La lucha entre el saber teórico y el poder práctico es una de las metáforas del imaginario social que ha sobrevivido a lo largo de milenios. ¿Está en decadencia?, ¿es aún necesaria? Roger Bartra me contesta de este modo: “Creo que desde hace unos años vivimos el proceso lento de la desaparición de los caudillos culturales, de las capillas muy cerradas y que se dedicaban a hacerse la guerra unas a las otras. Estamos viviendo una situación paradójica, porque, por un lado, el intelectual está en peligro de extinción, pero por otro lado, hay una masificación del fenómeno intelectual, esa proliferación de opinadores por todos lados a mí no me parece dañina, aunque muchos de ellos me parezcan insulsos, pero el fenómeno me parece saludable y propio de la transición democrática justamente. Entonces ahora tenemos muchos intelectuales que forman muchos grupos, y entre los cuales hay gente muy brillante. No creo que sean menos brillantes porque no sean caciques culturales”.
En De los libros al poder Grabiel Zaid escribió: “Los hombres de libros podemos ser tan sanguinarios, tan corruptos, tan estúpidos, como cualquier mortal. Es mejor que reconozcamos nuestras limitaciones y también nuestro poder específico que es convencer. Es mejor que lo mantengamos como un poder aparte, aunque así parezca la mismísima impotencia”.
Ese distanciamiento crítico no siempre puede mantenerse. Recientemente, en estos días electorales, un grupo de intelectuales y académicos, entre los que se encuentran Lorenzo Meyer y Carlos Gershenson, crearon el Frente Ciudadano en Defensa del Sufragio Efectivo, con el fin de “prevenir cualquier intento de fraude electoral el próximo primero de julio”. Asimismo, otro grupo (aunque algunos de sus miembros están en ambos equipos) aún más nutrido de artistas e intelectuales entre los que se cuentan Juan Villoro, Sara Sefchovich y el actor Damián Alcázar llamaron al “voto útil” a favor de Andrés Manuel López Obrador.
¿Es necesario que en la vida democrática los intelectuales (y ahora los actores y cantantes) sean nuestra conciencia política como si la sociedad civil aún no llegara a la mayoría de edad? ¿Por qué el “Yo acuso” de Zolá aún estimula fantasías de vida colectiva y de naturaleza parroquial? ¿Cuál debe ser la relación entre los intelectuales y el poder político?, pero sobre todo, ¿cuál es la relación no ideal, sino real y específica, que existe entre los intelectuales y el poder político en México? Sin embargo entrevistó por teléfono, en persona y por correo electrónico, a reconocidos intelectuales para saber qué pensaban sobre este tema.
A todos se les hizo la misma pregunta: ¿Cuál es la relación entre los intelectuales y el poder político? Aquellos que accedieron —ya sea porque tenían tiempo y se encontraban en el país— a una entrevista personal, tienen, como se verá abajo, las respuestas más amplias. Los que contestaron por teléfono y por correo fueron más concisos. De ningún modo, pretendo inclinar la balanza en favor aquellos que tienen mayor espacio en este texto, fue sólo azar. Asimismo, muchos otros no pudieron contestar ya sea por estar de viaje o de sabático. Aquí están sus respuestas:
LORENZO MEYER
“El mundo del político y el mundo del intelectual deben ser diferentes y mantenerse diferentes, y en el sentido más profundo son incompatibles, por lo siguiente, el mundo del político, y en esto sigo a Weber y a Maquiavelo, es el mundo de la eficacia: yo quiero el poder, yo tengo el poder y deseo conservarlo y mantenerlo. Mi vocación es por el poder. El académico, en cambio, busca la verdad y la verdad no es compatible con los instrumentos que el político usa. Sí, el académico se convierte en un intelectual, pero sigue siendo fiel a la ética académica -a la ética del científico, del que busca desentrañar la complejidad de la realidad, en la política y de la sociedad en general-, para este personaje la realidad siempre estará mal, siempre. Incluso el más conservador y en un sistema conservador pensará que la realidad está mal porque la realidad es perfectible, debe tener puntos de crítica. Para eso la sociedad crea a los intelectuales y a los académicos, para eso hay universidades y centros de estudio, el dinero que se gasta en ellos es para que detecten las fallas, para que sean críticos.
