Óscar de la Borbolla
24/09/2018 - 12:00 am
La creación al ahí se va
La idea de crear un muñeco de barro y darle vida es un deseo que pareciera estar inscrito en la zona atávica del ser humano, es una de esas ideas fijas que están en nosotros como el afán de descifrar el futuro, volar o tener de todo en abundancia. Producir a partir del barro está en el Popol Vuh y en el Génesis. En el primer caso, el hombre de barro falla y los dioses terminan creando a los seres humanos a partir del maíz y, en el segundo, en cambio, sí resulta y la primera pareja es sacada de la tierra (Gen 1-27) son Adán y... Lilit (dicen algunos, pues Eva vino posteriormente de una costilla).
La idea de crear un muñeco de barro y darle vida es un deseo que pareciera estar inscrito en la zona atávica del ser humano, es una de esas ideas fijas que están en nosotros como el afán de descifrar el futuro, volar o tener de todo en abundancia. Producir a partir del barro está en el Popol Vuh y en el Génesis. En el primer caso, el hombre de barro falla y los dioses terminan creando a los seres humanos a partir del maíz y, en el segundo, en cambio, sí resulta y la primera pareja es sacada de la tierra (Gen 1-27) son Adán y... Lilit (dicen algunos, pues Eva vino posteriormente de una costilla).
Crear del barro un ser semejante a nosotros es un anhelo humano y es el fondo de la conocida leyenda judía acerca del Golem. La popularidad de esta historia se debe a Borges, Meyrink y Scholem; y aunque posee muchas variantes, más o menos todas coinciden en lo esencial: la creencia de que el verdadero nombre de Dios es la clave para producir vida. Ese nombre escrito en un papel e introducido en el pecho de un muñeco de arcilla es capaz de darle vida; es un humanoide obediente, fuerte y, además, cada día que pasa va creciendo. Por ser una criatura hecha por el hombre carece de alma, lo que lo vuelve poco inteligente: útil, acaso, para tareas concretas. Si por ejemplo alguien le pide que saque agua del pozo, toma de manera literal la orden y en vez de traer un balde de agua, termina por drenar toda el agua del pozo.
En una de las versiones, el rabino que lo crea llega a temerle, pues el Golem ha crecido demasiado y decide deshacerse de él: le pide que le amarre las agujetas y, cuando el Golem obediente se inclina, el rabino le arranca el papelito del pecho: el muñeco, privado del prodigio, vuelve a ser tan sólo un montón de arcilla, toneladas de arcilla que, al desplomarse, sepultan al rabino.
En otra de las versiones, los praguenses temerosos de que el Golem viva entre ellos deciden, para localizar su ubicación, colocar un pañuelo blanco en cada ventana del intrincado laberinto de callecitas estrechas que componen el barrio medieval de Praga, y descubren que sólo una ventana carece de pañuelo y, al parecer, no hay acceso por ninguna puerta conocida.
La idea del Golem es fascinante, y quise recordarla porque es una magnífica metáfora de la creación humana y de sus fracasadas consecuencias. Borges lo expresó insuperablemente: "tal vez hubo un error en la grafía/ o en la articulación del sacro nombre/ que a pesar de tan alta hechicería/ no aprendió a hablar el aprendiz de hombre".
Hay en toda creación una tara, nuestros productos son frankensteins mal hechos y no lo pienso postrado ante la perfección de la naturaleza, porque a ésta tampoco le quedan bien sus engendros y pongo un par de ejemplos. Cuando uno piensa en el Sistema Solar se imagina un grupo de esferas que en armonía giran y rodean el Sol en unas órbitas elípticas perfectas; pero visto el asunto en detalle son esferoides cacarizos y, encima, nuestra amada Tierra es un pedrusco irregular, una enorme muela careada a la que los océanos redondean y, además, hay tal cantidad de piedras gigantes en lo que se conoce como el cinturón de Kuiper, allá a la distancia de la órbita de Plutón, que el espacio exterior, la verdad, está repleto de basura.
Y el otro ejemplo -de eso que Cortázar nombraba diciendo a “la certeza de imperfección universal contribuye este torpe recuerdo que me legas...”- es un bosque. Visto como paisaje nos resulta espectacular, nos parece sublime la frescura y fragancia con la que nos recibe; pero, una vez más, visto de cerca es también un pudridero de hojas secas donde anidan toda clase de alimañas ponzoñosas y su verdadera geometría no es la equilibrada geometría de las formas, sino esa que Mandelbrot llamaba la geometría de lo deforme: todo es irregular y autorrepetido en un más o menos, o como quien dice: al ahí se va.
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@oscardelaborbol
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