Para los pobladores de San Gregorio, en Xochimilco, la tristeza es inefable. A un mes de ocurrido el sismo de 7.1 grados, la tienda de toda la vida ya no existe; las casas donde crecieron tampoco y algunos de sus vecinos perdieron la vida. La pesadilla no se acaba y continúan viviendo en un lugar olvidado por las autoridades, pero con la esperanza de superar la incertidumbre y reconstruir un pueblo con más de 400 años de existencia.
“No sólo mi casa. Toda mi cuadra quedó destruida. Mi pueblo ya no existe”, comentan uno de los locatarios. El golpe sísmico desmoronó la paz acostumbrada y les recordó las carencias de siempre. Pero San Gregorio sufre “para que el daño no llegara más y más al centro de Xochimilco”, se consuelan los afectados.
Hoy y siempre les ha faltado el agua. Los caminos son precarios y la pobreza podría aumentar. San Gregorio está en riesgo por la desgracia. Pero las ganas de salir adelante y la solidaridad no faltan.
Ciudad de México, 20 de octubre (SinEmbargo).- El pueblo de San Gregorio, en Xochimilco, sigue caminando entre los escombros. Sus habitantes aún muestran desmoronados rostros tras la tragedia; y los hombros que cargaron cuerpos son los mismos que hoy siguen levantando piedras con la viva esperanza de salir adelante. Porque hace un mes tembló la tierra y privó de la vida a decenas de almas, barriendo con sus patrimonios y dejando una herida que aún merece la sal en los ojos. San Gregorio es el olvido de aquellos que lo gobiernan, pero también es la impotencia de sus pobladores y su empeño por reconstruir a pesar de la duda: ¿Seguirá en pie San Gregorio o está destinado a convertirse en un pueblo fantasma?
“La realidad es que nadie sabe qué va a pasar con nuestras casas [o] si va a haber una ayuda […]. Nadie sabe qué va a pasar ni con la economía ni con nosotros. Las chinampas quedaron destruidas, eran nuestro medio de subsistencia. Lo más probable es que el pueblo desaparezca”, dijo Perla Telésforo, quien como generaciones enteras de sus antepasados reside en la localidad que quizá nunca abandone.
Ella perdió su casa. Fue marcada con una “I” de “Inhabitable”. Cuando ocurrió el sismo de 7.1 grados en la escala de Richter del 19 de septiembre, pensó que había "caído una bomba", le narra a SinEmbargo. Y es que una de las bardas de su domicilio colapsó y cayó a la puerta de la casa contigua, lo que ocasionó que su vecina quedara atrapada. A pesar del miedo que esto le provocó, de la destrucción que ha vivido y de no saber si podrá reconstruir en una zona de riesgo, Perla está determinada a permanecer en el pueblo que le dio vida y por el que estaría dispuesta a dejar este mundo.
“Muchos me dicen que no me quede acá, pero yo le tengo mucho amor a este pueblo, a esta tierra […]. Yo no puedo abandonar algo que me crió, que llevo en la sangre […]. Y pues aunque me cueste mucho tiempo, dinero y esfuerzo, yo no voy a dejar mi pueblo”, dijo a punto de quiebre y de llanto.
Hoy, las calles y caminos de terracería de San Gregorio son un caos. Los perros han vuelto a sus andadas y la gente se aglutina en diferentes puntos para hacerse de víveres, comida y medicinas. Asimismo se forman, con papeles en mano, expectantes de que el Gobierno de la Ciudad de México, a través de sus diferentes políticas de ayuda, pueda apoyarlos a realzar sus vapuleadas vidas.
Vivir en San Gregorio es vivir entre socavones y hundimientos, refirió Saraí González, quien trabaja en un hospital local. Los accesos viales son malos y hace falta que les den mantenimiento. “Vivimos en mundos diferentes. Porque aquí es como la devastación: te sientes solo”, comentó.
“Construcción en peligro de derrumbe”, es lo que se lee en las pancartas que cuelgan por todos lados. “Es abandono total lo que sufrimos”, acusan algunos de sus pobladores. “El pueblo se tiene que organizar. Si esperamos a que traigan ayuda no vamos a salir”, comentan otros. Y es que conforme pasan las horas y los días, los oriundos de San Gregorio se van quedando a solas y la desesperación se hace, poco a poco, más evidente.
No sólo no hay información. Los vecinos del pueblo acusan que las autoridades dan dictámenes contradictorios o tardíos, por lo que no pueden seguir adelante con sus vidas. Además, dicen, el gobierno trata de minimizar los daños y no hablan de todos los muertos, heridos y casas en riesgo.
La gente tiene miedo de otro sismo. Algunos no vieron más oportunidades y abandonaron su tierra. San Gregorio es dolor y duelo. Y mientras que durante los primeros dos días posteriores al sismo la localidad se desbordaba entre voluntarios, estudiantes, vecinos y unos cuantos elementos de Protección Civil, en la actualidad se halla más vacía.
