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Adela Navarro Bello

24/05/2017 - 12:00 am

La desfachatez política de los partidos (o la alianza de los huecos)

El PAN y el PRD no se están uniendo contra el PRI, tampoco para crear un gobierno de coalición y empatar sus agendas políticas y sus causas ideológicas (lo cual no se antoja fácil), sino para ganar el poder por el poder.

El PAN y el PRD no se están uniendo contra el PRI, tampoco para crear un gobierno de coalición y empatar sus agendas políticas y sus causas ideológicas (lo cual no se antoja fácil), sino para ganar el poder por el poder. Foto: Cuartoscuro

Desde el 2016, cuando el Partido Revolucionario Institucional perdió 7 de 12 Gobiernos Estatales, y aquella derrota electoral terminó con la salida de Manlio Fabio Beltrones Rivera de la dirigencia nacional priísta, lo que se dice de ese instituto político es que va en picada. Que la derrota en el 2018 la tienen asegurada, que el Presidente Enrique Peña Nieto nada abona a los votos y a las simpatías priístas si ni quiera ha tenido capacidad para remontar su popularidad que se ha resquebrajado hasta un 12 por ciento de mexicanos que lo aprueban.

Analistas políticos, críticos, columnistas, miembros de la oposición, coinciden que las políticas públicas (o la ausencia de las mismas) emprendidas en el Gobierno de Enrique Peña Nieto, han llevado a la sociedad mexicana a muchas crisis, crisis de inseguridad con más de 90 mil ejecutados en 50 meses del gobierno federal, crisis económica con una devaluación paulatina de más del 50 por ciento del valor de la moneda, una recesión financiera al limitar la inversión del gobierno ante la falta de recursos por la caída de los precios del petróleo, ausencia en el ejercicio del Estado de Derecho lo cual redunda en una crisis de impunidad; y la más grave, una crisis de corrupción a la que han contribuido tanto gobernadores priístas como miembros del gabinete presidencial e incluso, la esposa del Presidente de la República.

En esas condiciones y otras que se derivan de las mismas hasta causar estragos en la estabilidad social del País, los sesudos coinciden: el PRI está derrotado, en la lona.

Si a ello se suma la flaquísima caballada para la elección presidencial del 2018, si solo, como hasta ahora, se considera únicamente a miembros del gabinete entre los presidenciables (Migue Ángel Osorio Chong de Gobernación, Aurelio Nuño Meyer de Educación, José Antonio Meade Kuribreña de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray Caso de Hacienda, e incluso José Narro Robles de la Secretaría de Salud), deducen que, efectivamente, en el Partido Revolucionario Institucional pocas probabilidades tienen de ganar la elección para la grande.

Es de esperar que con el PRI en un contexto de derrota electoral y desaciertos políticos, los dirigentes de los partidos de oposición estén de plácemes, unos esperando recuperar la Presidencia de la República, y otros intentando ganarla por primera vez. Es más, que los de la oposición se vean hinchados de poder electoral y aprovechen las debilidades priístas y las carencias presidenciales para iniciar una campaña que termine de hundir al PRI.

Así las cosas, el escenario en las elecciones de este 2017, también coinciden, no es halagador para el Revolucionario Institucional, que está en empate técnico en los tres Estados donde se renovará el Gobierno del Estado. En Nayarit con ventaja el candidato azul amarillo Antonio Echeverría sobre el tricolor Manuel Cota, en Coahuila muy cerrados entre el panista Guillermo Anaya y el priísta Miguel Ángel Riquelme, mientras en el Estado de México cerrada la contienda entre el priísta Alfredo del Mazo y la de Morena, Delfina Gómez.

El PRI, pues, no tiene mucha ventaja electoral para este 2017 y, por lo tanto, para el 2018 el augurio es de derrota. Pero eso parece no tener de fiesta política a la oposición, sino todo lo contrario. Ni el PAN ni el PRD (el resto de los partiditos van en alianzas) los otros dos “grandes” partidos políticos de México, están cantando de júbilo político, más bien todo lo contrario.

