LA ALAMEDA: ¿QUÉ HAY DETRÁS DE ESAS TAPIAS?

27/09/2012 - 12:00 am
Foto: Cuartoscuro

Conforme lo escucho de Érika Rodríguez Rodríguez, joven arqueóloga que cuenta con la asistencia de los primos José y Epifanio Cano, puedo imaginármelo: un tiempo donde los barrios aledaños a la gran Tenochtitlan eran canales que se abrían paso sobre terrenos fanganosos, en un valle de grata comunión con los cielos y sus volcanes. Desde que se incorporó a las labores, como parte del proyecto de Rehabilitación en La Alameda Central, hace poco más de un mes, su mayor gozo ha sido descubrir los restos de uno de esos canales prehispánicos y los vestigios de una zona chinampera, justo por debajo de una capa de fina arena. Junto con otros miembros designados por el INAH, Érika coordina excavaciones –sin el apoyo de ninguna maquinaria– en aquellas áreas que está interviniendo la constructora responsable de volver a dar vida al ancestral paseo (cisternas, fuentes, sistemas eléctricos…), y van removiendo con paciencia la tierra hasta llegar a lo que se denomina “capa estéril”, donde ya no existe seña alguna de elementos culturales.

A su alrededor, en la esquina de Avenida Juárez y Doctor Mora, se encuentran varias brigadas de trabajadores, entre las que está Don Simón Palma Cerón, quien por recomendación de su primo Aquilino “El Chiquilín”, se vino desde Puebla “porque hay que estar donde haya trabajo”. Así que se queda en la capital de lunes a viernes, y el fin de semana lo pasa con su familia, que es grande: tuvo siete hijos, el mayor tiene ahora 26 y el pequeño nueve años, apenas.

Forma parte del equipo responsable de poner en los camellones y alrededor de las fuentes el mármol Santo Tomás con acabado busardeado, es decir, un material de gran dureza, sometido a procesos mecánicos que crean textura antiderrapante, y cuyas vetas están delineadas con armonía.

Bajo su cachucha imprescindible para las horas que está bajo el sol de verano, Don Simón anticipa que traerá a su familia de paseo cuando La Alameda vuelva a estar abierta. Está seguro de que va a quedar muy hermosa y no lo dudo: lo que él y otras decenas de “azulejeros” jóvenes y maduros hacen es de calidad artesanal: alinean, recortan, pegan y van armando diseños armónicos que están pensados para el realce de este jardín tradicional, pero sobre todo para el disfrute de los paseantes.

Alzo la vista y alcanzo a distinguir en el horizonte el perfil de La Torre Latinoamericana, el primer rascacielos de la ciudad, que marca el inicio del paso peatonal en el que se ha convertido la calle de Madero. En 1592, cuando el Virrey Don Luis de Velasco decretó la creación de este espacio, sus objetivos no eran distantes a los de ahora, aun cuando ya han transcurrido 420 años: que la sociedad de la época dispusiera de un área lo suficientemente amplia y hermosa para pasear y convivir. Aunque en aquel siglo XVI el trazo era una cuadrícula y el amplio jardín –en el que se sembraron inicialmente álamos, de ahí su nombre– estaba rodeado por una acequia como un medio para controlar el paso.

Foto: Cuartoscuro

Su gran transformación se dio hasta el siglo XVIII, cuando llegó a la Nueva España el Virrey Carlos Francisco de Croix. Originario de Lille, Francia, venía influenciado por la majestuosidad de los jardines del Palacio de Versalles, así que mandó extender La Alameda sobre las plazuelas de Santa Isabel y San Diego, lo mismo que instalar rotondas, plazoletas y fuentes. A él debemos la magnitud de este jardín, considerado el más antiguo de América.

Caminando hacia el centro me encuentro al ingeniero Ariel López con cuatro de sus muchachos: Simón Abel, Víctor, Heriberto y Beto. Faltan dos de una cuadrilla de seis, con la titánica misión de armar –como en un juego de lego– colocar y nivelar el total de 536 luminarias nuevas que tendrá La Alameda.

