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Gustavo De la Rosa

23/10/2018 - 12:03 am

La utopía prometida

El nuevo México que augura López Obrador no puede construirse en un solo sentido.

El fin de semana AMLO, de visita por Chihuahua, describió su esperanza para un país diferente. Foto: Cuartoscuro

El nuevo México que augura López Obrador no puede construirse en un solo sentido, y sólo con la inclusión de la ciudadanía se le puede vislumbrar; aunque el Gobierno puede cambiar internamente (y creo que sería fácil porque está en pocas y poderosas manos), la transformación del país es más compleja y muchos elementos se deben conjugar para alcanzarla.

El fin de semana AMLO, de visita por Chihuahua, describió su esperanza para un país diferente y señaló cómo ejecutará los cambios desde el poder para alcanzar la felicidad del pueblo: la utopía por excelencia. Sorprende escuchar de alguien que está a un mes y algunos días de asumir el poder, ya no como argumento de campaña sino como auténtico propósito, que el país debe buscar la felicidad de sus habitantes.

Aristóteles define así la felicidad: “vivir de acuerdo con lo más excelente que hay en nosotros mismos. Y parecerá que cada uno de nosotros consiste precisamente en esto, que lo principal es también lo mejor”, pero, ¿será posible en este México plantearse la felicidad del pueblo como objetivo? ¿Quién puede ser feliz si la realidad social es una desgracia y una miseria? La felicidad es un asunto del Estado, que incluye a la población y el territorio, y no sólo al Gobierno, aunque sus políticas influyen mucho.

Aunque la discusión académica en torno a la felicidad como proyecto del Estado se ha reanimado últimamente, este concepto era fundamental en el ideario de Morelos, quien impulsó la redacción del Artículo 24 en la Constitución de Apatzingán: “La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos, y el único fin de las asociaciones políticas”.

Es importante, en un país que viene de una revolución armada y de una larga lucha civil por el respeto al voto del ciudadano, escuchar que el próximo presidente se propone buscar la felicidad de los mexicanos; porque un país que busque la felicidad la puede lograr si sustituye la inercia del capital por el deseo de igualdad.

Sólo podemos ser felices y esperar un México mejor si individualmente, y colectivamente, somos capaces de construirnos dejando de lado las transas, superando los conflictos de interés, acabando con las prácticas de acumulación salvaje de capital y dándole la oportunidad a nuestro vecino de mejorar también.

Los mexicanos necesitamos una gran transformación, pero no es difícil: cada uno de nosotros debe decidirse a transformarse y renunciar a las ventajas y privilegios que ha conseguido sobre los demás a través del engaño y la ilegalidad. Es posible que en este país todos vivamos bien si se le da prioridad a quienes viven en la pobreza y se crean nuevas fórmulas que permitan transferir la riqueza del Estado a un mayor número de sus habitantes.
La cuarta transformación no es una obra de arquitectura estatal, es una reingeniería social responsabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos del país. Debemos trabajar por nuestra felicidad, y la de los demás mexicanos (con o sin documentos).

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.

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