Al político no le gusta la crítica, le gusta que critiquen al otro; un intelectual que critique a sus adversarios, eso está muy bien. Pero el intelectual de fondo, que es fiel a sus orígenes académicos debe criticarlos a todos y señalar en nombre del interés de la sociedad lo que está mal. Maquiavelo decía que un líder político puede aguantar la crítica cuando él la pide, pero nunca se la deben imponer; eso está bien desde la perspectiva del príncipe, pero desde la perspectiva del académico no es cuando el príncipe quiera sino cuando uno lo ve y tiene que hacerlo público.
Hay una tensión imposible de resolver entre académicos que se vuelven intelectuales y el mundo político: el intelectual tiene que opinar, dar su visión y su explicación que debe estar basada en elementos lo más empíricos que se pueda, y eso le puede causar aversión al poder político. Hay que mantenerse a cierta distancia pero no ajeno a la política porque eso sería imposible, hay que estar metido y vigilando el mundo de la política, pero no ser parte de una clase política”.
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ENRIQUE KRAUZE
“El intelectual es, por definición, un escritor con obra reconocida y credibilidad pública. Aunque somos una especie en extinción, los intelectuales debemos marcar distancia no sólo respecto al Poder (es decir el Ejecutivo) sino a los poderes: formales, informales, fácticos, empresariales, burocráticos, sindicales, mediáticos, académicos, lícitos, ilícitos… Nos corresponde velar por nuestro pequeño “poder” que -en el mejor de los casos- es una forma de autoridad, un ascendiente moral. La receta infalible es la crítica. Criticar siempre, criticar a todos. Con un espíritu no sólo liberal sino hasta anarquista”.
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HERIBERTO YEPEZ
“La intelectualidad mexicana consiste en un reducido grupo de figuras con estrecha relación simbólica con funcionarios de alto nivel. Esas figuras prestan servicio de imagen pública “crítica” y a cambio obtienen puestos culturales o financiamiento a sus proyectos de modo directo o indirecto. Estas figuras, a su vez, benefician a sus allegados y cuadros futuros, a través de puestos menores, publicaciones y proyección a través de esos medios impresos y electrónicos semi-oficiales o beneficios institucionales discrecionales. Describo, por ejemplo, la estructura política de Letras Libres, y sus protagonistas y, de nuevo, sus cuadros de “colaboradores”. El intelectual se vuelve el “interlocutor” predilecto, prestigioso, de funcionarios; o el “funcionario cultural” de medio y alto nivel, y tras ellos, una rotación de colaboradores que a través de estas agrupaciones y publicaciones obtienen prestigio, pero a quienes les es otorgada libertad de expresión relativa siempre y cuando las ideas que no encajan con los acuerdos políticos implícitos entre los funcionarios y los intelectuales no aparezca publicada en las revistas. Tiene que ser fuera de ellas. Esto es lo que se autodenomina “República de las Letras”.
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FABRIZIO MEJÍA
“La relación ideal entre intelectuales y políticos se discutió en 1972 cuando Carlos Fuentes dijo “Echeverría o el fascismo”, palabras más, menos palabras, porque la frase era de Fernando Benítez. La opinión de Fuentes se entendía de esta forma: si ha habido tantos golpes militares en Latinoamérica, protejamos esto, que si bien no es democracia (pues es el PRI), al menos no son los militares. Ya no vamos a discutir si se equivocó o no, porque Carlos Fuentes ya no está aquí para defenderse.