Tiene una semana que empezaron, con su cincho de herramientas listo, y me comentan que llevan buen ritmo. A ellos, los arquitectos y sus colaboradores les dejaron listos los espacios para trabajar, y ellos a su vez están dejando todo listo para que los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) –como Luis David Saldivia– aseguren las conexiones y hagan la luz, literalmente, en todo el jardín central. Se trata, por supuesto, de sistemas ahorradores de luz fría. ¡Lo que hubiera dado Doña Carlota por venir a pasear ahora por estas calzadas! Cuando ella llegó a México en compañía de su esposo, Maximiliano de Habsburgo, en el siglo XIX, La Alameda se encontraba en mal estado y carecía de iluminación eléctrica. Quizás por ello ambos impulsaron obras de relevancia –como la instalación de varias fuentes y el plantío de rosas– con el propósito de emular los jardines europeos que ella extrañaba, aunque no llegaría a disfrutarlos por los acontecimientos de la Historia.

Bajo un toldo verde que pretende guarecerlos del sol, David Ocaña y Jair Romero Hernández le han dedicado ya tres semanas a la restauración de la fuente Neptuno y los Tritones. No se abocan solo a las esculturas: revisan los basamentos para dar nueva vida al sistema original, incluyendo piezas nuevas solo cuando es estrictamente necesario. Además de su experiencia en otras restauraciones de envergadura, esta labor exige mucho de su ingenio, ya que se carece de los planos originales.

De las seis fuentes de agua que existen en La Alameda –es decir, con partes de donde surgen borbotones– la que más le gusta a David es justo ésta, la del dios romano que gobierna los mares, por el gran detallado de su rostro y manos. Cabe subrayar que, aunque este dios de bronce –Poseidón en la mitología griega– porta con poderío su tridente, se encontraba en un estado de oxidación considerable, sin agua en la fuente y mucho menos saliendo por la boca de los peces que le acompañan. David y Jair dejan sentir su emoción al imaginarlo ya funcionando, a la vista de chicos y grandes.

Se sabe que Neptuno y los Tritones es creación del escultor Walter Dubray y data de 1857. Fue una de las adiciones hechas a La Alameda en ese siglo, poco antes de que Benito Juárez promulgara las Leyes de Reforma. Por cierto, tras el derrocamiento del emperador impuesto, el Benemérito de las Américas hizo una entrada triunfal a la capital mexicana por la Avenida que hoy lleva su nombre, en julio de 1867, y el heroico acontecimiento se celebró con un banquete popular en los jardines de La Alameda.

Foto: Cuartoscuro

Fue precisamente otro oaxaqueño y gran admirador del Presidente, nacido en Guelatao, Porfirio Díaz, quien impulsó cambios notorios en La Alameda Central a principios del siglo XX. Además del gusto que adquirió por los estilos afrancesados –mismos que otorgó a diferentes áreas de la Ciudad de México– el General tenía a su cargo los festejos por el primer centenario de La Independencia. A esta suma de acontecimientos e intereses debemos la creación de El Palacio de Bellas Artes, cuyo diseño es del arquitecto italiano Adamo Boari; y de El Hemiciclo a Juárez, edificado en su totalidad con mármol de Carrara bajo el diseño del arquitecto mexicano Guillermo Heredia y piezas escultóricas de otro italiano, Lanzaroni.

Pocos saben, pero este cenotafio –tumba vacía dedicada a Benito Juárez–  de estilo neoclásico y fuerte inspiración griega, vino a sustituir al Kiosko Morisco que actualmente se encuentra en la colonia Santa María La Ribera. Referencia central de La Alameda, por el simbolismo que guarda con el espíritu liberal e independiente del prócer, ha sido continuamente punto neurálgico para mítines de la más diversa índole, así que su considerable deterioro no se debe solo al paso del tiempo sino a los grafittis o mantas que en más de una ocasión se le han impuesto.

Ahora que está rodeado por andamios, mallas y trabajadores también luce imponente.

Es claramente notorio el resultado de los trabajos efectuados en estos pocos meses, tan solo deteniéndonos en su parte superior. La derecha aún no ha sido tratada y luce renegrida y sin brillo; mientras que el lado izquierdo adquirió gran luminosidad y es factible apreciar todos sus detalles.

Lograrlo no se debe solo a la inversión en recursos y tiempo: hay que agradecer, sobre todo, la dedicación y mano de obra de un número importante de individuos.

José Manuel Gálvez y Julio Alberto Osuna, por ejemplo, me cuentan que le han dedicado 6 meses de su vida a la limpieza de las columnas del Hemiciclo –ya llevan poco más de la mitad–. Es una tarea física extenuante, pero la hacen con gusto y también esperan poder traer pronto a sus familias para presumirles su trabajo.

