Sanjuana Martínez
23/04/2018 - 12:00 am
De pena ajena el nivel de debate
Es lamentable que los candidatos a la presidencia sigan pensando que los ciudadanos no son inteligentes, lamentable que sigan con las promesas como eje central de sus campañas y lamentable que el formato del debate no aporte casi nada a los votantes.
Es lamentable que los candidatos a la presidencia sigan pensando que los ciudadanos no son inteligentes, lamentable que sigan con las promesas como eje central de sus campañas y lamentable que el formato del debate no aporte casi nada a los votantes.
El debate nos dejó con un sabor agridulce. Primero porque resultó aburrido escuchar recitar a los cinco candidatos a la Presidencia de México, las mismas cosas que dicen en los mítines, las mismas promesas, las mismas muletillas.
Mientras José Antonio Meade iniciaba sus intervenciones diciendo, soy José Antonio Meade, utilizando una presentación rutinaria de sus spots de campaña, Ricardo Anaya se la pasó leyendo papelitos, sacando cartelitos y repitiendo las mismas promesas que en sus actos electorales.
Pudimos ver, las distintas caras de los candidatos, algunas ya conocidas, otras apenas descubiertas y finalmente, un resultado apenas distinto de lo que ya conocemos.
Hemos descubierto que el formato de debate utilizado por el Instituto Nacional Electoral (INE) esta francamente agotado, es un formato, plano, que parece más bien, una mesa de entrevistas simultáneas, con breves interacciones de los participantes y oportunidades de contestación o replica.
Si el INE quiere sostener este anacrónico formato, debería llamarlo de otra manera, porque no es un debate, es simplemente un sistema de interacción mediático que sirvió para ratificar el estilo de cada candidato y su personalidad.
Obviamente, el más ágil y dinámico fue el joven candidato del Frente, Ricardo Anaya, un joven cuestionado por tremendos casos de corrupción que se atrevió a hablar de ese tema sin ruborizarse ni sentirse aludido. Tal vez, Anaya fue el mejor preparado, el mejor interlocutor, pero su discurso resultó vacío porque le faltó verosimilitud.
Pudimos ver a una candidata independiente, Margarita Zavala, bastante acartonada. A diferencia de sus cuatro compañeros, la señora Calderón, llegó sola al debate, dejó en su casa a quien la ha acompañado en los últimos años en su precampaña presidencial, su marido, su gran financiador. Dijo ser diferente, no buscar la reelección de su esposo y reiteró su homofobia.
Por su parte, José Antonio Meade, se intentó convencer al auditorio que él sí es honesto, aunque su partido el PRI sea corrupto, que él sí hará bien su trabajo como presidente, aunque como secretario de gobiernos del PRIAN ha demostrado que fue testigo de grandiosos desvíos, sin hacer nada, que él si combatirá la corrupción, aunque lleva 20 años en el servicio público sin hacerlo.
Y quién finalmente nos regresó al medievo, fue Jaime Rodríguez El Bronco, con su propuesta de cortarle la mano a los funcionarios corruptos. No es de extrañar. Quienes conocemos a El Bronco sabemos que es su forma de pensar. Es un hombre acostumbrado a los grandes efectos, busca llamar la atención y es como verdaderamente piensa. Lo que no dijo, es que el primero en perder no una, sino las dos manos, es él mismo, luego de dejar tremendos casos de corrupción que lo involucran al lado de su gobierno. El Bronco, sirvió principalmente para hacer buenos memes y podernos reír a carcajadas. Y para saber que no queremos regresar a la Edad Media con él en la presidencia.
Y en definitiva, este debate nos mostró a un Andrés Manuel López Obrador nadando de muertito. El puntero en las encuestas electorales decidió dejar que la jauría se peleara entre sí, optó por no contestar los mismos ataques, los mismos refritos, las mismas historias negras sobre él y sus hijos, los mismos golpes bajos, las mismas mentiras.
Al final, este debate que no fue debate, nos sirvió para afianzar los votos de los que ya sabían por quien votar y para que los indecisos sigan indecisos.
No hubo ganador, aunque las encuestas amañadas, los medios con sus favoritos insistan. Lo que hubo fue siete contra uno. Cuatro candidatos que se dedicaron a atacar en lugar de proponer y tres conductores que hicieron preguntas al libre albedrío, a unos más fuertes, a otros más blandas. ¿Cuál fue el criterio de selección del INE para decidir que estos periodistas moderarán el debate? Y lo más importante, ¿quién les dio las preguntas o fueron ellos los que decidieron hacerlas sin un mínimo de escrutinio equilibrado?
Las palabras más repetidas en el debate no fueron seguridad, violencia, corrupción o impunidad, fue: Andrés Manuel López Obrador. Todos contra uno.
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