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Alejandro Páez Varela

23/01/2017 - 12:05 am

Las columnas falsas de don Porfirio

Cuando Taft se fue, los hombres de Porfirio Díaz desmantelaron las columnas, que eran falsas. Se las llevaron o se los robaron, y dejaron otra vez esa ciudad con sus calles pelonas.

Las columnas falsas para simular prosperidad. Foto: Archivo
Las columnas falsas para simular prosperidad. Foto: Archivo

En la serie That '70s Show (El Show de los 70, creo que lo llamaron en Latinoamérica), Red Forman es un estadunidense promedio de Wisconsin, en el noreste que se conoce como “el cinturón oxidado”. Al inicio de la serie, Red dura un buen tiempo sin empleo porque la fábrica donde trabajaba cerró. Luego consigue trabajo en una cadena comercial, lo que a su vez hace quebrar la tienda de su vecino y eso, por razones de la trama, lo disfruta.

Red es un gruñón bebedor de cerveza, típico norteamericano pegado a los deportes por televisión, con presión y colesterol altos, que de vez en cuando sale a pescar y cazar con su hijo y los hijos de sus vecinos. Aborrece a los extranjeros y a los hippies; es conservador aunque no pisa la iglesia; es veterano de guerra y tiene un odio particular por los autos extranjeros. Ni en posters los puede ver.

–Yo fui a matarme con esos chinos (llama chinos a cualquier asiático) y ustedes les compran carros –dijo en alguna ocasión. En otro episodio insinuó que hubiera preferido no perdonar a ninguno de ellos en la guerra, para evitar que ahora llenen de autos su país.

El “comprar estadounidense, contratar a estadounidenses” no es una idea nueva, no es de Donald Trump. Eso piensa el estadounidense promedio desde hace décadas. Y odiar y culpar de todos los males a los extranjeros (sean extraterrestres, chinos o mexicanos) es parte de su cultura. Esto último no sólo es parte de That '70s Show, o de Trump, y un mexicano de la frontera norte lo sabe. El odio que hoy asusta a los mexicanos lo conoce un fronterizo desde hace décadas o, mejor dicho, desde hace siempre.

Lo que estamos viviendo es simplemente un sentimiento extendido del blanco estadounidense... convertido en una política de Estado.

Después de ocho temporadas exitosas, la serie de televisión terminó, en 2006. Pero Red Forman, e incluso su vecino, habrían votado por Trump.

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Donald Trump no es una contradicción. Trump es, en realidad, una confirmación de lo que el Estados Unidos blanco piensa y quiere desde hace siempre.

De hecho, Trump está en su derecho de querer levantar un muro en su territorio, y no me agarren a pedradas por decirlo. Si te metes a mi casa –dice– sin mi permiso, puedo poner cerraduras en la puerta y si insistes por las ventanas, las tapio; y si de plano llegas con toda tu familia, me obligas a levantar un muro.

Trump tiene derecho a revisar la relación de Estados Unidos con sus socios. Si estoy perdiendo en una sociedad donde se supone que todos ganamos –dice–, tengo que ver de qué manera dejo de aportar “la mayor parte”. Si durante 25 años fue superavitario el TLCAN para México y sostuve una relación comercial que le abría oportunidades para desarrollarse, no es mi culpa que no lo haya aprovechado. Es su culpa si se hizo adicto a mis productos a la vez que dejó de producir los suyos. Es su culpa si desmanteló sus sectores estratégicos y yo conservé los míos. Esa es la lógica de Trump y lamento decir que en eso, al menos, tiene derecho.

Trump tiene derecho a pedir que se vayan todos los que entraron de manera irregular a Estados Unidos, ya sea por su propia necesidad o la de los estadounidenses. Y de hecho, a Trump le asiste la razón cuando habla con los suyos y les pide emplear a norteamericanos y consumir lo norteamericano. Eso lo hacen muchos países del mundo, de China a Chile y de Rusia a Canadá, y si México abandonó la política de impulsar la autosuficiencia y compra todo del exterior, aún sea con dinero prestado, ése es problema de México, no de Trump. Cualquiera que revise la historia de Estados Unidos sabrá que en momentos clave, por razones de seguridad o de fortaleza económica, ha llamado a su población a comprar sus autos, los productos de su campo y de sus fábricas. No existe novedad en ello.

Pero a Trump no le asiste la razón cuando quiere que México le pague su muro. Se equivoca cuando usa en sus discursos términos como “violadores” y “asesinos”, o cuando genera odio hacia los extranjeros para justificar los males de adentro.

Trump se equivoca cuando menosprecia a otros hombres por su origen y color y enarbola una cruzada contra ellos, invocando a los blancos y sosteniendo en los hechos la supuesta necesidad de que esa primera minoría mantenga el poder hegemónico, por la razón que sea, sobre todas las demás.