Debajo de la columna donde ellos laboran está Jazmín Robles. Tiene 25 años y le corresponde una limpieza continua del Hemiciclo, para que los materiales que se ya se utilizaron se desahoguen con oportunidad de esta área. Nunca imaginó poder conocer así de cerca todo lo que hay en La Alameda.

A un costado, conocí a Eduardo Vázquez y Johny de León. Se incorporaron a este proyecto por recomendaciones de familiares o conocidos más grandes. Intercambian gustos musicales y las jornadas de sol. Hace ya casi ocho semanas que se conocen. Durante las primeras seis limpiaron detalle a detalle el jarrón de mármol del otro costado. Con este llevan apenas dos semanas, lija de agua en mano, y saben que, mínimo, les faltan otras cuatro para dejarlo como nuevo.

Afortunadamente no son los únicos designados a regresarle realce a este monumento: cada uno de sus 55 metros de dimensión tiene varias personas entregadas a ello.

A espaldas de El Hemiciclo, justo en la parte central de La Alameda, hay un gran movimiento. Las bancas de cantera han sido remozadas, se está cambiando el piso por el de mármol de Santo Tomás pero, aun más importante, se está preparando todo para que la Fuente de las Américas, una de las principales de este jardín capitalino, vuelva a lucir con el esplendor de antaño.

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Teniendo en la parte superior una figura femenina con el torso desnudo y con una profundidad de 1.30, se sabe que fue realizada en 1851 en Francia, en el taller Val d’Osne. El conjunto escultórico incluye a cuatro tritones. Lamentablemente esta es una de las fuentes que estaban más lastimadas al momento de iniciar el proyecto de rehabilitación de La Alameda: una de las manos de la figura y dos ángeles habían desaparecido, mientras que las piezas restantes presentaban gran deterioro. Tuvo que ser desarmada en su totalidad. Algunas partes se están restaurando en La Alameda, otras tuvieron que irse a instalaciones especializadas y con mayores equipos. Se van a restituir la mano y los tritones faltantes, y entre las mejoras se está adicionando un sistema robótico para asegurar la salida armónica de los brotes de agua, entre otras sorpresas para los futuros paseantes.

Supervisando las tareas estaba el arquitecto Carlos Vargas Rojo, junto con sus colegas Javier Padilla y Gerardo Morán, los tres de la empresa Sackbé. Conversando con él, profundizo en el detalle de las obras que dieron comienzo en marzo, todas sustentadas en la excelencia de los restauradores egresados del Politécnico y de la UNAM, así como en un amplio trabajo de investigación. No se sabía, por ejemplo, que la mano que falta de la figura femenina llevaba un caracol. En el gran trabajo tras bambalinas que se lleva a cabo existe un gran profesionalismo.

Lo que más anhelan los arquitectos –y que es un deseo general que me transmiten todos con quienes platico– es que cuando La Alameda vuelva a abrirse, los visitantes se apropien de ella, tanto para disfrutarla como para resguardarla. Es decir, si hay quienes desean tirar basura, romper una pieza, grafitear una fuente u otro tipo de desmán, las personas sepan que tienen el derecho de reclamarles e impedirlo, que La Alameda es suya.

Caminando por otra de las calzadas me encuentro a un par de veinteañeras antropólogas, Montserrat Alavez Ortuzar y Carolina Bucio Pacheco. Llevan un registro fotográfico y documental muy cuidadoso de las labores del INAH en este proyecto de La Alameda. De lo que me narran destacan dos puntos en particular: primero, no existe evidencia de trabajos antropológicos de campo efectuados con anterioridad en esta zona, aunque sí hay acercamientos teóricos; segundo, hay gran interés entre los colaboradores por encontrar vestigios de lo que fue el Quemadero de la Santa Inquisición. Un descubrimiento que sería muy importante porque permitiría cotejar crónicas de esa época con pruebas científicas.

Aunque hay gran movimiento, coinciden en que “no es nada en comparación con marzo, cuando se iniciaron los trabajos y eran mares de gente trabajando”. Una visión que me confirma poco después Marisol Osorio Vargas, pasante de arquitectura que ha tenido la gentileza de acompañarme en este recorrido. Esa primera etapa fue intensa porque hubo que quitar todo el mobiliario urbano, levantar el piso, desmontar fuentes y las luminarias obsoletas, revisar y actualizar todo el cableado, hacer nivelación de las calzadas y banquetas, mejorar la traza original, hacer evaluación de los árboles sustituyendo a los que ya estaban muy enfermos o secos, limpiar y sacar, entre otras cosas, animales muertos… Dejar el terreno listo para esta rehabilitación mayúscula.

