Ciudad de México, 22 de mayo (SinEmbargo).- En Las bestias negras, la nueva novela del escritor poblano Jaime Mesa, un hecho nimio de la burocracia cultural da rienda a una historia donde el poder y la fama se constituyen en verdaderos monstruos que sacan lo peor de los personajes involucrados.
Hay una ciudad pequeña. Un actor venido a menos. Un funcionario corrupto que maneja a su antojo un presupuesto magro pero contundente. Hay también ausencia de una instancia regidora que ponga las cosas en su sitio y así los hechos se desencadenan con furia y sin destino para complicar la vida y mostrar los rostros ocultos de una sociedad inerme.
“Jaime Mesa ha construido un solo ser con tres caras: la de Eliseo de la Sota, protagonista del drama mayor; Eucario Vega, némesis grisáceo que viene a reclamar lo que el submundo de los olvidados, los outsiders, no le puede dar: protagonismo; y Marcelo Combs, el actor de tercera que busca enmendar su propia soberbia”, dice la sinopsis.
La novela, que a nadie dejará indiferente, es quizás la más política de autor nacido en 1977 y quien en 2008 publicó Rabia, consolidándose como una de las voces más personales y profundas de la nueva narrativa mexicana.
Los predilectos en (2013) le dieron estatus de escritor profesional y como tal realizó colaboraciones en los blogs de Nexos, Letras Libres y Crítica. Además, también ha coordinado varios talleres literarios, tanto de cuento como de novela. Actualmente dirige la Escuela de Escritura Puebla.
–¿Quiénes son las bestias negras?
–Las bestias es todo ese miedo o esa paranoia que habitan detrás de esas personas ególatras y desencajados de la realidad que ocupan un cargo sin mucho mérito. Son esos monstruos que le recuerdan a diario que no están trabajando sino acumulando poder para permanecer allí. Esas personas todo el tiempo enfrentan ese miedo que sale de ocupar un puesto cuando no te lo merecen. Las bestias negras de mi novela son los cuatro subalternos de Eliseo de la Sota, el director de un periódico, un actor venido a menos, quienes le recuerdan al funcionario lo que jamás en la vida logrará ser.
–Eucario Vega, su Némesis, parece también su contracara
–Es un personaje que se me hace muy curioso. Nació en la novela como un archienemigo de De La Sota, pero se me hacía en realidad un corderito porque cada vez que tenía que enfrentar a Eliseo se le doblaba la mano. Termina siendo como su hermano gemelo, como su doble.
–Eliseo de la Sota es un funcionario menor. No es la voz del pueblo, pero tampoco es el poder; sin embargo, te sirve para hablar del poder
–Eliseo de la Sota no encarna la megalomanía del poder. Es un símbolo de la mediocridad del poder. El entorno, sus acciones, son lo que da real cuenta de que no es un líder. Encarna la parte gris de nuestra burocracia, la última ventanilla a la que tenemos que ir en nuestro tránsito tormentoso por las oficinas oficiales. La sociedad produce estos pequeños monstruos. Además, ciertos antecedentes vitales de las personas en cualquier estrato alientan esta producción de este poder mediocre. Es un elemento que tiene que ver con la condición humana, que se da un paso antes de la construcción social.
–Te inspiraste en el mundo pequeño de la cultura, para narrar una historia que tiene resonancia en casi todos los estamentos de la sociedad
–Empecé a construir a Eliseo desde el odio. Quería sentenciarlo y vengarme de él. Empecé a tirarle golpes y él se escabullía. Vi que huía de mí porque no tenía una fuerza potente; entonces lo que hice fue analizarlo y seleccioné una ciudad pequeña, porque en ese contexto de poder chiquito podía iluminarlo con el mundo más sutil y discreto de la cultura. No era lo mismo que si lo ponía al frente de una trasnacional, por ejemplo. Aquí todo pasa más inadvertido.
–¿Eso piensas de la cultura mexicana: un estamento gobernado por personas incapaces y poco controladas?
