Hace apenas 15 días que terminaron las labores de rescate. Hace una quincena que el último trabajador dentro de Álvaro Obregón 286, en la Roma, salió sin vida. Hace un mes, la Ciudad de México vivió uno de sus peores episodios, pero a diferencia de hace 32 años, las cámaras de seguridad y de miles de celulares grabaron los movimientos, los gritos, el llanto, la desesperación y los derrumbes.
En las colonias que comprenden el corredor Roma-Condesa, zona de auge mercantil y residencial, el colapso de edificios dejó 75 personas fallecidas, de acuerdo con reportes oficiales. Los restaurantes y comercios mostraron su mejor cara: regalaron comida, prestaron sus instalaciones y recibieron donaciones.
Ahora, son ellos los que están dispuestos a reactivar la zona, no sólo para demostrar que el barrio sigue vivo sino porque lo necesitan. Son meseros, son gerentes, comerciantes independientes, son trabajadores que no pueden detenerse con la tragedia.
Ciudad de México, 21 de octubre (SinEmbargo).– “La gente pasa y hace eso… después se va”, dice Alejandro, gerente del restaurante Jetson’s, mientras observa a un par de hombres que toman foto de lo poco que queda de la construcción en Álvaro Obregón 286. De su lado de la calle y a pesar de las mallas que cubren la zona, se sigue percibiendo el olor inconfundible a polvo, a escombro, a muerte.
No hay alguien que quiera sentarse a comer una de sus papas al horno sobre la acera. Los transeúntes, efectivamente, no evitan voltear hacia el edificio donde murieron 49 personas el pasado 19 de septiembre.
Ha pasado un mes de que el terremoto de 7.1 grados cambiara nuevamente el paisaje de las colonias Roma Sur, Roma Norte, Condesa, Hipódromo e Hipódromo Condesa. Todas englobadas bajo el concepto de “corredor cultural”, un área conocida por su conjunción de zonas habitacionales, comerciales, artísticas y turísticas, que padeció el terremoto de 1985 y volvió a ver caer sus edificios el mismo día, 32 años después.
“¿Y la ayuda?”, se pregunta Modesto Moreno, valet parking de Don Eraki, quien vio caer el edificio en Medellín y San Luis Potosí. “¿Dónde está todo ese dinero que tiene el Gobierno, el que se donó, el que le decomisan a los narcos? es ahora cuando se necesita pero, ¿sabe quién va a votar por el PRI? Nadie. O nos levantamos o nos terminamos de hundir, pero necesitamos un cambio”, añade.
“NO TIENE UNO LA VIDA COMPRADA”
En la esquina de Ámsterdam y Laredo está Ardente, una pizzería que semana y media después del sismo volvió a abrir sus puertas frente a un edificio de una sola planta que se sostiene con polines, cuando hasta las 13:14 de hace 30 días solía tener ocho pisos. Sus mesas sobre la calle están apenas separadas de las coronas de flores dedicas a las seis personas que fallecieron ahí tras el colapso.
“La afluencia de clientes ha bajado en un 80 por ciento, pero aquí estamos, estamos con ganas, estamos convencidos de que esto va a salir adelante, sin duda alguna”, dice el chef Felipe Núñez, quien presenció el desplome de los departamentos de Ámsterdam 107.
“No tienes palabras para describirlo, nosotros estábamos laborando exactamente aquí. Empieza a temblar y yo creo que alcanzamos a llegar a la esquina cuando vemos todo. Hay ocasiones en que hasta la misma familia te pregunta y dices: ‘¿qué te explico, qué te digo?’, cuando no puedes ni siquiera platicarlo porque son sentimientos encontrados, te pones a pensar en la gente que estaba y no puedes expresarlo”, agrega.
Gerardo Villa, otro de los cocineros interviene: “íbamos metiéndonos del simulacro, salimos tarde porque no se oían alarmas por aquí, no escuchamos nada, fue porque nos acordamos que era el simulacro y salimos. En cuestión de minutos, empieza todo esto. Sales y es horrible, te quedas impactado”.
Felipe muestra en su celular una fotografía de su compañero parado en medio de la calle en un esfuerzo por controlar el tránsito entre escombros y polvo.
“Vimos todo. Se colapsa el edifico, empiezas a ayudar con la desesperación de que quieres encontrar a gente sana, ves todo lo que pasa y te sientes impotente ante todo eso”, dice Núñez. Gerardo interviene: “impotente de que quieres mover algo pesadísimo y no sabes ni qué hacer, ni te acuerdas de la familia, se cae esto y te quedas pensando en la gente que iba saliendo”.
