Ignorada durante décadas, esta realidad creció sin control en México. Al menos 40 por ciento de la población de Primaria la padece, según la CNDH. Nuestro país es el primero a nivel Secundaria, indica la OCDE
Cuando su papá subió al cuarto y vio que Itzel se estaba lastimando los brazos con la navajita del sacapuntas, casi se cae de espanto.
La niña de 13 años ya llegaba de la escuela con moretones y marcas en los brazos, pero ella decía que se había golpeado, que se había caído.
El ocultamiento terminó cuando su papá la vio con la navajita en la mano y ahí se desveló una historia de agresiones recurrentes. Físicas y emocionales. Una historia de bullying.
“Si yo no hago esto mis amigas no me van a querer”, fue la explicación que Itzel les dio a sus padres. Si no respetaba las reglas de la bandita de esas seis niñas, la iban a molestar.
Itzel fue víctima de bullying; es decir, es parte de ese 40 por ciento que admite la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en la población de Primaria que padece malos tratos reiterados en la escuela y agresiones psicológicas, verbales o físicas por parte de sus compañeros.
Así lo explica Cathy Calderón de la Barca, psicóloga especialista en niños y directora de kínder y primaria del Colegio Internacional de México.
La mamá de Iztel estaba, y sigue estando, muy preocupada. “Cuando nos dimos cuenta de que ella se cortaba, fuimos a la escuela y mi esposo habló con el director. Dijo que si le decíamos el nombre de quiénes eran, la iba a proteger. Pero no fue así. Un día la enfrentaron a las seis niñas y todas le echaron la culpa a mi hija”.
TATIANA: LA ESCUELA PARTICULAR
Fernanda empezó a darse cuenta de que algo andaba mal porque su hija, que hasta entonces se divertía mucho en la escuela –privada- a la que iba, llegaba triste. Cuando le preguntaba cómo le había ido ese día, ella sólo respondía con un lánguido “bieennn”.
Sabía que algo no andaba bien, pero su hija no le soltaba el problema. Entonces cambió la estrategia de preguntas y empezó con “¿A qué juegas en el recreo?”, “¿qué hiciste en el recreo?” para darse una idea de qué pasaba con Tatiana al momento de socializar.
“La niña es bastante introvertida, no es de muchas amigas, más bien se agarra una y nomás está con ella. Un día me empezó a hablar de dos niñas que yo no conocía. Y un viernes fue a comer a la casa de una de ellas”. Sin embargo, seguía llegando triste. A Fernanda, eso, no le checaba.
Finalmente, pudo saber qué estaba pasando. Una de las dos niñas tenía la maldita costumbre de mirar diariamente a Tatiana de arriba abajo y decirle con carita de provocación: “Hoy no quiero ser tu amiga”. Algo bastante devastador para una niña de nueve años.
Para contrarrestar lo que le hacían las niñas en la escuela, Fernanda sugería a su hija que buscara más amigas. “Mamá, no me es tan fácil”. Había que buscar otras soluciones, fortalecerla, para que ella pudiera responderles a los “hoy no quiero jugar contigo”.
Le compró libritos con actividades para que hiciera en el recreo si se quedaba sola. Eso le dio ilusión, tenía un recurso extra para apuntalarse. “La empecé a ver muy contenta de nuevo… y fue cuando me dijo que otra vez estas niñas eran sus amigas”.
Los desplantes, las agresiones volvieron al poco tiempo. Comenzaron a ponerle apodos. El papá le daba de lunch ensalada de atún y le decían “patas de atún”. La invitaban a comer a su casa y a media semana le cancelaban la invitación. A pesar de haber confirmado sus mamás de que irían a la fiesta de cumpleaños de Tatiana, la niña dominante del par empezó a condicionar su presencia en la fiesta, que un día sí y un día no. Que “qué huácala ir”. Al final, la niña anunció que no iba al cumpleaños. Y Tatiana, en una actitud que reconforta, retrucó: “Mejor, mamá, que no vaya”.
“Empecé a indagar con Tatiana cómo eran los padres de esta niña. La mamá trabaja todo el día. Es una niña muy sola que se la pasa con la nana y mi feeling es que trata de llamar la atención de los papás”.
¿Por qué hay este tipo de agresiones? “Porque hay vacío o carencia afectiva que generalmente viene de los adultos significativos (papás). Son casos en los que los niños no se sienten vistos, escuchados, validados, o tomados en cuenta. La mayoría de las ocasiones hay comunicación agresiva a través de juicios, descalificaciones, críticas, o desconexión emocional de parte de los padres o figuras significativas. En muchas ocasiones hay conductas de adicción o codependencia en los padres”, explica Cathy Calderón de la Barca.
