Ciudad de México, 22 de septiembre (SinEmbargo).- Si alguien podría ser considerado un escritor a tiempo completo, incansable, ese es el mexicano Alberto Chimal, quien además de tener presencia en redes sociales publica novelas como La torre y el jardín (Océano), finalista finalista en 2013 del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.
Ha llevado a cabo también cerca de una veintena de otros libros, principalmente colecciones de cuento. Es profesor y tallerista literario y se lo conoce por su trabajo de ficción breve, narrativa de imaginación fantástica y escritura digital.
Las Historias, activo desde 2005, es un sitio que alberga su bitácora personal así como una antología virtual de cuento, un concurso mensual de microficción y otros materiales interesantes como un manual que explica “Cómo empezar a escribir historias” y que se puede descargar gratuitamente.
En 2011, junto a su colega argentina Ana María Shúa, despuntó su afición a los microrrelatos, presentando El viajero del tiempo, donde desplegó sus intereses máximos en la literatura: el humor y la imaginación.
“Me parece que a veces la literatura mexicana tiene un pleito muy grande con la imaginación y da mucha vergüenza decir que algo es imaginativo. Entiendo que hay gente que debe contar la realidad, lo que está pasando en nuestro país, pero no necesariamente todos debemos escribir en esa línea”, decía entonces el también autor de la novela Los esclavos (Almadía, 2009).
“Además, no debemos olvidar que la risa puede ser una manera inteligente de criticar el estado de las cosas”, agregaba el escritor, a quien pudimos entrevistar recientemente en la presentación del Premio Lipp La Brasserie, cuyo jurado integra.
–La literatura puede ser un trabajo incansable, cuando se trata de ti
–¡Híjole! Por alguna razón me ha tocado un estado de las cosas donde estoy siempre trabajando. Creo que es parte de la época que lo obliga a uno a estar en movimiento permanente. El reposo necesario se hace muy difícil de conseguir.
–¿Qué es lo último que has estado haciendo?
–Lo que ha comenzado a circular ahora es la reedición de un libro que salió en el siglo pasado. Es una colección de cuentos que lleva por título Gente del mundo y que acaba de publicar Era.
–¿Qué encontraste al revisar el libro?
–Creo que era una persona no menos entusiasta pero sí más esperanzada. Ideas, proyectos, satisfacciones que entonces estaban por venir. Gente del mundo fue escrito antes de los atentados del 11S y antes de la Guerra del Narco, así que revisar el libro ahora fue una tarea por un lado de tener en cuenta algunos detalles y por el otro tratar de ser fiel con la persona que era cuando lo hice. De todas formas, creo que es uno de mis mejores libros. La modificación más grande es un apéndice que trae el libro, donde se habla como de su historia ficticia, puesto que es un libro inventado: una especie de tratado de antropología de naciones que nunca existieron y donde se discute todo lo que ocurre en el libro con una perspectiva diferente. Una visión que se fue volviendo importante para mí en el tiempo y que tiene que ver con la memoria histórica; cómo se falsea, cómo se destruye, cómo se limita, cómo el poder intenta construirse una realidad a modo, donde siempre tiene la razón y cómo a pesar de ello siempre es posible encontrar una disidencia, una crítica, una oposición. Una disidencia que suele venir de personas que no participan del poder, de quienes están deseosos de conocer versiones distintas a las que plantean las autoridades.
–Te interesa mucho la microficción y eres un autor persistente en lo que hace a tus intereses literarios
–Mira, lo que más me interesa es lo que está un poco al lado de las etiquetas, fuera de ellas. A veces me preguntan por los magos con varitas o los extraterrestres y nunca he escrito de eso. Hay una serie de pensamientos preconcebidos con respecto a mi trabajo y al de otros colegas, que hacemos esto considerado “impropio o anómalo” en nuestro país. El panorama de la imaginación fantástica en México es mucho más rico y diverso de lo que la gente suele pensar. Y sí, de vez en cuando aparecen un mago con varita, un dragón o un elfo, pero es muy poco frecuente. Mi opinión es que se trata de una literatura a su manera muy mexicana, porque se produce desde este contexto y no desde el contexto de la literatura industrializada inglesa, que es de donde se suele pensar que provienen las narrativas imaginativas.
–Tu tradición proviene más de las lecturas de Francisco Tario que de J.K.Rowling
–¡Por supuesto! Las lecturas que me tocaron desde pequeño no eran las que ahora se etiquetan como literatura infantil y juvenil, más bien eran Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Felisberto Hernández, Mario Levrero, Adolfo Bioy Casares. A mí y a otros autores de mi edad nos tocó el último coletazo de aquella gran literatura fantástica latinoamericana. Antes de que la literatura latinoamericana fuera comida por las editoriales españolas y las editoriales españolas fueran comidas por Penguin.
–¿Haces literatura fantástica desde un país fantástico?
–Sí. Al mismo tiempo de lo que se trata es de encontrar ese carácter anómalo y absurdo del país. Para mí, la literatura fantástica tiene que ver con el modo que tenemos de imaginarnos una realidad distinta, más allá del papel. Cuestionarnos sobre algo que consideramos posible o no y qué falta en la realidad cotidiana, ese elemento que no está y que quisiéramos encontrar. O qué cosas hay que no deberían existir. Muchas veces, la inercia cotidiana nos hace aceptar las cosas que nos dicen, sin ponernos a pensar si eso que se nos pone adelante como el mundo, es realmente lo único que hay. Mucho de lo que se escribe y se vende con la bandera de lo fantástico es meramente escapista, pero la parte que me importa es la que cuestiona, la que busca alternativas.
–¿En qué estás ahora?
–Con dos cosas a la vez. Espero que pronto quede terminada la segunda parte de una novela gráfica que hago con Ricardo García, conocido como Micro, un estupendo dibujante, mientras preparo un libro de cuentos para el año próximo. La novela con Micro es una de aventuras, un relato lo menos irónico y posmoderno que he escrito jamás.