En las revisiones de nivelado, por ejemplo, Don Jesús Carriedo, de profesión topógrafo, nos cuenta que la parte más hundida es el área de la Fuente de Neptuno y los Tritones y la más alta es donde está la Fuente de Venus, con un metro de diferencia entre cada una.

Simbólicamente me pareció curioso la mención de Venus –la Diosa del Amor– porque casi enseguida nos topamos con un grupo de mujeres también titánicas, gracias a las cuales la labor de los azulejeros adquiere el brillo esperado: Laura López de 27 años (que ese día había ido a trabajar muy enferma de la garganta), María del Rosario Ponce de 41, María Tolentino Vargas de 45, Valeria Belén Corona Ramírez de 18, Doña María Guadalupe Castillo Márquez de 53 (es quien las coordina), Wendy Ramírez de 24, Nancy Reyes de 18, María de la Luz Sánchez de 39 y Ana Laura Gómez Chávez de 36. Afanosas en el calor del mediodía, cada una con sus utensilios como un arma lista para amedrentar cualquier asomo de suciedad. ¡Bravo por ellas!

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Debajo de otro toldo verde, está desde hace tres semanas Moisés Cristóbal, de 35 años restaurando la escultura de la Fuente de Las Náyades. Aunque muchos las conocen desde hace lustros como las comadres, en realidad se trata de ninfas asociadas con el agua dulce que residía en fuentes, pozos, manantiales, arroyos y riachuelos.

Además de que se les reintegrará un cántaro que les había sido usurpado, estas hadas del agua reciben un tratamiento muy complejo: se les retira todo rastro de pintura y barniz viejo para luego limpiarlas con agua limpia; el óxido se quita posteriormente con fibras y cepillos metálicos, para posteriormente aplicar ácido tánico y ácido exa, darles un segundo baño con agua y finalmente aplicar un barniz de protección.

Moisés estima dedicarles por lo menos otra semana y media más, antes de que luzcan con su esplendor original. Cabe decir que una vez que las piezas de las diferentes fuentes quedan listas, se cubren y sellan con plástico para que los trabajos posteriores de plomería, electricidad y albañilería, entre otros, no vuelvan a dañarlas.

Es así como otras fuentes de agua como “La Primavera, Mercurio y Venus conducida por Céfiros” (cabe decir que ésta última estaba completamente oculta para los transeúntes por los puestos de ambulantes), lograrán de nueva cuenta ser la admiración y el regocijo de todos los paseantes.

Al extremo opuesto del Hemiciclo a Juárez, sobre Avenida Hidalgo, hay un equipo más emprendiendo otro trabajo intenso de restauración, en este caso, al kiosko, que inclusive presenta la mayor parte de su techo interior no solo con problemas serios de polilla –ya que es de madera– sino severamente quemado. Será restituido totalmente, en el interior madera y en la parte superior, fibra de vidrio. Por ahora, jóvenes como Israel Rodríguez se dedican a devolverle al metal un acabado original, al natural. Quitan primero todo rastro de pintura, utilizan ácidos especiales para estabilizar y al final barnizan para evitar la corrosión.

¡Cuando esta maravilla vuelva a cobrar vida con músicos o niños retozando, todos saldremos ganando!

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Mientras me imagino cada rincón con esos bullicios vivos de las familias, nos encaminamos a un área que se ha implementado para restaurar las bancas de hierro fundido al estilo Eiffel, y que datan del siglo XIX.

Lo primero que se hace es tratarlas con un método que se denomina samblasteo, en el que participan personas como Josue Jaza, de apenas 19 años.

Se trata de un sistema que lanza chorros de arena fina a presión, con aire comprimido, y sirve para eliminar la pintura muy vieja y el óxido. Para ello, tienen una especie de contenedor hecho con redecillas muy finas, donde se introducen con una banca a la vez, con ropa especial que les cubre todo el cuerpo y una mascarilla con respiraderos; esto, para protegerse de los materiales que se desprenden. Lo que obtienen al final es una especie de graznilla metálica.

Una vez que quedan al natural pasan a un área donde revisan que ya no tengan restos de pintura y les dan un tratamiento con ácido tánico para protegerlas y que luzcan el color del hierro.