Pero el debate que se armó fue interesante, porque fue la primera vez que los intelectuales debatieron en público y explicaron su posición frente al Presidente de la República que en ese entonces era el depositario del poder político en México, ahora son muchos.
Fuentes dijo eso; Paz dijo los escritores están bien desde su recámara, me acuerdo perfecto de la frase, porque siempre he pensado, ¿y por qué no la sala? Y Monsiváis decía, ya desde el 72, que había que actuar para crear comisiones de la verdad, para 68 y 71, hasta que la sociedad civil se organizara democráticamente, es decir horizontalmente. Esas eran las tres posiciones ideales de los intelectuales frente al poder en México.
Ahora, ¿qué pasa? En la realidad hay grupos que la gente les llama mafias para decirlo sucintamente, pero que en realidad son grupos que tienen las mismas lecturas, las mismas tendencias ideológicas y que se van juntando con políticos y personajes de la sociedad civil y lo que tienes son grupos de intelectuales que se han ido con Andrés Manuel López que es mi caso, y muy público; otros un poco en el closet, no te puedo dar nombres por obvias razones. Y gente que se ha ido por el voto nulo.
Los intelectuales no se pueden ir con Peña Nieto porque no hay un solo hueso que pudiera votar por Peña porque confundió un libro de Carlos Fuentes con uno de Enrique Krauze, y no podría haber intelectuales abiertamente a favor de la derecha, porque son gobiernos que han confundido eternamente cosas, como decir Jorge Luis Borgues, y han hecho la biblioteca Vasconcelos, etcétera, es decir son grupos que han ido para atrás”.
-¿No te hace ruido pensar que eres un intelectual que apoya abiertamente a un candidato?
-Yo lo hice en un momento de urgencia, no podríamos permitir otros seis años de decapitados, de viudas en la sociedad civil, en la policía y en el ejército, me parece que es un momento de urgencia, no podemos permitir que vuelva ese PRI que nunca se reformó y que sigue teniendo el poder corporativo de sindicatos, de campesinos, etcétera, y que es igual o peor de corrupto que el de Ruiz Cortines.
-¿Quieres decir que si esa emergencia terminase, tú te retirarías?
-Sí, yo soy un escritor, creo en un equilibro entre la posición de Octavio Paz y la de Monsiváis en el 72, es decir salimos cuando hay que salir, y como sociedad civil, aunque soy escritor y lo traigo a cuestas, salimos como sociedad civil junto con los demás artistas, en un momento de emergencia nacional y hacemos lo que podemos hacer que es escribir discursos, lemas… después ya será cuestión de los políticos y cómo se organicen los grupos de poder y ahí quedará el movimiento de MORENA como una organización de la sociedad civil en torno a una idea, no a un candidato, que es la idea de la emergencia nacional, quedará ahí y yo me retiraré a hacer mis novelas de muchachos que fuman mucho y beben junto a gasolineras.
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FAUSTO PRETELIN
En su texto más reciente, “El voto de los abajofirmantes”, sobre las cartas que han suscrito los intelectuales para apoyar a un candidato, señala: “Una tradición promocional de los intelectuales del siglo pasado era firmar una carta para unificar, y por ende fortificar, una postura sobre algún tema en específico. Los abajofirmantes, una especie de superhéroes lanzaban meta-mensajes de salvamento nacional. En esencia, y como si de una novela de Saramago se tratara, los superhéroes se convertían en sustitutos de cerebro y ojos de la sociedad. Los intelectuales, por su inteligencia, pensaban y veían situaciones que la sociedad no hacía lo mismo por incapacidad o por ignorancia. (Así lo pensaban los intelectuales)”.
“Me parece que del Yo acuso a nuestros años han pasado demasiados acontecimientos, uno de los más “recientes” la Caída del Muro. Las relaciones de los intelectuales mexicanos con el poder pasan por La Jornada. Me parece perfecto que los intelectuales se comprometan por causas, sin embargo rebasan la frontera y pisan terrenos fanáticos.