Tatiana le pidió que fuera a hablar a la escuela, Fernanda le dijo que así no la ayudaba, que prefería ayudarla a hacerse más amigos y no depender de esta niña. Finalmente, luego de dos meses habló con la directora y ella minimizó la situación: “Nosotros tenemos todo bajo control”, “tu hija no se queda sola en los recreos porque tenemos miss haciendo guardias”. Pero la niña le contaba a su mamá que sí estaba sola.
Las marcas por sufrir tanta agresión son fuertes, hieren, rompen. Y la solución no es tan fácil. “Hay una delgada línea entre cómo involucrarse: no sé si sea conveniente cambiarla de escuela cada que haya una agresión o mejor darle herramientas para que se defienda, se empodere”, reflexiona la mamá de Tatiana.
Es difícil, como dice Fernanda, saber cómo actuar. Cathy Calderón de la Barca da alguna pista: “Hay que fortalecer su red social. Asegurarse de que tiene amigos que lo quieren y apoyan (al niño víctima), adultos que se asegurarán de escucharlo y apoyarlo. Elegir lugares seguros en donde hay reglas, disciplina y consecuencias lógicas para los niños o familias que no respetan”.
La directora de la escuela privada a la que va Tatiana dijo que ya no las iba a poner juntas en el salón y este año ya no están juntas.
Una semana antes de regresar a clases, luego de las vacaciones, Tatiana dejó de comer. “Le preguntaba qué le pasaba, yo sentía que estaba muy nerviosa de entrar a la escuela, no quería regresar”. Cuando una semana antes del inicio Fernanda le confirmó que no estaría en el salón con las niñas agresoras, tal y como le había dicho la directora que haría, Tatiana sintió alivio.
Entró contenta a la escuela. A pesar de que el papá empezó con “pobrecita mi hija”, Fernanda le explicaba a la niña que la situación que había vivido no había sido fácil, pero que la niña agresiva ya no estaba con ella y su vida tenía que continuar. “Si te cambio de escuela te vas a encontrar con otra niña así. La que está mal es ella, tú no tienes nada malo”.
¿QUÉ VAMOS A HACER?
Un estudio legislativo dado a conocer en junio de este año, reveló que México está en el primer sitio a escala internacional en el número de casos de acoso escolar en nivel secundaria, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE)
Microcosmos del problema, en las escuelas del Distrito Federal se empezó a observar que el abuso escolar ya no era una situación que podía quedar en los límites de las escuelas. Otro estudio de la Secretaría de Desarrollo Social mostró que en un año había habido 10 mil denuncias ante el Ministerio Público por violencia escolar; en algunas delegaciones era mayor que en otras.
La pasada Asamblea Legislativa del D.F. aprobó a finales del 2011 una ley para abordar el bullying.
La ley prevé un abordaje integral del problema e involucra a varias secretarías del Gobierno del D.F. Habla de reconocer, atender, erradicar y prevenir la violencia en el entorno escolar. Prevé acciones en las áreas de salud, educación, desarrollo social y en la procuración de justicia. Pero es temprano para saber qué efectos ha tenido en (la disminución) del bullying.
Maricela Contreras (PRD) era una de las entonces diputadas que trabajó mucho para lograr esa ley. Presidía la comisión de Salud y Asistencia Social de la ALDF y fue quien retomó las iniciativas presentadas por el entonces secretario de Educación del Gobierno del DF y por el bloque del PAN.
De lo que se trataba era de no pensar que el niño es flojo, que pone pretextos para no ir a la escuela o que se hace pipí en la cama porque sí. “Hay un problema de fondo que es el miedo de un niño a concurrir a un espacio donde es objeto de violencia, burlas, maltrato físico o sexual”.
El bullying no está aislado del clima de violencia que vive esta sociedad, dice Maricela Contreras. “Todos los días nos levantamos con ametrallados; la violencia hoy se ve con cierta normalidad”. Y eso repercute también en las niñas y los niños.
“Tenemos que romper con ese círculo de la violencia donde participan maestras, padres y el entorno. Es importante ver cómo desde la comunidad se puedan generar espacios más amables y formas de resolución pacífica de los conflictos”.
Esa violencia afecta a niñas y niños en términos de sus vidas cotidianas, aprovechamiento escolar, autoestima, somatización. La violencia puede influir en suicidios, dice Maricela.
¿EL FINAL ES EL SUICIDIO?
