Francisco Ortiz Pinchetti
27/07/2018 - 12:00 am
Daniel Ortega, el demócrata
Hoy, 28 años después, Ortega Saavedra se ha convertido en un dictador corrupto y represor que ante las protestas ciudadanas iniciadas el pasado 11 de abril a raíz de una controvertida reforma constitucional, ha respondido con la fuerza bruta. El resultado hasta ahora de más de 300 civiles muertos.
Se le quebraba la voz al comandante Daniel Ortega Saavedra aquel amanecer del 26 de febrero de 1990 cuando aceptaba tácitamente la derrota del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en las elecciones presidenciales del día anterior. El entonces Presidente de la República pudo sin embargo superar el trance inicial y pronunció con voz firme un discurso memorable que lo convirtió en una figura señera de la democracia en nuestra América, 11 años después del triunfo de la revolución sandinista que derrocó al dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle.
Me tocó ser testigo de ese histórico episodio, como enviado del semanario Proceso, en el auditorio “Olof Palme” de Managua: más de mil periodistas de todo el mundo, muchos de ellos llorando, ovacionaron de pie al candidato perdedor durante cuatro, cinco minutos, seis tal vez, al final de su intervención de casi media hora. Una escena sobrecogedora, absolutamente irrepetible.
Hoy, 28 años después, Ortega Saavedra se ha convertido en un dictador corrupto y represor que ante las protestas ciudadanas iniciadas el pasado 11 de abril a raíz de una controvertida reforma constitucional, ha respondido con la fuerza bruta. El resultado hasta ahora de más de 300 civiles muertos.
El de Ortega Saavedra es un caso singular, único diría yo, en América Latina. Como guerrillero estuvo siete años en la cárcel por sus acciones subversivas. Al triunfo de la revolución, asumió la coordinación de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. Tras ganar las elecciones como candidato del FSLN fue Presidente de la República por primera vez entre 1985 y 1990 De revolucionario pasó a ser un demócrata probado, con vuelos de estadista, al aceptar su derrota en 1990. Y acaba ahora como un tirano que censura, persigue, secuestra y mata, a semejanza del que ayudó a derrocar en los años setentas del siglo pasado. El canijo poder.
Después de su histórica derrota ante la Unión Nacional Opositora (UNO) en 1990, intentó regresar a la presidencia en dos ocasiones (1996 y 2001), pero fue, nuevamente vencido. En 2006 recuperó la Presidencia de Nicaragua. Desde entonces se ha mantenido en el poder, durante 12 años ya, a través de dos reelecciones consecutivas (2011 y 2016). En la última, además, colocó a su esposa, Rosario Murillo, en la vicepresidencia, de modo que aun muerto puede conservar el poder…
Ahora se empecina en mantenerlo, a cualquier precio. Llama a los opositores “terroristas”. Denuncia un complot internacional en su contra. Acusa a los obispos nicaragüenses que han actuado como intermediarios de “golpistas”. Rechaza las cada día más abundantes peticiones, entre ellas la de la OEA, la de ex compañeros suyos del FSLN y la de la oposición nicaragüense, para que adelante las elecciones presidenciales. Responde que ejercerá su mandato completo, hasta 2021.
Ortega Saavedra ha merecido la condena internacional por sus excesos represores, que han llegado al grado de disparar contra una manifestación de estudiantes indefensos. En su defensa, en cambio, salieron sus aliados, el venezolano Nicolás Maduro, de quién ha recibido respaldo político y apoyo económico, y el boliviano Evo Morales.
Nada que ver el nefasto personaje actual con el que vi y escuché en el “Olof Palme”. Pese a tener a su favor todo el poder militar del país, comandado el Ejército Sandinista por su hermano Humberto, se asumió derrotado por su contrincante y ex compañera de lucha Violeta Barrios de Chamorro y en un arrebato democrático se comprometió a acatar la decisión mayoritaria de los nicaragüenses.
“Estamos dispuestos a respetar los resultados electorales”, anunció con voz opaca, ante las cámaras de televisión y centenares de periodistas e internacionalistas atónitos que colmaban el auditorio. “Considero que este es, en este momento histórico, el principal aporte que los sandinistas le estamos haciendo al pueblo de Nicaragua: garantizar un proceso electoral limpio, puro, que anuncie la paz a nuestras conciencias y que nos alumbre como este sol que nos alumbra hoy, 26 de febrero, el camino hacia la consolidación de la democracia, de la economía mixta, de una Nicaragua independiente, no intervenida por potencia extranjera
alguna”.
Su discurso ocurrió luego de una jornada electoral pacífica y ordenada que dio a la UNO la victoria por más de 55 por ciento de los sufragios. Todo ese día acompañé como reportero al escritor Tomás Borge, entonces ministro del Interior del gobierno sandinista nicaragüense. Hicimos numerosos recorridos por la capital, hablamos con ciudadanos de todas las condiciones y visitamos centros de votación que funcionaban con absoluta normalidad.
“Carajo –me dijo el comandante Borge, optimista y sonriente, mientras conducía a media tarde una camionetita Toyota--: Será esta la primera vez en la historia que una revolución gane las elecciones”.
El resultado fue adverso a su vaticinio, pero igualmente histórico: por primera vez una revolución perdió el poder en elecciones libres y democráticas, vigiladas por la ONU y otros organismos internacionales.
Así pareció entenderlo Daniel Ortega Saavedra cuando fue recibido por los periodistas, de pié, con una ovación interminable, al arribar a las 6:20 de la mañana al recinto donde asumiría públicamente su derrota. En momentos sollozante, el Presidente dijo que “todos los sandinistas debemos estar orgullosos de abrir para Nicaragua un nuevo camino, como el que le abrimos a este pueblo en 1979”. Válgame.
@fopinchetti
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