Los militares ni sus luces; las policías se esfumaron con el viento y el poblado vuelve a la normalidad: dos gendarmes en bicicleta son la fuerza de seguridad de San Gregorio. Lo que sí abundan son los chalecos rosas y azules de los empleados de la Delegación Xochimilco y del Gobierno capitalino. Pero “son de chocolate”, afirman los vecinos. “Vienen pa’ la foto y se van”.
“Aquí la Delegación Xochimilco, por parte del jefe delegacional Avelino Méndez Rangel, pues no tenemos ayuda. Ha hecho acto de presencia el primer día [...]. Vino, se tomó una selfie en la plazuela con su comitiva y se fue”, explicó Héctor Alejandro Cortés, cuya casa también es “Inhabitable”.
A su decir, las autoridades locales “sacan sus fotografías para justificar que estuvieron ahí”. Y para colmo, son más las instancias privadas y los apoyos externos los que los mantienen a flote. Inclusive, acusó, delegaciones como la de Coyoacán, Iztacalco, Iztapalapa, Milpa Alta y Tláhuac han hecho más por ellos que su propio gobierno.
La gente está enojada con Avelino "porque toda su gestión ha sido de abandono”, dijo Antonio Figueroa a este diario digital. Es un hombre cuyo hogar se hizo polvo y quien lleva un mes viviendo, junto con sus familiares, en el cuarto de una de sus cuñadas. Eso cuando no se quedan en un campamento que montaron en el terreno que antes albergaba su casa, gracias al cual, "han venido a donarnos” desde cobijas hasta casas de campaña, comentó.
Esta situación de incertidumbre y de olvido, es la que acompaña al sentimiento de tristeza y decepción que personas como Antonio, Héctor, Perla y Saraí viven y respiran con cada día que pasa sin que alguien dé respuesta a sus necesidades.
La ayuda llega a cuentagotas: ya hay luz pero el agua escasea. Hasta hace unas semanas, las autoridades locales referían que había al menos 45 fugas visibles en la infraestructura hidráulica de la zona y que habían repartido más de un millón de litros de agua potable a través de 47 pipas, en más de una centena de viajes realizados a las localidades más afectadas.
OLVIDADO, PERO SIEMPRE SOLIDARIO
Pero esto no es novedad. Previo al sismo, los problemas ya asediaban a las 107 mil 270 viviendas existentes en Xochimilco. De acuerdo con la Sedesol, en la actualidad el 10 por ciento de ellas [10 mil 620 hogares] no tiene servicios de agua potable; el 0.2 por ciento [205] está privado de electricidad, y el 1.3 por ciento [1 mil 395] no tiene acceso a drenaje público.
“Los últimos delegados que han habido siempre han sido lo mismo. Sean del partido que sean […]. Nada más van y se acaban los recursos y no se ve ninguna mejora en la Delegación”, mencionó Antonio Figueroa.
Por eso, abundó, “hoy en día nos es muy difícil, ahora que se acercan las elecciones, confiar en alguien porque cuando es campaña todos te prometen que van a hacer y van a mejorar y van a ayudar. Y llega el día en que están en el cargo y se olvidan de la gente”.
Sin embargo, para todos ellos –afectados–, hay motivos para sonreír. Cada mañana es un nuevo comienzo, y aunque la soledad sea un viejo cáncer para San Gregorio, el pueblo se muestra solidario.
“Estamos rodeados de seres humanos de muy buen corazón”, son las palabras que repiten los pobladores, quienes son eternos agradecidos con todos aquellos que han prestado sus manos, su tiempo, su apoyo.
Tal es el caso de Yolanda Trejo Romero, una enfermera de 69 años de edad, quien habla por todo San Gregorio cuando dice que siente “impotencia de no poder ayudar más de lo que yo quisiera. Me gustaría poder tener menos años para poder moverme más rápido porque mi pueblo lo necesita y tenemos que apoyarnos unos a otros”.
Con los ojos henchidos de lágrimas, la sexagenaria explicó que, desde el momento en que tembló, se remangó la blusa y salió en ayuda de su gente. El primero al que apoyó fue al padre de la parroquia de San Gregorio Magno. Iba en chanclas y nada la detenía. Ni siquiera la hipertensión que podría matarla, ya que “primero estamos todos”.
Luego se dedicó a montar un centro de acopio de medicinas en lo que antes “era su casa”, porque está dañada y será demolida. Un lugar donde lleva semanas durmiendo en una pequeña colchoneta, haciendo compañía a cúmulos de fármacos bien organizados. Nada detiene a Yolanda. Ni el tiempo ni la enfermedad; menos un sismo.