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Óscar de la Borbolla

22/05/2017 - 12:00 am

Canto a las ruinas

¿Por qué siempre se piensa que las ruinas son el indicio de una época de esplendor? Parece lógico, pero ¿será verdadero en todos los casos? Quizá lo sea cuando se trata de edificios antiguos cuyos muros desconchados suscitan la universal sensación de haber llegado tarde, y otro tanto con los vestigios de civilizaciones hundidas en […]

La nostalgia es un endulcolorante que nos presenta las ruinas como los restos de un pasado de esplendor; pero creo que para innumerables cosas su estado actual de ruina sólo muestra lo que siempre fue y, en algunos casos, es incluso un estadio mejorado por la devastación del tiempo. Foto: Oscar de la Borbolla

¿Por qué siempre se piensa que las ruinas son el indicio de una época de esplendor? Parece lógico, pero ¿será verdadero en todos los casos? Quizá lo sea cuando se trata de edificios antiguos cuyos muros desconchados suscitan la universal sensación de haber llegado tarde, y otro tanto con los vestigios de civilizaciones hundidas en el tiempo de las que sólo quedan unos pocos tepalcates como testimonios borrosos de que algo más rico estuvo ahí. Pero, ¿ocurrirá lo mismo con las ruinas amorosas, con las personas arruinadas por la enfermedad, con los lazos filiales de parientes que no se volvieron a reunir?, ¿de veras, en todos los casos, habrá habido un pasado memorable, esplendoroso?

La inercia de nuestras convicciones nos invita a pensar que sí; pero una cosa son las pirámides de Egipto y otra aquellas amistades o aquellos amores de los que no sobrevive nada o acaso algún esporádico mensaje y un saludo frío.

Tengo la impresión de que algunos sentimientos y ciertas relaciones pasadas, incluso, algunos pueblos fueron ruinosos en sus mejores épocas o dicho de una forma más clara: nunca conocieron épocas mejores; que siempre estuvieron mal y que es uno quien restaña el fallido recuerdo prestándoles el beneficio ilusorio que deriva de la firme creencia de que la flecha del tiempo va de lo mejor a lo peor.

Sin embargo, con ojos objetivos: ¿dónde estuvo el venturoso pasado de la humanidad?, ¿en qué momento de la época de las cavernas un Adán y una Eva originarios vivieron en el Paraíso? Es más, ¿no será que incluso el deterioro mejora las cosas?, ¿cuándo el Partenón fue más sobrio, más soberbio y más clásico que ahora? Acaso, ¿cuando fue inaugurado por Fidias y lucía coloreado como película de Walt Disney? Yo tengo mis dudas a propósito de la Victoria de Samotracia: no creo que esta pieza me conmoviera tanto sin las actuales desportilladas y, precisamente, por faltarle entera la cabeza; arruinada, se yergue con la fuerza de los vinos añejos, madurada en la destrucción que inflige el tiempo hoy es más hermosa que nunca para mi gusto.

La nostalgia es un endulcolorante que nos presenta las ruinas como los restos de un pasado de esplendor; pero creo que para innumerables cosas su estado actual de ruina sólo muestra lo que siempre fue y, en algunos casos, es incluso un estadio mejorado por la devastación del tiempo. Hago una canto a las ruinas no por lo que sugieren, sino porque precisamente así como están: rotas, ajadas y mal plantadas sobre el piso, son más de lo que nunca fueron.

***

No quisiera cerrar esta nota sin mencionar un espectáculo que en verdad agradezco el haber podido presenciar. Generalmente, cuando veo algo que me gusta, me nace la necesidad de compartirlo y lo hago con mis amigos; sólo pocas veces, cuando me gusta muchísimo, me atrevo a recomendarlo a todo el mundo. Este es el caso del monólogo de Abril Mayett: "La verdura carnívora". Es una lástima que sólo queden dos funciones los próximos martes a las 8 de la noche en Tabasco 154, colonia Roma. Es con mucho, la mejor obra que he visto en años: desgarradora y a la vez divertida como las grandes piezas del humor negro. Ahí sí la dramaturga, actriz y directora, Abril Mayett aborda el asunto de las verdaderas ruinas y ruindades de nuestro país.

Sobreviven unos cuantos templos que llamas pirámides pero a las pirámides de Egipto o a las ruinas mayas invita a todos a suponer que la creencia unánime de que

Aunque ya tengo mis años, jamás tendré los suficientes como para atestiguar la decadencia del Sol. La calculada longevidad de nuestra estrella -al rededor de 5 mil millones de años para que su propia masa la colapse- rebasa con mucho todos los plazos que deben preocuparnos: para los efectos prácticos nuestro Sol es eterno; sin embargo sí he presenciado destrucciones y derrumbamientos, el lapso de mi vida ya cuenta con espesor sobrado para haber visto inicios y finales

Los solventes más abrasivos que existen figura entre todos ellos el tiempo. Los seres humanos hemos inventado o descubierto centenares de sustancias para desintegrar y corroer; pero ni el ácido Muriático es   de tiempo es el corrosivo más potente que existe, el más incisivo, el más pertinaz.

Las ruinas amorosas, las ruinas los viejos imperios.

Twitter:

@oscardelaborbol

 

 

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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