Martín Moreno-Durán
22/06/2016 - 12:00 am
Peña Nieto y la sangre de Nochixtlán
Peña lo volvió a hacer: cuando parece que ya nada de su gobierno nos sorprenderá – para mal o para bien-, tras los escándalos de corrupción en el entorno presidencial (Casa Blanca, casota de VIdegaray, Grupo Higa y OHL), la manipulación y derrota con el caso Ayotzinapa, el fracaso de un gobierno en materia fiscal y económica, legalizar dosis de mariguana, y reconocimiento a uniones homosexuales, entre otros factores, hoy parecen decirnos desde Los Pinos: “esperen, que aún somos capaces de ser más incapaces”, y nos ofrecen, a México y al mundo, postales de barbarie, violencia máxima y terror desde Nochixtlán, un pequeño poblado oaxaqueño que, sin pie de foto, podría confundirse con Damasco.
*Rechazaron el diálogo, sacaron la pólvora
*Nuño, el rostro represivo del gobierno
Lo único que le faltaba a Enrique Peña Nieto, llegó: mancharse las manos de sangre, como Díaz Ordaz, tras ordenarse la represión armada – no encuentro otro término- contra maestros de la CNTE y simpatizantes en Oaxaca.
Peña lo volvió a hacer: cuando parece que ya nada de su gobierno nos sorprenderá – para mal o para bien-, tras los escándalos de corrupción en el entorno presidencial (Casa Blanca, casota de Videgaray, Grupo Higa y OHL), la manipulación y derrota con el caso Ayotzinapa, el fracaso de un gobierno en materia fiscal y económica, legalizar dosis de mariguana, y reconocimiento a uniones homosexuales, entre otros factores, hoy parecen decirnos desde Los Pinos: “esperen, que aún somos capaces de ser más incapaces”, y nos ofrecen, a México y al mundo, postales de barbarie, violencia máxima y terror desde Nochixtlán, un pequeño poblado oaxaqueño que, sin pie de foto, podría confundirse con Damasco.
Lo sucedido en Nochixtlán – 8 muertos y más de 100 heridos tras la batalla – no es otra cosa más que el indiscutible fracaso del arte de la política en la actual administración, y tiene nombres y responsables directos: Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong y Aurelio Nuño, tras no saber manejar un conflicto de alto riesgo – con tintes de guerrilla urbana-, llevarlo a un punto de ebullición máxima al rechazar los llamados para instalar una mesa de negociación sobre la Reforma Educativa, y conducirlo, finalmente, a niveles de alta violencia que hoy tienen al gobierno mexicano, ante el mundo, bajo una etiqueta: gobierno asesino.
Cierto: la CNTE no es fácil de lidiar. Pero hubo un momento clave en este drama: cuando sus dirigentes propusieron negociar abiertamente la reforma con el gobierno, entre finales de mayo y principios de junio. Ser escuchados respecto a que era imposible aplicar una reforma más de orden laboral que educativa y a rajatabla, sin deslindar modelos para diversas regiones (no es lo mismo educar en Nuevo León que en Oaxaca, Chiapas o Guerrero por sus diversidades naturales), y exigir se reconsiderara la evaluación a maestros bajo otros términos y formatos.
¿Acaso era muy difícil para Peña, Nuño y Osorio Chong sentarse a debatir una reforma y demostrar que en política son muy duchos? ¿Pues no que los priistas y particularmente el Grupo Toluca son una maravilla a la hora de hacer y ejercer política? ¿Por qué las negativas rotundas y hasta autoritarias del Secretario de Educación con su rechazo a sentarse con la CNTE para platicar con los maestros, aún dentro de todo su radicalismo? ¿Por qué se desechó la palabra y se prefirió el fusil contra la CNTE?
La respuesta gubernamental fue ordenar la detención de los líderes de la Coordinadora, tensando, aún más, la situación.
“Segob y CNTE firmaron en 2013 no ir a una guerra. Algo pasó y el gobierno reculó…”, es la cabeza en SINEMBARGOMX de información más que oportuna escrita por la reportera Linaloe R. Flores (vía #DatosCerrados), quien nos recuerda que a inicios del gobierno de Peña existió un acuerdo entre Gobernación y la CNTE para “privilegiar el diálogo para mejorar la educación”, mediante una minuta de que el acuerdo existió y que es mostrada en el cuerpo del trabajo periodístico y que, no obstante, “como si el acuerdo jamás hubiera ocurrido, la relación entre el Gobierno federal y la CNTE se tensó en los años siguientes”.
“Algo pasó…”, se plantea en la cabeza periodística.
Pues lo que pasó, fue lo siguiente:
Cuando las reformas de Peña Nieto – principalmente la Energética y la Hacendaria-, comenzaron a desinflarse – la primera, reventada por los bajos precios del petróleo y la poca transparencia con que se ha manejado, y la segunda, por sus severos castigos fiscales, reflejados en pobre crecimiento económico , cierre de empresas y desaliento para el contribuyente-, en Los Pinos solamente tuvieron un diagnóstico: la única reforma que les quedaba viva y viable, con posibilidades reales de medio rescatar del desastre a la administración peñista, era la Reforma Educativa, vista como tablita de salvación en medio del naufragio.