En mayo pasado, en Puebla, un niño de nueve años se colgó de un árbol como consecuencia, aparentemente, de bullying. Según reportes locales, el niño iba a una escuela del municipio de Zacatlán, donde era acosado por sus compañeros.
El suicidio aún no está asociado con el bullying. Por lo menos no en México. Un informe de la Prcuraduría General de la República (PGR) de 2010 indicó que se habían suicidado 190 jovencitos por este problema. Pero el entonces titular de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, precisó que de acuerdo con la estadística ministerial, en 2010 hubo 34 casos de menores de edad que se quitaron la vida, y no necesariamente a consecuencia del bullying.
Gabriela Rodríguez coordina el programa “Escuelas sin violencia” de la Secretaría de Educación Pública del DF. “Hay que prevenir, pero las situaciones que tenemos que atender son muy críticas. Sí hay intentos de suicidios, sí hay golpes entre un grupo contra uno o una sola que los mandan 30 días al hospital y salen con daños irreversibles, ya ni siquiera pueden regresar a la escuela. Hay cuadros de depresión en niños y niñas cada vez más pequeños”.
SE REQUIERE PREPARACIÓN
La ley ya está en vigencia. En cumplimiento de lo que ordena, la Secretaría de Educación del D.F. instaló el Observatorio sobre Convivencia en el Entorno Escolar del Distrito Federal que tiene, entre otras funciones, investigar a profundidad el problema del bullying. En eso están trabajando ahora.
Además, explica Gabriela Rodríguez, “hemos estado capacitando a personal de la Secretaría de Seguridad Pública que trabaja dentro de las escuelas –la unidad de seguridad escolar- , a la Comisión de Derechos Humanos del DF y de la Secretaría de Salud que trabajan en escuelas, a la Procuraduría General de Justicia que trabaja en comunidad abierta y en escuelas y a grupos de docentes”.
En realidad, llevan ya cuatro años haciendo capacitación para docentes y acaban de terminar un diplomado sobre bullying. La ley dice que el personal docente tiene que capacitarse y formarse para atender la situación, “aunque no dice cómo”. Por eso los responsables del Programa están trabajando en formar un modelo único de atención al bullying para quienes integran la comunidad escolar educativa del DF.
¿Se puede arreglar el problema del bullying a nivel escolar? Fernanda, la mamá de Tatiana, no está muy convencida: “No creo que sea muy factible, tiene que ver con la forma en que los papás se relacionan con el mundo. Creo que hay un tema muy marcado de los niños por llamar la atención. Quizá la escuela puede suplir un poco lo de la atención”.
¿Una ley revierte el problema o sólo lo aborda y trata de paliar las consecuencias?
Gabriela Rodríguez, coordinadora de “Escuelas sin Violencia” cree más en la segunda respuesta.”Durante muchos años nos hizo falta una ley, aunque encontramos algunos caminitos para atender los casos. La Ley de acceso a vivir una vida libre de violencia para mujeres niñas y niños tiene tipificado como delito de “violencia familiar equiparada” a las situaciones de desatención de cualquier adulto que tenga bajo su cuidado a un niño y niña si no lo resguardó ante una situación de violencia. En esta ley nos basábamos cuando un maestro o papá descuidaba a un niño que estaba viviendo una situación de violencia grave”.
A diferencia, Maricela Contreras cree que la ley que ya está en vigencia en el D.F. permitirá frenar y revertir el bullying: “Visibilizarlo para prevenirlo e identificarlo para atenderlo”.
Hay que actuar, hay que prevenir y visibilizar la problemática. El flamante senador y ex secretario de Educación del D.F., Mario Delgado, acaba de presentar su proyecto de Ley General para la Promoción de la Convivencia Libre de Violencia en el Entorno Escolar.
Mientras tanto, en México, el bullying se extiende, se agranda, parece que fuera a convertirse en tsunami. Y en ese alud que crece y arrastra tanto dolor, resulta que en la escuela, las y los agresores muchas veces son los “populares”. Y las y los agredidos son los ninguneados, los perdedores, los invisibles.
Vaya paradoja.
ITZEL: LA SECUNDARIA
La historia de Itzel transcurría en una escuela pública, la Pablo Casals 125. El “karma” empezó el segundo bimestre de primero de Secundaria y duró unos ocho meses, recuerda Fabiola, la mamá. “Cuando entró a la secundaria fue un cambio total. Antes de eso iba a música, a karate y dejó todo. Por fin nos dimos cuenta por qué había abandonado lo que le gustaba”.
