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Óscar de la Borbolla

24/06/2024 - 12:03 am

¿Todo es construcción social? 3

“La carga de significados vuelve irreconciliables una visión con la otra: miramos cosas distintas”.

“Es innegable que el contexto ideológico, diferente en cada época, hace que el planeta Marte que nosotros vemos, no sea el mismo Marte que miraba un griego de la Grecia clásica”. Foto: Especial

Si todo fuera construcción social: una interpretación que obedece al clima cultural donde a uno le tocó nacer; si las cosas no son sino representaciones en la conciencia producto de cómo las percibimos a causa del aparato perceptual que poseemos y, además, recortadas unas de otras por el lenguaje y gobernadas por la estructura que ha adquirido este con el tiempo, la conclusión es obligada: no hay nada en-sí, no hay ser o, mejor aún, no existe lo real, sino múltiples realidades: mundos portátiles donde viven los individuos o las comunidades.

Esta conclusión que parece muy difícil de aceptar es, sin embargo, lo que está en el fondo de innumerables fenómenos con los que tropezamos a diario: no importa lo atinado o desatinado de la actuación real de un político, lo que importa es cómo es percibido por la ciudadanía. No importan las características reales que presente una obra de arte, lo que importa es cómo es apreciado ese objeto en el mercado del arte. No importa el sexo real que una persona tenga biológicamente, sino como se autopercibe cada quien, al grado de que uno es lo que dice ser y no lo que es, pues nada es, todo es una construcción social. Pero recapitulemos:

Es innegable que el lenguaje filtra la mirada, que al decir “perro” queda oculta bajo esta palabra una diversidad de detalles que dan su especificidad a cada perro: diferencias que van desde el color, hasta el tamaño: llamamos perro igual a un san bernardo que a un chihuahueño: el lenguaje nos troquela el mundo.

Es innegable que el contexto ideológico, diferente en cada época, hace que el planeta Marte que nosotros vemos, no sea el mismo Marte que miraba un griego de la Grecia clásica. La carga de significados vuelve irreconciliables una visión con la otra: miramos cosas distintas.

Y entre tantas cuestiones innegables está, nada menos, que el cambio que también ha ocurrido en las concepciones científicas: la gravedad newtoniana es distinta de la gravedad según la Teoría General de la Relatividad que ahora se tiene por buena.

La construcción epocal ha variado, es innegable, y pertenecer a una circunstancia nos revela un mundo en consonancia; pero eso no significa que no exista algo que sirva de sostén y sobre lo que proyectamos todas nuestras interpretaciones, una suerte de maniquí de sastre, un sustrato real que apoya las diferentes interpretaciones que nos hacemos, y tampoco significa que esas múltiples interpretaciones no puedan ser jerarquizadas. Porque —a propósito de la anécdota que narré la semana pasada acerca del indígena purépecha que vio salir al diablo en su parcela, nosotros veíamos nacer el volcán Paricutín— habría que hacer no solo la pregunta ¿dónde murió ese hombre: en las fauces del diablo o en el estribo de un autobús?, sino, además, ¿dónde vivieron todos los demás miembros de su comunidad que, finalmente, fueron reubicados en un lugar seguro? ¿Ellos siguieron pensando que era el diablo al que combatían con baldes de agua bendita, o no les quedó más remedio que admitir que se trataba de un volcán?

Los relativismos y los escepticismos filosóficos chocan en algún momento con lo real, con lo que es: el fuego quema, y por mucho que el fuego sea representado de maneras diversas y sea disfrazado con las interpretaciones que se nos antoje, cuando el fuego se nos acerca, retiramos la mano. Uno no puede ser más que lo que es por más que con la performatividad del lenguaje considere que construimos la realidad al nombrarla. ¿Y qué es uno? Indudablemente uno es más, mucho más que la palabra con la que se nos designa. Si se nos nombra “mujer” u “hombre” es cierto que con esa nomenclatura binaria no se capta lo que cada quien es en particular y, en consecuencia, resulta necesario dar cabida a otros términos. Pero, una vez más, uno no puede ser lo que quiera, gato, por ejemplo, porque si uno es ser humano por mucho que se la pase maullando no será gato, y no lo será, aunque algunos o muchos, por respetar su derecho a autopercibirse, quieran “reconocerlo” como gato.

Y finalmente, sé que no existen verdades absolutas, pero esto no significa que todos tengan razón. Y también sé que hasta ahora entre todas las interpretación que han existido, hay una con larga historia y altibajos, una que es la que mejor nos ha funcionado, y no por ser la última palabra ni la interpretación definitiva, sino precisamente porque en su naturaleza está mantenerse siempre abierta a la rectificación. Me refiero a la interpretación que nos han brindado las teorías científicas. No es lo mismo autopercibirse volando porque uno se diga “pájaro” mil veces, que descubrir las leyes de la aerodinámica y construir un avión.

 

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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