Secuestran por 50 años la salud pública

20/09/2016 - 12:00 am

Documentos internos de la industria azucarera de Estados Unidos, dados a conocer recientemente, revelan cómo esta industria en los 1960s y 1970s, en contubernio con científicos y cabildeando a instituciones públicas, influyó para determinar que la política de salud pública destinada a reducir la mortalidad por enfermedad coronaria del corazón se enfocara en las grasas saturadas como la principal causa de estas enfermedades e ignorara el impacto del consumo de azúcar. Esta influencia ha durado decenios comprometiendo la eficiencia de las políticas públicas para enfrentar la principal causa de muerte en muchos países, como los Estados Unidos y México.

En un reporte publicado en la revista científica JAMA Internal Medicine fue publicado recientemente el reporte “La Industria del Azúcar y la Investigación sobre Enfermedades Coronarias del Corazón. Un Análisis Histórico de Documentos Internos de la Industria”, donde se da conocer la estrategia que desarrollo la industria azucarera en los Estados Unidos, a través de su Fundación de Investigación del Azúcar (SRF, por sus siglas en inglés), para negar el vínculo del consumo de azúcar con las enfermedades cardiovasculares y sacar este ingrediente de la atención en las políticas de salud pública.

Gráfica azucar y grasas efectos cardiovasculares
Esta gráfica muestra claramente cómo la evidencia del daño del azúcar en las cardiopatías coronarias era similar a la de las grasas saturadas. Evidencia que quedó ocultada por los intereses de las corporaciones.

A fines de los años 1950s surgió una enorme preocupación por el incremento de la mortalidad por cardiopatías coronarias en los Estados Unidos y los estudios científicos se enfocaron en señalar que la causas estaban en las grasas y el colesterol, por un lado, y en la sucrosa (azúcar), por otro.

Financiando estudios científicos e influyendo en organismos gubernamentales, la SRF, puso la atención en las grasas saturadas y el colestoral como única causa de estas enfermedades, evitando cualquier política pública para reducir el consumo de azúcar. De hecho, la industria azucarera identificó que una dieta baja en grasas era una oportunidad para aumentar la presencia de azúcar en la dieta. En 1954, el presidente del SRF, Henry Hass, declaraba “este cambio significará un aumento en el consumo por persona de azúcar más que una tercera parte con un mejoramiento tremendo de la salud pública” (subrayado nuestro).

El propio SRF conocía la existencia de estudios que señalaban al azúcar como la principal causa de las enfermedades coronarias, estudios “que indican que, en dietas bajas en grasas, la clase de carbohidratos consumidos puede tener una influencia en la formación de colesterol malo”….”Desde varios laboratorios de gran y menor reputación, están saliendo reportes que el azúcar es una fuente menos deseable de calorías que otros carbohidratos”. Desde finales de los cincuenta, John Yudkin señalaba que había otros factores que aumentaban el riesgo de enfermedades cardiovasculares, como el azúcar, que al menos era igual de importante que las grasas saturadas”.

Para 1965 la SRF invitó al Dr. Fredrick Stare, jefe del Departamento de Nutrición de la Escuela de Salud Pública de Harvard a ser miembro de esta fundación. En julio de ese año la SRF contactó con el Dr. Mark Hegsted, miembro de la facultad dirigida por Stare que había publicado 2 artículos que presentaban relaciones epidemiológicas más claras entre los niveles de azúcar en sangre como predictor de aterosclerosis que los niveles altos de colesterol malo e hipertensión, es decir, una relación más evidente entre el azúcar y las enfermedades cardiovasculares, que entre las grasas y estas enfermedades. En un tercer estudio señalaba que “posiblemente la fructuosa, ingrediente del azúcar pero no de las harinas, era el agente mayormente responsables”.

Los resultados ocuparon la atención de medios de comunicación que comenzaron a difundir la relación entre azúcar y enfermedades cardiovasculares. La SRF financió una revisión de la literatura “Metabolismo de los Carbohidratos y el Colesterol” a los propios investigadores de Harvard (Hegsted y McGandy) coordinados por Stare. Los documentos internos muestran que la revisión tenía por finalidad criticar los estudios que vinculaban al azúcar con las enfermedades cardiovasculares.

El estudio fue publicado en el New England Journal of Medicine en 1967 sin que se mencionara el financiamiento del SRF. La revisión concluyó que la única medida recomendada para prevenir las enfermedades cardiovasculares era reducir en la dieta el colesterol, sustituyendo las grasas saturadas por grasas polinsaturadas y negando toda evidencia de daño del azúcar.

La investigación de documentos internos de la industria muestra cómo se influyó también en el Programa Nacional de Caries del Instituto de Investigación Dental para que se dejara de poner en el centro de atención el consumo de azúcar como principal causa de este padecimiento. La industria influyó en la elaboración del reporte “El Azúcar en la Dieta del Hombre” que protegió sus intereses en la evaluación que realizó sobre la seguridad del azúcar la Administración de Alimentos y Medicamentos de los EUA en 1976.

Existe consenso en que las recomendaciones para reducir el consumo de grasas saturadas debe mantenerse como un objetivo para la protección de la salud cardiovascular pero la exclusión del azúcar como un ingrediente relacionado con estas enfermedades y, por consiguiente, el aumento de su consumo a causa de estas estrategias de la industria ha traído consecuencias en salud incalculables: obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares, entre otros padecimientos.

