Las Patronas han recibido galardones como el Premio Nacional de Derechos Humanos, han viajado por el mundo contando su proyecto -que se ha replicado en otros lugares del país- y han sido propuestas al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2015.
Por Isabel Reviejo
Amatlán (México), 22 may (EFE).- “¿Cómo dejas que tu mujer conviva con tanto hombre?”; que a sus maridos les hicieran ese tipo de preguntas fue algo que tuvieron que enfrentar en sus inicios Las Patronas, las mexicanas que gozan de reconocimiento internacional por su ayuda a los migrantes.
La historia de estas doce mujeres, que desde 1995 ofrecen en la comunidad de Guadalupe (estado de Veracruz) comida y bebida a los migrantes que viajan a lomos del tren de carga conocido como La Bestia, ha dado la vuelta al mundo, por lo que resulta difícil imaginar que antes despertaban recelos en su propia comunidad.
Al principio, había personas que pensaban que recibían dinero por su trabajo, que las tildaban de “locas” o que intentaban meter en la cabeza de sus esposos la idea de que los hombres que pasaban por la casa las podían “enamorar” y quitárselas, relata a Efe Norma Romero, quien ejerce como portavoz del grupo.
Un día, la madre de Norma, Leonila Vázquez, comenzó a darse cuenta de que había personas que viajaban subidas en el tren, cuyas vías pasan por el municipio de Amatlán de los Reyes. No sabía quiénes eran, y al principio las llamaba “moscas”.
Más tarde descubrieron que eran migrantes que utilizan este transporte para llegar a Estados Unidos. Cuando algunos de ellos les pidieron comida, las Patronas comenzaron con una tarea que hizo que, desde ese momento, estuvieran día a día pendientes del silbido del tren.
María Guadalupe González, una de las patronas, comenta a Efe que al principio cocinaba en casa de su suegra, pero que gracias al apoyo social que han recibido pudieron llegar a lo que hoy es un albergue que alimenta y acoge a los migrantes durante un par de días si lo necesitan.
La hospitalidad, de una forma u otra, siempre estuvo ahí: “Aunque no había un cuarto adecuado (…) se les ponía ahí un colchón o se les acomodaba para descansar una noche”, relata Guadalupe, a quien hoy le ha tocado madrugar porque es el día de la semana en el que le toca hacer la comida en el albergue.
Las Patronas han recibido galardones como el Premio Nacional de Derechos Humanos, han viajado por el mundo contando su proyecto -que se ha replicado en otros lugares del país- y han sido propuestas al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2015.
El reconocimiento nacional e internacional, sin embargo, no ha tenido eco en la población de su propia comunidad, donde los habitantes no acaban de integrarse con la tarea de las mujeres, lo que Norma justifica diciendo que “nadie es profeta en su tierra”.
Son muchos los migrantes que llegan a las puertas de las Patronas con alguna necesidad médica, y gracias a la visibilidad internacional, los doctores ya no les ponen pegas para atender a los migrantes que así lo requieren.
Algo similar ha pasado con los policías, ya que antes hacían patrullajes alrededor del albergue. Como los agentes no pueden meterse a las casas sin una autorización del juez, “les decíamos (a los migrantes) que no salieran a la calle para que no los vieran”, recuerda Lupe.
En estos años, las Patronas han notado ciertos cambios en los migrantes que pasan por la comunidad.
Lupe dice que desconoce por dónde pasan ahora, pero que cada vez ve menos subidos a la Bestia, mientras que Norma señala que antes venían con “más confianza”, pero que ahora los riesgos del camino son más notorios.
Además, “hoy en día se les ha complicado porque muchos albergues están cerrando puertas”, agrega Norma, quien siempre aboga por “no juzgar” y ponerse del lado del otro frente a la criminalización que están sufriendo los migrantes en algunos lugares.
Norma asegura que la tarea que realizan los 365 días del año -“no podemos cerrarle la puerta a nadie”- no es desgastante. A ella le gusta observar los rostros de los migrantes que llegan y escuchar sus historias.
Cuando ve alguna cara conocida, por una parte siente alivio, por saber que esa persona está bien, pese a los peligros del viaje; por otra, siente admiración por esa “insistencia” por llegar a Estados Unidos, que lleva a los migrantes a innumerables intentos, pese a las deportaciones.
“Ellos hablan de cuántas veces van a cruzar este lugar y las veces que sean necesarias ahí estaremos para aportarles la comida, para prestarles ayuda y para que logren ese sueño que hoy en día se ha convertido en una pesadilla”, concluye Norma.