Aquí me encontré a una cuadrilla muy especial. Primero a Israel Martínez, egresado de la UNAM y quien ya lleva siete años en la empresa restauradora, muy satisfecho, y que para este proyecto invitó a sumarse a su papá, don Marcelo Martínez Rubio.

También estaban Beatriz Calderón Sampién, recién egresada de la carera de Artes Visuales, “echándole ganas a las bancas para después asistir a otros procesos de restauración”; y a Guadalupe Antonio Ruiz, quien lleva mes y medio en estas labores y antes de eso nunca imaginó llegar a hacer algo así. Todos conviviendo muy relajados y contentos, seguros de que están aportando más que un grano de arena para el esparcimiento de todos los capitalinos y los visitantes.

Cerca de ahí hay otra área más dedicada a labores de restauración, donde conozco a Lidia Jurado y Luis Vargas, quienes también trabajan protegidos con lonas del inclemente sol capitalino.

Luis está en el proyecto de rehabilitación de La Alameda desde un inicio. Es un apasionado de este tipo de labores especializadas, a las que ya les ha dedicado dos lustros de su vida, desde que tenía 20 años. De todas las fuentes de La Alameda la que más le gusta es la de Las Américas, aunque de los cuatro tritones que debe llevar en la parte inferior se robaron dos, que se van a reponer para su completo lucimiento. Con el querubín que tiene en sus manos lleva apenas unos días de trabajo, ¡y seguro ese angelito disfruta en grande el masaje, aunque sea con ácido!

Por ahora las labores de jardinería –que se anticipa exquisita– están pendientes, a la espera de la conclusión de trabajos mayores. En reparación y procesos de restitución están también las llamadas fuentes secas –las que no cuentan con borbotones de agua– y una gran cantidad de esculturas que contribuyen a la estética de este ancestral jardín capitalino.

Cabe decir que el área perimetral de La Alameda cambiará, ya que las calles laterales de Doctor Mora y Ángela Peralta se integrarán como pasos peatonales, y sin duda una vez abierta integrará el entorno de una manera más amigable y cálida.

Otro punto distintivo de este proyecto, es que las obras de rehabilitación también incluyen modificaciones sobre el lado opuesto de Avenida Juárez, donde se ha ampliado el ancho de las banquetas para dar preferencia al paso de los peatones, se incorporó el mismo sistema de luminarias, se crearon reductores de velocidad en las esquinas, se han alineado las jacarandas hacia el lado exterior, y donde había cajetes sin árbol se han plantado ya jacarandas jóvenes. Esto crea un campo visual amplio, y sin duda mayor gozo al caminar.

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El piso es una combinación de piedra natural volcánica y concreto amarillo. Además de la belleza, contribuye a acentuar su vinculación con la Avenida Reforma y la Plaza de la República.

José Hernández tiene a su familia en Hidalgo. Vino a la Ciudad de México en busca de trabajo y para su fortuna tiene un mes en el proyecto de La Alameda. No la conocía, y aunque por ahora le toca trabajar de este otro lado, espera traer a su esposa e hijos a pasear por acá, que conozcan dónde trabajó y lo bien que quedó todo. La parte de Juárez donde pone el piso ahora es la única que tendrá ese desnivel, para respetar las columnas de la casa que se ha ido hundiendo.

Marisol termina por contarme que otra gran labor es la negociación que se da con las diferentes dependencias y empresas. “Al trabajar con lo subterráneo van apareciendo cables o ductos de diferentes tipos y hay que llamarles a todos”.

A mí me entusiasma el enorme y fabuloso resultado que se prevé para este espacio central de la Ciudad de México. Muchos preferían rodearlo a transitar por él por temor a su seguridad, por la basura acumulada, por la invasión de los ambulantes… Después de esta gran inversión de recursos y tiempo no debiera haber pretextos para no cuidar este jardín, pero más allá de eso, conociendo a las personas que día a día le entregan su experiencia y dedicación, a estos titanes que pocas veces reconocemos, habría que agradecerles de corazón su entusiasmo por devolvernos el gozo por pasear.

Una vez, Diego Rivera dejó plasmado en un mural su famosa escena Sueño de una tarde dominical en La Alameda. El arte se inspiró en la vida, en los fresnos, fuentes y calzadas … Ahora la vida debe inspirarse en las amplias calzadas, en las fuentes funcionando, en la delicadeza de cada detalle, en la vegetación… para hacerse arte.

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