Cuando uno se los encontraba, había que poner buena cara y tratarlos como a los grandes amigos y los más chingones de los compadres, porque si nos les gustaba la cara de alguien, nomás era de que les diera la gana y lo mataban.
–¿Le mataron algún conocido?
–Sí, como no. Tuve un sobrino que estudio leyes y tenía un cliente preso. Nazario le ordenó no defenderlo, pero mi sobrino hizo su trabajo y lo sacó de prisión. Luego lo levantaron, lo caparon y tiraron su cabeza por un lado y el cuerpo por otro. Ya estaba muy loco el cabrón de Nazario. Desaparecieron a un hombre que vendía ollas porque, para los templarios, las vendía muy baratas y con eso los quería hacer quedar mal. A un señor que entró vendiendo pan, como no lo conocían, dijeron que era un espía; lo levantaron y quemaron por una brecha. Allá, pa’ la Ciénega, también encerraron una pareja con su criaturita adentro de una camioneta, le echaron gasolina y la prendieron.
–¿Locos fuera de sí?
–Le abrieron el vientre a una mujer embarazada para sacarle el niño. Mataron, atrás de ese cerro, a 13 de una familia, desde el más viejito hasta un niño de tres meses que lo tomaron de los tobillos y lo azotaron contra un árbol. Nosotros encontramos las tumbas en que los enterraron y agarramos al cabrón que lo hizo y lo confesó todo. Otro nos dijo que Nazario les daba comer pedazos de corazón.
Los últimos versos de “Destino reformado”:
Viviré penando en vida,
porque no tengo futuro,
tengo mente de suicida
y pienso tragarme al mundo.
Nunca conocí a mis padres,
ni un amigo verdadero;
sólo me queda esperar
un lugar… en el infierno. *