Las agresiones de las compañeras hacia Itzel fueron físicas. Hasta padeció una cachetada que le abrió la mejilla. También había violencia emocional: le decían que era una nerd, una tonta, que hacía lo que su papito le decía porque no quería cortarse y estar con ellas. Hasta hubo insultos como “puta” y groserías por el estilo. Había días en que entre las niñas decían “hoy no vamos a comer nada porque estamos gordas”. Entonces Itzel llegaba a su cama muerta de hambre porque no se había comido su lunch.
“Se sentía desplazada y trataba de ser igual, de cumplir los mandatos”.
Itzel no quería ir a la escuela. “Nosotros nos preguntábamos y le preguntábamos en qué estábamos fallando y por qué ella se refugiaba con ese tipo de amistades. La niña metía como excusa la atención que poníamos a nuestra hija más chiquita”, recuerda Fabiola.
¿Cómo afecta a su personalidad el hecho de que un niño sea víctima de bullying? “El niño se vuelve inseguro, callado, con ansiedad (puede comer de más, llorar de más, morderse las uñas). No quiere salir, puede tener miedo de ir al colegio y hace todo para evitar que lo lleven al lugar en el cual vive el evento de bullying. Hasta se puede enfermar”, dice Cathy Calderón, psicóloga.
Las entonces autoridades de la escuela de Itzel no ayudaban. La suspendían por tres días “por pelearse con una compañera” pero no por ser agredida. “A ti te gusta que te hagan esas cosas”, le decían quienes debían protegerla. “La orientadora del salón chocaba mucho con mi hija y un día la niña le dijo cosas feas. Según ella, era neutral, pero no la defendía”.
En medio del conflicto fueron a denunciar a las seis niñas ante la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, en el área de delitos contra los menores. Allí les dijeron que las iban a citar para conocer toda la información y que iban a ver dónde estaba el problema. Esa denuncia quedó en la nada. Pero las niñas y el director supieron de eso. “El director se puso blanco cuando se enteró”.
Los papás estaban desesperados. Llegaron a decirle “si te hacen, hazles, si te dicen, diles. No te dejes”. Además, platicaban con su hija. Que no estaba gorda, que era linda, que era buena. Que no estaba mal que su papá le comprara cosas que necesitaba, que la querían. “Tienes que quererte”.
Comenzaron, entonces, a tramitar el cambio de escuela pero las autoridades nunca les quisieron dar los papeles que necesitaban para inscribirla en otra. Un día les avisaron que había cambiado el director, que había nuevas reglas y que todo iba a ser diferente. Y las clases comenzaron en presencia de una inspectora.
Hace pocas semanas, Itzel regresó a clases. Volvió nerviosa y enojada, porque se había ilusionado con cambiarse. “Los problemas hay que enfrentarlos, si no, te van a comer; sola no estás, estamos tu papá y yo”.
Ahora, Fabiola va por su hija a la escuela y se sienta con ella a hacer la tarea. La ve más segura de sí misma, más fuerte. Con el cambio de autoridades, las niñas agresoras están advertidas de que un problema más, y no tendrán derecho de estar allí. Cambiaron hasta el sistema de trabajo. La conducta es un punto importante que permite que los niños se reinscriban o no.
Hoy Itzel es feliz escuchando la radio mientras hace tarea. Le gusta bailar, cantar, pintarse las uñas. Volvió a ser la misma niña. Ya hasta usa aretes. Y se sienta adelante, a diferencia del ciclo anterior, cuando se escondía detrás del último banco de la última fila.
LO QUE DEBE SER
¿Qué hacen maestros y autoridades frente a estos casos? No está muy claro. Muchas minimizan el problema. ¿Qué deberían hacer? “Señalar el problema, nombrarlo, y empoderar a los niños para que se sepa entre ellos y no lo permitan cuando lo ven. Saber qué adultos están como apoyo”, advierte Cathy Calderón de la Barca.
Según el Informe Nacional sobre la Violencia de Género en la Educación Básica en México, SEP – UNICEF, la manera de manejar las situaciones de bullying difiere según se trate de directores o de personal docentes, y entre ellos, si son mujeres o varones.
Las directoras optan por soluciones relacionadas con el diálogo para llegar a ciertos acuerdos, básicamente a través de la firma de una carta compromiso por parte del niño o niña que ha cometido este tipo de práctica (62.9 por ciento por ciento) o mediante la conversación con las madres de familia (37.1 por ciento).
En cambio, solamente 8.8 por ciento de los directores ha optado por el diálogo con los alumnos y alumnas hasta llegar a que se comprometan, y no se mencionaron entre sus opciones el hablar con la mamá o el papá. Las alternativas utilizadas con más frecuencia por los directores han sido amenazar con la suspensión (36.6 por ciento) o asumir que este es un problema que se da fuera de la escuela (27.8 por ciento).