El partido a vencer por tradición, el del gobierno hegemónico en nuestro país, el de la aplanadora electoral, el del mapachismo y el corporativismo político, está decaído pero eso no es motivo para bríos en la oposición. De hecho, tan no están seguros PAN y PRI, que la semana pasada sus dirigentes nacionales se unieron sonrientes para dar una conferencia en conjunto. Ricardo Anaya el de la casa en Atlanta, Georgia, Estados Unidos y que dirige los destinos del PAN, a la derecha en una pequeña mesa que compartió con Alejandra Barrales, la del condominio en Miami, Florida, Estados Unidos, quien se sentó a la izquierda, unieron sus voces y sonrisas coquetas para hablar de elecciones y hacer un llamado a un frente amplio y plural, y lograr un gobierno de coalición, “un frente de distintas corrientes políticas, menos del PRI, puedan plantear y coincidir con un proyecto de Nación”. Así, menos del PRI, lo cual no se entiende si nos ubicamos en la circunstancia política y de gobierno que ubica al PRI en la lona electoral.

Con el pretexto de hablar de las elecciones de 2017, donde solo van en alianza en Nayarit, los dirigentes del PAN y el PRD se sentaron juntos, lo que dio píe para que analistas, columnistas, oposición, críticos y politólogos, consideraran que la conferencia azul amarilla del 20 de mayo, sea vista como un preámbulo para una alianza en el 2018. Ciertamente se manejó la información que quizá ese día darían a conocer la declinación de Josefina Vázquez Mota (va en cuarto lugar) como candidata del PAN al Gobierno del Estado de México, a favor del abanderado del PRD Juan Zepeda (va en una tercera posición), pero aquello o no se acordó o lo dejaron para después.

Si el PRI está en picada, y el PAN ganó siete gubernaturas en el 2016 (frente a las cinco del PRI), y el PRD dice que Alejandra Barrales va viento en poca ¿Por qué no ir cada partido político en unitario para la elección presidencial? ¿Será acaso que ni el PAN está en la bonanza electoral, ni el PRD en recuperación política? No, el PAN y el PRD se quieren unir no para ganarle al PRI, sino para derrotar a quien se dice va de puntero en las preferencias electorales para el 2018, Andrés Manuel López Obrador, abanderado por el partido que fundó, el Movimiento de Regeneración Nacional.

Ahora el partido a vencer no es el tradicional, no es el que gobernó por casi 70 años el País, o el que sigue gobernando de manera hegemónica en estados como el Estado de México, que es el PRI, el partido a vencer es uno de oposición, de izquierda, de minoría en alcaldías, gubernaturas e Poder Legislativo.

El PAN y el PRD no están de plácemes con la caída del PRI, se están uniendo para beneplácito del PRI, donde los priístas prefieren (dicen) heredar el poder de la administración nacional a un candidato de cualquiera de esos dos partidos, azul o amarillo, antes que a un moreno.

El PAN y el PRD no se están uniendo contra el PRI, tampoco para crear un gobierno de coalición y empatar sus agendas políticas y sus causas ideológicas (lo cual no se antoja fácil), sino para ganar el poder por el poder. Unir la derecha con la izquierda para ganar a cualquier costo, por temor a ir a una elección como partido individual -como debiera ser en una democracia de partidos plena-, y perder los gobiernos que tienen y que evidentemente no han respondido a la sociedad, no se ve como una coalición plural, sino como una promiscuidad política. Si los partidos políticos no se quieren enfrentar uno a uno ¿Para qué tenemos tantos? ¿Qué ofrecen en lo individual que no pueden convencer a la sociedad? ¿O se trata de mantener una estructura política para seguir contando con recursos públicos?

La desfachatez de los partidos políticos en México raya en unir lo impensable solo para acceder al poder, no por ideología, no por convicción, el poder por el poder, por la oportunidad, con el negocio en la mira, una alianza hueca, sin cimientos, sin rumbo para un país condenado así a la deriva.

 

 

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