–Esta novela ha resultado la más política y la menos personal de las que he publicado. Si en Rabia y en Los predilectos había obsesiones que durante mucho tiempo me habían estado martirizando, Las bestias negras surgió de pláticas con personas y en viajes donde me topaba con personajes del mundo cultural, verdaderas contrapartidas de las bestias negras. En realidad Las bestias negras es expresión de una intriga, quería saber por qué existen esos personajes en todos los ámbitos de nuestra sociedad. En la novela no hablo de cosas que me pasaron, sino de cosas que me contaron. Extrañamente, ahora que la novela está publicada, me he dado cuenta en diálogo con amigos y lectores que casi todos tenemos un Eliseo de la Sota bajo el brazo.
–¿Qué quieres decir con eso de que todos tenemos un Eliseo de la Sota bajo el brazo?
–De entrada casi todos tenemos una historia con un jefe que traía al trabajo sus demonios personales. Nos castigaba para vengarse por lo que había ocurrido. Jefes que no pueden ser jefes ni líderes y que desprenden manchas sobre todos nosotros. Siempre tenemos esa sensación de que nos pueden despedir por cualquier cosa. Somos vulnerables a gente que se aloque de un día para otro y nos despida no por una cuestión laboral. Por otro lado, también en este país y también de un día para el otro podemos toparnos con alguna cuota de poder inesperada, con lo que podemos llegar a convertirnos en un Eliseo de la Sota.
–La novela supera la anécdota y trata sobre cuestiones que tienen que ver más con la existencia trascendente, el vacío, la futilidad de la vida, el reconocimiento social…
–No quise hablar de los efectos que trae consigo el poder. La novela no busca ser amarillista, sino meter las manos en las raíces de la corrupción y ver desde allí al poder. Es una novela de causas y no de efectos. Es un poco descarnada y más violenta y cruel que las otras, porque provino de una emoción. Por eso no está muy volcada hacia las metáforas. Su estilo es seco y parco, porque trata de reproducir de alguna forma la oralidad en el sentido de que alguien le está contando una historia de horror a otra persona.
–¿Lees filosofía?
–La filosofía es algo curioso en mi vida. Cuando hace algunos años trabajaba en un periódico, conocí a un filósofo que cubría allí notas especiales y fue como una tabla de salvación para mí. Entre nota y nota me daba clases de filosofía, de forma no ortodoxa, claro, pero además, fue el que una noche mientras yo corregía textos me habló de lo difícil que es en México que las personas que están en medio de un proceso creativo no se puedan dedicar de lleno a ello y tengan que perder el tiempo en trabajos como el que yo hacía. A los dos meses renuncié al periódico. De alguna manera la filosofía siempre ha estado en mi vida y me preocupa la filosofía en el sentido de que creo que la novela tiene las respuestas que la filosofía no ha encontrado. Todo el tema del tiempo que es la gran pregunta en la literatura de Marcel Proust y James Joyce, por ejemplo, son respuestas que da la novela y se preguntó la filosofía. Por eso me interesa mucho más la novela que la filosofía.
–Hay mucho de moral en tu novela
–Sí, es verdad. Veo que se encarnan en Las bestias negras ciertos asuntos morales detonados a través del hastío.
–¿Cuáles serían en ese sentido tus ambiciones literarias?
–Creo que como mis escritores preferidos, Don DeLillo y Philip Roth, me gustaría partir de un solo hecho para construir un mundo alrededor. Mi tirada al menos en la primera parte fue como unir la soledad, el vacío existencial, la búsqueda del poder como una respuesta a este miedo a morir, un miedo primitivo que aunque ganes el Nobel, aunque ganes cinco campeonatos como Michael Jordan, pase lo que pase vas a morir. 70, 80 o 90 años bastan, no obstante lo cual me deslumbra la idea de que hagas lo que hagas vas a morir. Mi gran bestia negra es sí una novela total que tenga que ver con la preocupación de la identidad, sobre todo la mexicana, y la familiar. Nunca he podido escribir sobre ello, no he sabido cómo todavía.