Óscar de la Borbolla
24/07/2017 - 12:00 am
¿Cómo singularizarse hoy?
Lo mismo pasa con los seres humanos: hay que verlos, por ejemplo, dirigirse a un estadio de futbol, pues, aunque no van en hilera, sino en tropel, desde lejos parecen iguales: gastan el mismo uniforme, corean las mismas consignas: parecen uno. Sin embargo, si reparamos bien, los disfraces que portan no son de la misma calidad y los decorados con los que muchos adornan su rostro son únicos, pues existe en el ser humano un prurito por singularizarse incluso cuando busca fundirse en una masa.
Desde niño me causa fascinación ver las hileras de hormigas urbanas que recorren muros y pisos y, contra lo que se dice, no todas son exactamente iguales: la mayoría desfila por las hendiduras del pavimento o aprovechando las grietas (lo que las pone a salvo de los pisotones de los transeúntes), e incluso para mantener el mismo cauce brincan, unas y otras, sobre las que vienen en sentido contrario; sin embargo, nunca faltan las hormigas que yerran balanceando el pedacito de alimento que transportan al hormiguero; estas no siguen el camino estándar, dudan y regresan, dan un largo periplo aunque luego retoman la senda correcta. Sólo en conjunto y vistas miopemente, es decir, abstractamente, todas las hormigas son iguales.
Lo mismo pasa con los seres humanos: hay que verlos, por ejemplo, dirigirse a un estadio de futbol, pues, aunque no van en hilera, sino en tropel, desde lejos parecen iguales: gastan el mismo uniforme, corean las mismas consignas: parecen uno. Sin embargo, si reparamos bien, los disfraces que portan no son de la misma calidad y los decorados con los que muchos adornan su rostro son únicos, pues existe en el ser humano un prurito por singularizarse incluso cuando busca fundirse en una masa.
Me interesa este afán de distinguirse, pues hoy, habiendo tantos seres humanos impelidos a destacarse, paradójicamente ese afán es lo que los uniforma. En otro tiempo, cuando las normas eran más generalmente asumidas (y no sólo para ser percibido dentro de lo políticamente correcto) era más sencillo destacarse. Estoy pensando, por ejemplo, en la fama de antropófago que el propio Diego Rivera se encargó de difundir para escandalizar a una sociedad conservadora o en las declaraciones que en su momento dieron a José Luis Cuevas tan buenos resultados: “Pinto en estado de erección”, decía, y publicaba su columna de Gato Macho o, incluso, en las vestimentas estrafalarias que allá por los 80s servían para distinguir a los darketos y que, a fuerza de volverse el factor que los enrarecía terminó formando una tribu donde todos resultaban iguales.
La diferencia para llamar la atención, incluso el escándalo fue un método inventado por Diógenes, cuyas masturbaciones públicas consiguieron impresionar no sólo a los atenienses, sino al mismísimo Alejandro y, desde entonces la escalada no ha cesado: en nuestros días los agudísimos conos en el pecho de Madonna no impresionan a nadie y, por ello, Lady Gaga tuvo que ponerse un vestido de carne cruda para convocar los reflectores de la prensa.
Hoy, el referente estable, el conjunto fijo frente al cual distinguirse ya no existe, pues en nuestros días, al presentarse una diáspora en la que todos surgen disparados buscando ser únicos, el objetivo no se alcanza. Cada uno intenta diferenciarse ensayando formas a cual más extravagantes, pero hasta quienes se disfrazan de cadáveres vivientes (y vaya que se esmeran) terminan siendo tan distintos como cualquier otro: en el conjunto compuesto por puros diferentes todos son iguales. Sólo cuando la mayoría calla se escuchan los gritos: cuando todos gritan nada se oye.
Estamos ante una paradoja: ¿qué hacer cuando la novedad embota y ya no distinguimos nada ni se destaca nadie? ¿Seremos un hormiguero donde, ahora sí, todas las hormigas son iguales porque todas han adoptado caminos erráticos?
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