La caravana, que partió hace más de una semana con menos de 200 migrantes, atrajo más personas a su paso y se incrementó hasta un estimado de 5 mil integrantes el domingo después de que muchos encontraron la forma de cruzar de Guatemala al sur de México. De acuerdo con el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), hasta el día 20 se habían registrado 7 mil 233 personas para acceder a las instancias de atención a migrantes del Gobierno de México, tras entrar al país por el puente fronterizo Rodolfo Robles, vía legal que conecta con Guatemala. Dentro de este grupo figuran más de 2 mil niños y adolescentes.
Ayer domingo, miles de migrantes se tendieron en las aceras, bancos y plazas públicas en Tapachula desgastados por otro día de marcha bajo un sol abrasador. Isis Ramírez, de 32 años y madre de tres de Tegucigalpa, Honduras, se despertó el lunes por la mañana sobre un cartón empapado en la plaza de Tapachula, con los pies hinchados envueltos en vendas aplicadas por paramédicos. Las sandalias de plástico que usa le llenaron los pies de ampollas. «Hay más personas enfermas. Es mejor que descansemos hoy», considera.
Por Mark Stevenson
TAPACHULA, México (AP) — Miles de migrantes centroamericanos que esperan llegar a Estados Unidos decidían el lunes si descansar en esta ciudad del sur de México o reanudar su ardua caminata mientras el Presidente Donald Trump lanzó más amenazas a sus gobiernos.
Después de culpar a los demócratas por las «leyes débiles» de inmigración días atrás, Trump dijo en Twitter el lunes: «Cada vez que vean una caravana, o personas que vienen ilegalmente o intentan ingresar a nuestro país ilegalmente, piensen y culpen a los demócratas por no darnos los votos para cambiar nuestras patéticas leyes de inmigración». Aparentemente la caravana se ha vuelto un tema central para los republicanos un poco más de dos semanas antes de las elecciones de medio término.
En otro tuit el mandatario estadounidense culpó a Guatemala, Honduras y El Salvador por no impedir que la gente salga de sus países. «Ahora comenzaremos a cortar, o reducir sustancialmente, la ayuda externa masiva que se les da habitualmente».
Un equipo de periodistas de The Associated Press que ha viajado con la caravana durante más de una semana ha hablado con hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, pero no ha visto a ningún migrante de Medio Oriente como Trump sostuvo al decir que van mezclados con los centroamericanos.
La caravana, que partió hace más de una semana con menos de 200 migrantes, atrajo más personas a su paso y se incrementó hasta un estimado de 5 mil integrantes el domingo después de que muchos encontraron la forma de cruzar de Guatemala al sur de México.
Más tarde las autoridades de Guatemala dijeron que otro grupo de aproximadamente 1 mil migrantes había ingresado a ese país desde Honduras.
El hondureño José Aníbal Rivera, un guardia de seguridad desempleado de San Pedro Sula de 52 años, cruzó a México en balsa el domingo y caminó hasta Tapachula desde Ciudad Hidalgo para unirse a la caravana. «Vienen como 500 personas más atrás de mí», dijo.
El hombre busca llegar a la frontera de Estados Unidos, a más de 3 mil 200 kilómetros de distancia en su punto más cercano. «Cualquier cosa que nos pase, aunque me maten, es mejor que regresar a Honduras», dijo.
Ana Luisa España, una lavadora y planchadora de ropa de Chiquimula, Guatemala, se unió a la caravana al verla pasar. “La meta es cruzar la frontera (de Estados Unidos)», dijo. «Sólo queremos trabajar y, si me saliera un trabajo en México, lo haría».
El Presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, sugirió el domingo que Estados Unidos, Canadá y su país elaboren un plan conjunto para financiar el desarrollo en las áreas pobres de América Central y el sur de México.