La vida para ellos ya no es la misma, aceptan que sus reacciones con las alertas sísmicas de las aplicaciones telefónicas o una simple sirena de ambulancia los tiene en vilo. “Te quedas traumado”, menciona uno de los chefs mientras el otro acepta que se siente decaído, “te quedas con la tristeza de la destrucción que puede llegar en cuestión de segundos, no tiene uno la vida comprada”.
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GOBIERNO Y “AYUDA DE RISA”
La cicatriz que marcó la Ciudad de México de sur a norte, desde Xochimilco hasta Lindavista, no sólo derrumbó edificios, también dejó inhabitables miles más. Otros, en riesgo de colapso, imposibilitan que las casas y departamentos vecinos continúen sus labores, como es el caso del Taller de Bicicletas Orozco, un negocio familiar que opera en Avenida México 13, desde hace 85 años.
Vicente Yáñez, encargado del lugar, trabaja desde hace algunas semanas en una esquina del Parque México. Con un letrero de “Reparación de bicis enfrente” y un anuncio en su página de Facebook, comunica a sus clientes que sigue en funciones pese a que su taller está acordonado.
“Tenemos que seguir trabajando, no podemos cerrar la cortina y esperar a ver hasta cuándo lo resuelven. En realidad nuestro local está en buenas condiciones, el problema es un edificio que está dañado al lado, ese es el que nos está obligando a no poder estar ahí porque hay un riesgo”, dice mientras infla la cámara de una llanta.
“Los primeros dos días hubo un poco de confusión, no sabíamos qué íbamos a hacer, pero al pasar las horas nos dimos cuenta que no podíamos estar parados sin hacer nada, esperando a ver quién nos ayudaba. Yo entiendo a muchas personas que estuvieron en condiciones peores que nosotros, realmente somos afortunados porque físicamente no nos pasó nada y eso es para que nosotros podamos seguir luchando por sobrevivir de cualquier manera y lo primero que se nos ocurrió fue ponernos aquí enfrente del parque”, explica.
Sin embargo, el hombre que lleva 28 años al frente del negocio, afirma que aún ante el panorama que dejó el sismo, personal de la Delegación Cuauhtémoc les puso trabas: “nos costó un poquito de trabajo, pero finalmente ellos comprendieron la situación y nos siguen dando permiso aquí hasta que se corrija el problema que tenemos en el edificio vecino”.
Explica que las autoridades no se han comunicado con ellos directamente, pero por informes de Protección Civil saben que los departamentos de Sonora 149, donde colapsó un piso entero y murió una persona, están en el primer bloque de demoliciones programadas, “pero realmente no sabemos si va a ser en ochos días, en 15, qué sé yo, nos manejan un tiempo aproximado de tres meses”, dice Yáñez.
Este negocio, al igual que los otros ubicados en las zonas cero, pueden aspirar a los créditos gubernamentales, pero para Vicente no es suficiente, “nuestro gobierno nos menciona mucha ayuda, pero realmente la ayuda que brinda es de risa, te dan dos mil pesos, ¿para qué nos sirven? Tenemos que hacerle la lucha nosotros para seguir nuestra vida normal y seguir generando algo, por lo menos para sobrevivir del diario”, dice.
Él no sólo trabaja en la Condesa, también vivió ahí hasta 20 días antes del sismo, en Sonora 147. “Parece que hubiera sabido que iba a temblar y tenía que irme antes. Me salí antes del temblor y el edificio donde yo vivía quedó en muy malas condiciones, todas las personas perdieron la mayoría de sus cosas, diría que yo salí a tiempo”, aunque no deja de sentir tristeza por ver la mayor parte de la colonia acordonada, “ le entra a uno como depresión, porque ahora en estos días ya hay un poco más de movimiento pero al rato se queda solo, no hay gente en los departamentos, no se ve que se asomen a su ventana, se queda solo y en silencio todo. Es un sentimiento muy raro, no sé si depresión, tristeza, nostalgia, yo creo que hay muchos sentimientos encontrados y te sientes mal, de acordarte de todo lo que pasó y porqué estamos así”, comenta sin dejar de poner atención en las bicicletas que tiene a cargo.
“Y así como yo, todas las personas que vivimos el temblor en esta zona cada quien tiene su historia diferente, pero a final de cuentas es todo de miedo, de terror.
“¿Si sigo teniendo miedo? Sí, es muy rápido para que ya se nos olvide, de hecho yo creo que nunca se nos va a olvidar, pero a medida que pase el tiempo nuestra perspectiva de vida va siendo diferente, en el sentido de que vamos a estar más ocupados en el trabajo, agarrando la vida normal y así se le olvida a uno un poquito, cuando estás ocupado, cuando estás solo de repente te acuerdas. Yo quiero pensar que con el tiempo se nos ha de aliviar un poco todo esto que nos ha pasado”, finaliza.