De igual forma, las maestras (20.9 por ciento) recurren más a los maestros (7.3 por ciento) a levantar reportes y a hablar con los padres de familia o a enviar a los alumnos a trabajo social o prefectura, mientras que los maestros toman medidas como sancionar conforme al reglamento o expulsar en mayor medida que las maestras.
Algunos de ellos han llegado a solicitar supervisión policiaca, pues frecuentemente el personal docente y directivo considera este problema como algo que debe resolverse fuera del ámbito escolar.
MAESTROS: EN CARNE PROPIA
Simón Silva Pérez es maestro de una primaria en la Escuela Miguel Hidalgo de Ecatepec y ésta no es la primera vez que tiene experiencia de bullying en su salón. Con niños de apenas siete años, de segundo grado.
“Hay un niño con necesidades especiales, tiene nueve años pero es como si tuviera cuatro, y se integró a mi grupo este ciclo. Hay tres o cuatro chamacos que lo golpean y él reacciona con golpes. Le es difícil manifestar lo que le hacen –tiene problemas con el lenguaje- pero por lo que me percato, alcanzo a percibir que lo lastiman”.
Simón quiere terminar con esa situación. Habla con los niños agresores y les pregunta si a ellos les gustarían que les hicieran eso. Intenta sensibilizarlos, aunque el proceso le cuesta, pues esos niños, sobre todo dos de ellos, vienen de unas casas en las que, parece, no les ponen límites.
“Como docente tengo que estar más pendiente del comportamiento de esos niños. Tengo problemas con dos papás, que no les marcan límites ni reglas. No les dicen hasta dónde están haciendo daño a otros. Ellos están conscientes de que sus niños son agresivos y que saben cómo son. Pero hasta ahí. Me ha tocado ver juntos a los padres y sus hijos en alguna actividad escolar, observar cómo los niños les gritan y ellos no hacen nada”. Simón les explica que al marcarles límites los pequeños aprenderán que no siempre podrán hacer lo que quieran. Pero aún no ve resultados.
¿Hay lineamientos en esa escuela de Ecatepec para afrontar los casos de bullying? “No hay circulares, cada uno hace como puede. Las autoridades difícilmente están enteradas de la normatividad. Tenemos libros sobre equidad de género que nos dio el Programa Universitario de Estudios de Género (UNAM) y están en una bodega. No sé si es cuestión de ética o de actitud. No les interesa o estamos en la simulación”.
Cada uno como le parezca, es la consigna de muchos. “Hemos comentado con otros maestros que es preocupante el bullying, que han aumentado las agresiones entre los niños (y entre docentes también aumentó la violencia psicológica y hasta verbal)”, pero solucionar ese problema está en manos de cada profesor.
Tengo un grupo de 54 niños, y de ellos cuatro son los que siempre andan agrediendo a otros compañeros. Simón está a cargo del grupo ya desde el año pasado. “En primer grado eran agresiones mínimas, en segundo son más fuertes ”.
Algo en común y una gran diferencia tienen Simón con Minerva Mercado, coordinadora y directora técnica de la primaria en el Colegio Internacional de México. Ella también está familiarizada con los casos de bullying. ¿Acaso hay alguna escuela que esté a salvo? Ella sí tiene claro cómo manejarlos, también. Pero en la escuela donde trabaja hay pautas para abordar estos casos.
“Apenas conocemos uno de esos casos hacemos un planteamiento al departamento de psicopedagogía para que nos ayuden en estrategia. La mayoría de los niños tienen terapeutas y como colegio nos ponemos en contacto con ellos para establecer caminos”, cuenta.
Hace unos días se presentó una situación de bullying, entre niños de 4° y 6° grado, “que son los años donde tiene mayor incidencia”. Por problemas con una cancha de futbol, los niños de 5° acusaron con sus hermanos mayores a los de 6°, quienes los agredían. Los más grandes, entonces, intimidaban y amenazaban a los de 6°.
Las autoridades tomaron cartas en el asunto y siguieron el proceso establecido: “Hablamos con los niños y tratando de fomentar que ellos puedan comunicar estas situaciones. Que los niños tengan la confianza de decirles a sus profesores y a nosotros los directivos. Porque a veces ni nos enteramos. Afortunadamente logramos actuar muy rápidamente porque los de 6° nos fueron a decir. Entonces se empezó a hablar con los papás y los niños. Se establecieron horarios de uso de canchas, más vigilancia y terapia con todos”.