Pasada la segunda guerra mundial y paralelamente a esta captura de la ciencia y la política de salud pública por la industria azucarera las empresas trasnacionales de bebidas y alimentos comenzarían a extenderse por los mercados de alimentos en todos los continentes teniendo la característica de contener altas cantidades de azúcares.

La azúcar y, especialmente, el jarabe de maíz de alta fructuosa a partir de los 80s, con los altos subsidios a la producción de maíz en los Estados Unidos, se convirtió en un ingrediente con presencia en la mayor parte de los productos, desde los cereales y yogurts hasta los refrescos y los aderezos, el azúcar, fuera de caña o jarabe de maíz, se convirtió en un ingrediente omnipresente en las bebidas y los alimentos ultraprocesados.

La práctica de comprar la ciencia y determinar la política pública ha continuado hasta nuestros días por parte de la industria del azúcar pero, especialmente, de la industria de bebidas azucaradas responsable de la mayor ingesta de azúcar entre la población. En 2015 se dieron a conocer documentos internos que demostraban que Coca Cola había financiado a un grupo de académicos de la Universidad de Carolina para fundar el Global Energy Balance una iniciativa que aparecía como independiente y que se llamaba a sí misma “la voz de la ciencia”, se enfocada en señalar que la epidemia de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares no estaba en lo que se bebe y come sino en la falta de ejercicio.

El escándalo llevó al cierre de esta organización y presionó a que esta empresa publicara parte de sus financiamientos dirigidos a científicos, instituciones, asociaciones de profesionales de la salud, asociaciones de enfermos, asociaciones de minorías étnicas, etc. Financiamientos dirigidos a neutralizar a los posibles críticos y a sumar apoyos a su versión sobre el balance energético.

Meses después, el International Life Science Institute México, una institución financiada por la industria de alimentos y bebidas, organizó en México un evento con investigadores estadounidenses para negar el impacto en la salud de las bebidas azucaradas y criticar el impuesto establecido en México a estas bebidas. El grupo de expertos invitados estaba liderado por el Dr. James Rippe que había recibido 10 millones de dólares de la

Asociación de Refinadores de Maíz de los EUA para establecer que el consumo de azúcares no tenía impactos en la salud cardiovascular. Recordemos, este evento se realizó en 2015, 50 años después de que la industria azucarera había iniciado su

estrategia para desviar la atención del azúcar en las enfermedades del corazón. La oficina de ILSI en México, dirigida por un funcionario de Coca Cola, fue cerrada por decisión de ILSI Internacional por tratar de intervenir en la política pública.

Los investigadores que recientemente publicaron el análisis de los documentos internos de la industria azucarera, establecen: “El recuento histórico de las estrategias de la industria demuestra la importancia de tener revisiones realizadas por personas sin conflicto de interés y la necesidad de establecer la información sobre el financiamiento de los estudios”.

Como explica el Centro por la Defensa del Interés Público de los EUA, la estrategia de la industria azucarera ha sido revelada, con los mismos objetivos, por la industria de bebidas azucaradas: “aunque desde fines de 1970s las Guías Dietarias de los EUA han recomendado reducir el consumo del azúcar, esa recomendación fue anulada por las campañas publicitarias multimillonarias de las refresqueras y otras bebidas y alimentos azucarados.”

El caso de ILSI en México es claro del relevo que han hecho las refresqueras a la industria azucarera para desviar la atención del daño que genera este ingrediente, especialmente, añadido a las bebidas. ILSI, dirigida por un funcionario de Coca Cola, trayendo a México a un científico pagado por los productores de jarabe de maíz de alta fructuosa, muestra el paso de estafetas entre una y otra industria con el único fin de negar la evidencia científica. El relevo ahora ya no va a culpar a las grasas saturadas, en este caso la industria refresquera lo pone en la actividad física, reduciendo todo a un dogma de consumo y gasto de calorías. Basta regresar a los 60s para darse cuenta que los estudios que mostraban el daño del azúcar nunca se centraron en la obesidad, se centraron en el daño metabólico de este ingrediente.

El financiamiento de la industria, en este caso las refresqueras, se ha dirigido a negar la evidencia de los daños del azúcar en estas bebidas y a pagar estudios para negar que las políticas públicas que se han recomendado para bajar su consumo sean efectivas. Este es el caso de México en que las refresqueras han pagado estudios para negar los efectos del impuesto en la reducción de consumo y tratar de evitar que esta medida fiscal sea implementada como se recomendó originalmente para tener una reducción mayor en consumo: un impuesto del 20%, es decir, de 2 pesos por litro.

Así como lo hiso la industria azucarera a partir de los sesenta al centrar la atención de las políticas de salud pública en las grasas saturadas y desviar la atención de los daños provocados por el azúcar; la industria refresquera, posteriormente, ha puesto la atención en la actividad física para desviar la atención de las bebidas azucaradas como principal causa de las epidemias de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares. Estas campañas cuentan con las mayores inversiones en publicidad a escala global y, en muchos casos, con la colaboración de las propias autoridades de salud en varias naciones.

Las autoridades de salud defienden la colaboración con estas empresas y realizan campañas que aparentan promover la salud pública cuando, en realidad, están desviando la atención del daño que provocan las bebidas azucaradas, centrando la atención en que el problema es sólo de balance energético, promocionando la actividad física.

Las autoridades siguen bajo el engaño de 5 lustros o queriendo aparentar ser engañados, mientras los daños avanzan y los sistemas de salud colapsan.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.
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