Ciudad de México, 20 de junio (SinEmbargo).– El aroma pertinaz y sucio de la violencia sobrevuela como cuervo en celo las páginas de Cualquier cadáver, la novela del joven Geney Beltrán, editada por Cal y Arena.
Un protagonista atribulado rodeado por la muerte, testigo en la infancia del suicidio de su padre, enfrenta la mayor tragedia de su vida cuando su pequeño hijo es secuestrado.
Con un estilo seco y directo, el escritor nacido en Culiacán en 1976 interpela la raíz de la violencia y el mal, “humanizando” las tragedias y relativizando el peso de la víctima en una sociedad donde todos podríamos o podemos ser victimarios casi sin darnos cuenta.
Cualquier cadáver busca en las profundidades, no dirime cuestiones en el nivel de la mitificación delictiva: el protagonista es un hombre desnudo frente al mal, allí donde no hay héroes ni superhéroes, sólo personas comunes en situaciones límite.
Geney Beltrán Félix fue editor de Literatura del Fondo de Cultura Económica. Ha publicado en revistas y suplementos, como Letras Libres, Nexos, Laberinto, Luvina, Tierra Adentro, Crítica, entre otros.
Ha sido becario de la Fundación Lorena Alejandra Gallardo y la Fundación para las Letras Mexicanas (2006-2008). Ha publicado los libros Cartas ajenas, Habla de lo que sabes, El sueño no es un refugio sino un arma y El biógrafo de su lector.
UNA NOVELA SOBRE EL PADRE
Cualquier cadáver es una novela sobre el padre y sobre todo cómo asumir la paternidad en tiempos duros. Viene a destacar una función históricamente desdeñada en una cultura empecinada en destacar la presencia de la madre.
“Tiene que ver con la figura del padre y con el ejercicio de la paternidad del protagonista. Es la doble condición de un varón hijo de una figura masculina muy determinante en su vida y quien al mismo tiempo queda frente a una situación de crisis ante lo que él denomina un fracaso en su ejercicio como padre”, dice Geney Beltrán en entrevista con SinEmbargo.
La historia cuestiona la propia masculinidad del protagonista, “su propia capacidad para defender a su hijo, mezclado con el trauma de haber sido el último en ver con vida a su padre anciano, antes de que éste se suicidara”, agrega.
–Las situaciones límite que narra la novela desafortunadamente se han vuelto demasiado cotidianas, ¿verdad?
–Sí, digamos que el disparador para escribirla nació hace aproximadamente 10 años, cuando mi hija era muy pequeña y en una situación muy cotidiana me cayó la pregunta de qué pasaría en caso de que ella fuera secuestrada o falleciera. Se me quedó prendida esa semilla del miedo durante todo este tiempo en el que obviamente me pasaron muchas otras cosas en mi relación matrimonial, el nacimiento de mi hijo, que dieron origen a muchos cuestionamientos y epifanías sobre el hecho de ser padre. Coincidió todo eso con la violencia desatada en muchas regiones de México, algo que tiene que ver con la condición de sinaloense tanto mía como la del protagonista. Desde chico escuché que Sinaloa era la capital mundial del narcotráfico, la región más peligrosa del país…con el tiempo perdimos la exclusividad y el peligro se convirtió en una cuestión nacional.
–En tu novela uno cae en la cuenta de que el padre también es un ser humano…
–Sí, la ausencia de la figura paterna que ha sido un tema hegemónico en la cultura mexicana ha dado como resultado la omnipresencia de la figura de la madre y creo que en ese nivel hay un cambio generacional importante. Las transformaciones sociales del último medio siglo han obligado a redefinir los roles de pareja y las relaciones afectivas en el interior de la familia. El problema mayor, creo, es que no hay en las nuevas generaciones un modelo para el varón. El antiguo modelo patriarcal y autoritario ya no sirve, es inviable, por lo menos en las sociedades urbanas, más progresistas.
–Me sorprendió el estilo seco y directo de la narración
–En este caso sí es una búsqueda para no interferir entre el mundo interior del personaje y el lector. Emarvi es un personaje seco en sus emociones; evidentemente quiere mucho a su hijo y le duele la pérdida, pero en sus relaciones tiene una suerte de distancia, una sensación de aislamiento, una dificultad para estrechar los lazos con los demás. Me pareció importante que eso se notara en la propia escritura, porque luego además él mismo toma la pluma para recordar cosas. De todo lo que he escrito es el libro que tiene, efectivamente, un estilo más seco y directo, sustentado sobre todo en la oralidad, en un lenguaje violento…
–Me preguntaba también si no había un interés de deslindarse de cierta literatura mexicana en torno al crimen organizado, donde todo parece una serie de Jack Bauer y no entran los sentimientos…
–Exactamente. La verdad sospecho que el énfasis que se pone en los hechos concretos que no son lo único importante cuando se habla de la violencia es una manera de eximir de responsabilidad a las autoridades sobre las repercusiones que genera dicha violencia. Un asesinato o un secuestro no terminan cuando se resuelve o concluye el caso. Son hechos que provocan secuelas muchas veces paralizantes en las personas que no los sufrieron directamente pero que estaban vinculadas con las víctimas. Si en el tema de la violencia solo existieran las fuerzas del orden –dicho esto con sarcasmo- y los representantes del crimen organizado estaríamos hablando de un problema muy fácil de resolver. No es fácil de resolver precisamente porque afecta a muchísimas más personas y de manera no cuantificable, además. El protagonista es alguien que se cree culto y leído, que tiene aspiraciones literarias; sin embargo, dentro de sí tiene mucha violencia, es bastante misógino y comparte rasgos con esos narcotraficantes de los cuales se creía totalmente separado.
–Quizás por eso no se le da la voz a las víctimas
–Se trata de una interpelación muy dura que cuestiona directamente nuestra pasividad. Me siento muy interpelado por la condición de la víctima, por lo que no creo que mi relación con el tema de la violencia concluya con Cualquier cadáver. Me atraen menos las historias de los poderosos donde resulta difícil encontrar fisuras.