Ciudad de México, 22 feb (SinEmbargo).- Una fuerte voz narrativa y dos patas, una en la literatura y la otra en la historia, dan sustancia a la novela Distancia (Planeta), nueva entrega de la prolífica autora mexicana Beatriz Rivas.
El romance entre Armando, un músico heredero de la más rancia alta sociedad mexicana y una camarera de hotel de nombre Margarita, busca su paraíso en medio de los avatares de un sexenio “desmedido, donde la prepotencia se lleva a niveles absurdos”, el de José López Portillo, de 1976 a 1982.
“Si el tiempo es relativo, ¿también lo es la distancia?”, se pregunta la también autora de Las horas sin diosas, Viento amargo y Todas mis vidas posibles.
Para la escritora no fue nada fácil inmiscuirse en un tiempo histórico tan próximo, sobre el que –asegura- “hace falta escribir el gran libro”.
“Escribir Distancia fue como trabajar de cirquera, tratando de lograr el equilibrio entre el amor de Margarita y Armando y la historia de lo que pasaba durante el gobierno de López Portillo, para poder mostrar la enorme distancia que separa en nuestro país a los muchos que tienen muy poquito de los pocos que tienen mucho”, explica Rivas en entrevista con SinEmbargo.
En ese sentido, no sabe la escritora si esta podría ser llamada su novela más comprometida, “puesto que el compromiso está en todo lo que escribo”, aunque admite por otra parte que este trabajo “tiene un compromiso más fuerte con lo social y lo político”.
“Mi idea, es cierto, era hacer una novela de denuncia, aun cuando lo que marco es demasiado obvio. Esto que se ve, estas enormes diferencias sociales que separan a los mexicanos, son por demás evidentes y constituyen, según mi punto de vista, el motivo que impide que este país adopte un rumbo concreto”, expresa.
“Distancia es un modo de poner en la mesa de discusiones algo de lo que necesitamos hablar, pues todos somos parte del país y por tanto culpables de lo que pasa y de lo que ha pasado”, agrega.
UNA HISTORIA QUE TODAVÍA NO SE HA CONTADO
El sexenio de José López Portillo, entre 1976 y 1982, es para Beatriz Rivas un periodo cercano que no se ha contado todavía. Se trata de una época caracterizada por “funcionarios que se arrodillan para no perder el empleo; burócratas corruptos que saben tensar los hilos y mantenerse en el sistema, los criminales y los defensores de la ley devorándose el país entre orgías, desplantes y delirios de grandeza”.
En la historia, cobra preponderancia Margarita, una camarera de hotel que –confiesa la autora- “salió en el libro como se le dio la gana”.
“Margarita es una especie de anti-heroína, no demasiado atractiva, perteneciente a la clase social media baja y su característica principal es que un día decidió dejar de desear. Se dio cuenta a través de la experiencia de su propia madre que cuanto más deseas, menos consigues. Ella no quiere desencantarse, no quiere vivir frustrada, es digamos, un poco budista”, explica Rivas.
- Una budista que cree en la Virgen de Guadalupe…
- Tampoco tiene mucho sentido su devoción por la Virgen de Guadalupe. Es una vocación auténtica, pero por contagio. No es que Margarita sea una gran creyente.
- Bueno, muchos mexicanos tienen devoción por la Virgen pero como un gesto automático…
- Sí, es verdad. Y están los que confían ciegamente en que la Guadalupe les hará un milagro. En el libro, además de los componentes sociales y educativos que separan a Armando y Margarita, está la religión. Él es ateo y Margarita, finalmente como casi todos los mexicanos, piensa que todo lo puede resolver un ser supremo. Que la religión está para sacarlos de sus broncas o bien para consolarlos cuando no les queda otra.
- ¿Y usted qué piensa de la religión?
- Pienso que la religión paraliza, porque si crees que hay alguien que decide por ti, entonces no te mueves, no trabajas, no buscas tu propio camino. La religión te quita empuje, capacidad de trabajo, las ganas…
- ¿La religión ha paralizado a México?
- Sí, creo que sí, sobre todo porque ha obligado a muchos mexicanos a quedarse en el conformismo. Si crees que Dios sabe por qué hace las cosas, como suelen decir, ¿para qué le echas ganas? Además, si te va mal, tienes el consuelo de que “seguramente se va a arreglar, seguramente así lo quiso Dios”.
- A veces no se distingue bien la frontera entre religión y superstición
- Efectivamente. Creo que este país, al unirse las religiones prehispánicas con la católica de la conquista, se reforzó la superstición. Y es algo que sigue. Estoy convencida de que la religión y la institución de la iglesia católica en México hizo mucho daño.
- ¿Le ha traído problemas decir eso?
- Sí, probablemente. Decir solamente que soy atea genera muchísima incomodidad. Mucha gente que me escucha decir que no creo en Dios, me pide que no lo diga en voz alta, como si fuera un pecado, como si fuera un crimen.
- Volviendo a la novela, ¿le pasa muy seguido que sus personajes hagan lo que quieran?
- Desafortunadamente sí. Sé que hay muchos escritores que suelen tener un plan para su novela, pero no es mi caso. De pronto un personaje que empieza de una manera, la misma historia me pide cambiarlo. Ahora estoy investigando sobre un personaje que se llama Émilie du Châtelet, que fue amante de Voltaire y ya llevo como 50 cartillas, sin acabar de leer todo lo que tengo que leer sobre ella.
- ¿Por qué le interesó particularmente el sexenio de López Portillo?
- Si bien la novela trata de la distancia y podría haberla ubicado en cualquier sexenio, me interesó esa época porque fue en la que menos recato hubo. La impunidad era mucho más visible. Ahora, el caso del “Niño verde” ha sido un escándalo, pero en ese sexenio pasaba a cada rato y nadie lo decía, mucho menos la prensa. Tuve que recurrir a mucha hemeroteca y a varias entrevistas, entre ellas al hijo de López Portillo, a Jesús Silva-Herzog, en fin, detrás de la novela hay muchas voces.
- Y ahora que está tan de moda Pemex, usted no evita tocar el tema…
- Es que el sexenio de López Portillo inició con las promesas del petróleo y cuando los precios del petróleo bajaron, la caída fue estrepitosa.
- ¿Por qué es escritora, Beatriz?
- Porque es algo que quise ser desde pequeña. Y a pesar de que hay que hacer muchos malabares para vivir de esto, escribir para mí siempre fue una necesidad. Me cuesta mucho trabajo expresarme con la palabra hablada, pero siento un placer impresionante al escribir. Es una tarea gozosa que me permite expresarme y al mismo tiempo encontrarle sentido a muchas cosas.