En Los Pinos acertaron al diagnóstico, pero se equivocaron en el procedimiento.
Agobiados por los malos resultados, apresurados por la derrota del PRI y de Peña el 5 de junio, precipitados en su operación política, decidieron dar un NO absoluto a la propuesta de la CNTE de negociar la Reforma Educativa y, por las prisas de ofrecer resultados a mediano plazo, quisieron imponer, a fuego y sangre literal, a la Reforma Educativa a la que, de manera brutal, también comenzaron a vulnerar con la sangre de Nochixtlán.
Eso fue lo que pasó: la Reforma Educativa era lo único rentable que les quedaba y, en su afán de imponerla y presentarla como logro de gobierno, la precipitaron de la peor manera: bajo el sello de la violencia, intolerancia y represión.
Peña Nieto queda, hoy por hoy, exhibido en México y en el mundo como un Presidente incapaz de negociar y proclive a la represión. “Ya ordené que se investigue…”, tuiteó Peña ayer sobre Nochixtlán. Demasiado tarde, ciudadano presidente. Perdió usted la oportunidad de sentarse – inclusive personalmente, emulando los Diálogos de Chapultepec entre Calderón y Sicilia-, con la CNTE, discutiendo con cifras, argumentos, escenarios, excesos y riesgos educativos, bien asesorado y arropado por especialistas, con una posibilidad enorme de sacar adelante dicha reforma, apoyado por una franja amplia de la opinión pública y exhibir, de paso, el radicalismo de la CNTE. Pero no lo hizo. Vaya paradoja: Peña fue capaz de ubicar a su gobierno como represor y violento por encima, inclusive, de los intolerantes y radicales líderes de la CNTE. Se necesita mucha torpeza política para lograrlo. Y Peña lo logró. Ayer, Atenco. Hoy, Nochixtlán.
Aurelio Nuño se erige, nada menos, que en el rostro represor del gobierno de Peña Nieto, y así no debe seguir como Secretario de Educación. Ya no digamos aspirar al 2018, como una de las cartas del salinismo en el juego sucesorio. Con su intolerancia y constantes rechazos al diálogo – Nuño hubiera sido un buen subsecretario de Gobernación con Díaz Ordaz-, empujó al gobierno a la violencia, a la CNTE al enfrentamiento, y al país a la polarización. Nada menos. Y con estas cartas-credenciales, Nuño no puede ya aspirar a muchos blasones.
Osorio Chong también ha quedado rebasado bajo tres pistas: como responsable de la política interna del país, como jefe de la seguridad nacional, y como aspirante a la candidatura presidencial del PRI. En lo primero, porque a falta de negociación política, se optó por matar a quienes protestan, y eso se llama fracaso. En lo segundo, porque sin estrategia ni control, se permitió que las fuerzas federales acribillaran a oaxaqueños con postales que hoy le dan la vuelta al mundo: policías asesinando a ciudadanos. Y en lo tercero, porque en su delirio de cuidarse políticamente rumbo al 2018, ha dejado de ser Secretario Gobernación para convertirse en simple encargado del despacho, y ese vacío es un lujo que aún entre el desorden que tiene como gobierno, Peña Nieto no puede darse. El Presidente debe tomar una decisión de fondo sobre lo que debe hacer con Osorio, incluyendo su remoción.
*****
Se anuncia mesa de diálogo en Gobernación para destrabar el conflicto con la CNTE. Muy tarde también: se necesitaron 8 muertos, decenas de heridos, violencia y represión, para sentarse a una mesa fincada en los cadáveres de Nochixtlán.
A la matanza de Nochixtlán, los aires represores del gobierno mexicano y el naufragio de la política, se viene a sumar el factor Beltrones. Cándidos, quienes se sorprendieron con su renuncia al PRI. ¿Qué esperaban, si la derrota del 5 de junio fue tan brutal para el priismo como la goliza de Chile a México en futbol? Manlio Fabio, simplemente, no debía seguir al frente del partido aun cuando, con dosis de razón, se pretenda achacar la derrota a los malos gobiernos de Peña Nieto y de algunos gobernadores. Beltrones también lleva su responsabilidad.
Sin embargo, conocedor de la circunstancia y la coyuntura, Beltrones sale del PRI justo en el momento en el que más le conviene: cuando el gobierno priista de Peña Nieto se ha manchado las manos de sangre. Preferible, bajo esas circunstancias, bajarse del barco de manera natural: como perdí, pues ya me voy.
¿Le jugará Beltrones la contra al Grupo Toluca rumbo al 2018, buscando la candidatura priista sin el apoyo de Peña?
Ese tema lo tocaremos en entrega posterior.
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