Ciertamente Trump no tiene la culpa de que en 25 años descuidáramos México y entregáramos todo a Estados Unidos. Es un empresario, piensa en dólares, aborrece las consideraciones de género, odia a todos menos a él mismo. Tiene derecho a ser así.

Pero no tiene derecho a convertir su odio en un proyecto de Estado.

Con esto, digo: no hay sorpresa en Trump y, desgraciadamente, tampoco la hay en los gobiernos mexicanos, que desmantelaron hasta la idea de lo nacional, lo mexicano, lo nuestro, para entregarse a un proyecto que no era México y que si no era con Trump, algún día iba a reventar por otro lado.

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Me imagino que allá, en Atlacomulco, en algún momento, cuando eran jóvenes, era posible decir, en medio de una borrachera:

–Yo conozco al de la tienda, vamos por unas caguamas.

Me imagino que en esa lógica Luis Videgaray regresara, ahora en Relaciones Exteriores, porque tiene un amigo que conoce a un amigo que conoce al cuñado de no sé quién que está cerca de Trump.

Todo el sexenio pensaron como si estuvieran en Toluca, o en Atlacomulco. Dinero para los amigos, puestos para los amigos, contratos para los amigos.

Y ahora el Presidente cree que puede mandar a Luis por las caguamas con el tendero, o con el amigo de un amigo que conoce al hijo del tendero.

Carajo.

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El término “carro completo” tiene su origen no en el PRI, sino con Porfirio Díaz. En algún momento de 1910, Pascual Orozco se reúne con Abraham González y se une a la idea de la Revolución, en rechazo al monopolio porfirista de arrieros. Se queja del “carro completo”, es decir, de los que no le permitían mover sus mercancías argumentando que ya no cabían en los carros del monopolio porfirista.

La avaricia de don Porfirio, quien gobernó con amigos y extranjeros, lo condujo al carajo.

La avaricia y la simulación.

En 1909 se encontró en Ciudad Juárez con el Presidente William Howard Taft, de Estados Unidos.

Había columnas imperiales en la calle principal y lo recibió en el edificio de la Aduana Fronteriza en un escenario de prosperidad.

Cuando Taft se fue, los hombres de Porfirio Díaz desmantelaron las columnas, que eran falsas. Se las llevaron o se las robaron, y dejaron otra vez esa ciudad con sus calles pelonas.

Avaricia y simulación.

Como Eruviel Ávila poniendo pasto sintético para que el Presidente no viera el Ecatepec de verdad –aunque gobernó Edomex–, el que apesta a drenaje y está sin árboles. Para que el Presidente viera verde desde el ridículo Mexicable que inauguraban juntos en aquella ocasión.

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Escribí que no soy partidario de la idea de que “tocar fondo” ayude al país a cambiar. No, porque unos nunca tocarán fondo mientras que los más pobres sufrirán más; esos están en el fondo y apenas respiran; les dificultamos hasta respirar.

Sí creo, sin embargo, que lo que viene con Donald Trump puede ayudarnos a repensar el país. Curioso que la presión para que nos pongamos serios y analicemos lo que hemos hecho mal, venga del exterior. Pero a veces así funcionamos.

Ojalá que Trump nos haga voltear a ver al campo, hacia nuestros recursos naturales; nos lleve a razonar lo que hemos hecho y no con la riqueza en el subsuelo y la riqueza que todavía nos queda en las playas, el agua, los montes, nuestra gente, nuestras tradiciones. Ojalá Trump nos conduzca a razonar estos 25 años de liberalismo económico.

Nos toparemos con, claro, cosas que ya sabemos: la corrupción, el compadrazgo, la envidia, el saqueo, la rapiña. Y podremos descubrir, en la adversidad, que no tenemos por qué seguir viviendo con gobiernos podridos, con hijos de la tiznada manejando el destino del país como se maneja una casa de citas de mala muerte.

Ojalá al menos nos renazca el amor por este suelo que pisamos y saquemos provecho de la adversidad.

Que si no lo hacemos así, entonces queda tocar fondo. Pero advierto: tocará fondo la clase media y los más pobres no podrán respirar. Y eso, amigos, no está padre. Eso, amigos, desata revoluciones en las que, por desgracia, no siempre ganan los mejores.

Mejor repensemos México y atrevámonos. Aceptemos que el país no está bien si la mitad es pobre y una élite vive de todos los demás. Aceptemos que abandonamos nuestro papel de ciudadanos y nos dejamos atrapar por los que nos vendieron un bienestar -las columnas falsas de don Porfirio- mientras se profundizaba la desigualdad.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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