“No queremos acciones temporales porque si no se atiende el problema de fondo, la gente siempre va a buscar la posibilidad de mejorar. La gente no abandona sus pueblos por gusto, lo hace por necesidad”, dijo López Obrador, quien asumirá el cargo el 1 de diciembre.
Isis Ramírez, de 32 años y madre de tres de Tegucigalpa, Honduras, se despertó el lunes por la mañana sobre un cartón empapado en la plaza de Tapachula, con los pies hinchados envueltos en vendas aplicadas por paramédicos. Las sandalias de plástico que usa le llenaron los pies de ampollas. «Hay más personas enfermas. Es mejor que descansemos hoy», dijo.
Cerca de allí, Julio Asturias, de 27 años, un migrante de San Juan, El Salvador, cargaba su celular. «Quiero regresar a Arizona y cuando oí que pasaba la caravana me junté” a ella, dijo. El joven fue deportado hace un par de meses después de que la policía lo detuvo porque su automóvil tenía una luz trasera quemada.
El domingo, miles de migrantes se tendieron en las aceras, bancos y plazas públicas en Tapachula desgastados por otro día de marcha bajo un sol abrasador.
Algunos se acurrucaron bajo un techo de chapa en la plaza principal de la ciudad. Otros se recostaron al aire libre y se cubrieron con láminas delgadas de plástico para protegerse del suelo empapado por la intensa lluvia. Algunos ni siquiera tenían plástico para taparse.
«Vamos a dormir aquí en la calle porque no tenemos nada más», dijo José Mejía, de 42 años, padre de cuatro de San Pedro Sula. «Tenemos que dormir en la acera y mañana nos levantamos y seguimos caminando. Tendremos un pedazo de plástico para cubrirnos si llueve nuevamente».
En entrevistas a lo largo del viaje los migrantes han dicho que huyen de la violencia, la pobreza y la corrupción generalizadas en Honduras. La caravana es diferente a las migraciones en masa anteriores por su gran número y porque en gran parte comenzó espontáneamente a través de un boca en boca.
Los migrantes recibieron ayuda el domingo de mexicanos que les ofrecieron comida, agua y ropa. Cientos de lugareños que conducían camionetas, furgonetas y camiones de carga se detuvieron para permitirles subir a bordo.
Funcionarios de Defensa Civil del estado de Chiapas, en el sur de México, dijeron que habían ofrecido llevar a los migrantes en autobús a un refugio establecido por funcionarios de migración a unos siete kilómetros a las afueras de Tapachula, pero los migrantes se negaron a ir temiendo que una vez que abordaran los autobuses serían deportados.
Ulises García, un funcionario de la Cruz Roja, dijo que algunos migrantes heridos se negaron a ser llevados a clínicas u hospitales porque no querían abandonar la caravana.
«Hemos tenido personas que sufrieron lesiones en el tobillo o en el hombro por caídas durante el viaje y aunque nos hemos ofrecido a llevarlos a un lugar donde puedan recibir mejor atención, se han negado porque temen ser detenidos y deportados», dijo García.
Jesús Valdivia, de Tuxtla Chico, México, fue uno de los muchos que detuvieron su camioneta para permitir que se suban 10 o incluso 20 migrantes.
«Hay que ayudar al prójimo. Hoy es para ellos, mañana para nosotros «, dijo Valdivia, y agregó que recibió un valioso regalo de quienes ayudó: «De ellos aprendemos a valorar lo que ellos no tienen».
Brenda Sánchez, de San Pedro Sula, que viajaba en el camión de Valdivia con tres sobrinos de 10, 11 y 19 años, expresó su gratitud a «Dios y a los mexicanos que nos han ayudado».
Las autoridades federales y del estado de Chiapas ofrecieron apoyo a los migrantes -incluida asesoría legal para quienes solicitaban asilo-, indicó la Secretaría de Gobernación de México en un comunicado. También difundió un video en el que se ve a empleados repartiendo comida y medicamentos y proporcionando atención médica.