En La Jornada la causa se llama Elena Poniatowska. Quien la critique está condenado. (Me desvié del tema pero creo que es importante.) Del otro lado está Krauze con Vargas Llosa como buque insignia. (Si lees el reciente ensayo de Vargas Llosa sobre la cultura te darás cuenta que sus elementos esteticistas pertenecen a una persona del siglo pasado.) En México, los intelectuales han sido seducidos fácilmente por el poder.
Yo esperaría una renovación fresca en la relación donde sean críticos con las causas que defienden. Hoy no lo veo y ya pasaron doce años del siglo”.
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JORGE VOLPI
La pregunta es muy interesante y a mí me ha ocupado en varios libros. Creo que la vieja idea del intelectual comprometido con una posición política clara y obligatoria, ha desaparecido y creo es bueno que así sea. La figura del intelectual comprometido que surgió en Francia respondía a la existencia de regímenes autoritarios, como el PRI en el caso mexicano. En Latinoamérica tienen que ver con la generación del Boom, con autores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa. Con ellos, la relación entre el poder y los intelectuales era al mismo tiempo de admiración y temor, de colaboración y cooptación, o bien de represión.
En la democracia la figura del intelectual cambia, la figura del intelectual comprometido se desvanece. Los artistas y escritores, que decidan manifestarse a favor de un partido o de una tendencia ideológica ya no lo hacen como una obligación, sino como ciudadanos y ya no tienen aquella estela de voceros de conciencia. Esa aura ha desaparecido, e insisto, creo que es bueno que así sea.
-¿Crees que ya no hay intelectuales como los del Boom?
-Aún quedan algunos, pienso en Elena Poniatowska, en José Emilio Pacheco, y después de ellos no creo que sea posible llenar esa forma de ser intelectual. La mayor parte de esa aura, se ha perdido. Extrañamos la ironía de Monsiváis, la lucidez de Octavio Paz o de Carlos Fuentes, que ahora han sido sustituidos más bien por politólogos y artistas, y prácticamente por cualquiera que escribe y opina. Ya no sé si decirles intelectuales, son más bien gente que ofrece su opinión. Pero así pasa en todo el mundo. Lo que sucede es que algunos grupos adoptan a ciertas figuras, y en eso radica su peso en la opinión pública. En ellos radica el peso que ganan ciertos grupos. Aún así, hay una mayor democratización de la opinión pública, y hay que leer a aquellos que opinan tratando de no someterse al poder, a los que lo hacen de la forma más informada posible, ofreciendo argumentos claros, sustentados y argumentados, y no sólo meras opiniones.
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JORGE AGUILAR MORA
Su libro, La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz, sigue siendo una llaga en el mundo cultural mexicano y un espléndido análisis de la “fisiología cultural” del país, donde “la universalidad es la gran representación hueca del poder que unos quieren destruir y otros asumir (…) Los valores establecidos que se siguen reproduciendo en nuestro ambiente cultural no son, en efecto, sino emanaciones orgánicas de la vanidad.
“Me parece que ideal no debería calificar a la relación sino a los intelectuales. En el ámbito intelectual el Estado mexicano es omnipresente, y si no es el Estado, son instituciones privadas, muchas veces más controladoras que el Estado. El intelectual, como cualquier trabajador, debe mantener una fuente de ingreso. La situación más compleja y que exige a un intelectual “ideal” se da cuando esta persona sólo puede ofrecer una fuerza de trabajo que es una prolongación de su naturaleza de intelectual. En esa situación, la posibilidad de mantener una posición auténtica es desdoblándose: mantenerse como trabajador “intelectual” del Estado o de Televisa, para el caso lo mismo da, y al mismo tiempo ejercer un pensamiento completamente independiente de su trabajo, y ejercerlo en plena libertad interior. En última instancia, el lugar donde se coloca el intelectual no me parece decisivo, lo único decisivo siempre es la producción del pensamiento, esté donde se esté”.